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7 de febrero de 2024, 3:00 AM
7 de febrero de 2024, 3:00 AM

Ignacio Vera de Rada

Hace un siglo, en 1924, Alcides Arguedas, autor odiado (u olvidado) por izquierdistas latinoamericanos de toda laya, puso punto final en París al tercer tomo de su Historia de Bolivia: La plebe en acción. Como anuncia su título por demás incisivo, la obra trata sobre la irrupción de las masas plebeyas en la política boliviana, en un proceso histórico que podría tener muchos símiles con el proceso populista que hoy viven Bolivia y otros países de la región. Arguedas, pensador crítico como era, dedicó el libro, con una paráfrasis del teórico francés Maurras, “a todos los bolivianos descontentos” y no a los “satisfechos”. Ahora bien, ¿cuánta importancia puede tener leer nuevamente la obra historiográfica de Arguedas? Tal vez mucha, teniendo en cuenta precisamente las analogías históricas que existen entre aquellos periodos que el polémico autor paceño historió y describió, y nuestra época.

Un país que carece de gasolina, de dólares y de independencia de órganos; un país en el que se cierran medios de comunicación independientes por hostigamiento gubernamental y que, con aproximadamente 12 millones de habitantes, tiene casi seiscientos mil empleados públicos ganando mensualmente gruesos salarios; un país tan mal posicionado en varios rankings de evaluación democrática, definitivamente es un país que tiene que ser repensado y cuestionado desde posiciones críticas. Por desgracia, no muchos pueden emprender esta labor cuestionadora, pues Bolivia es un país en el que no se lee, las grandes mayorías viven indiferentes respecto a los asuntos de la vida pública y parecería reinar un hastío sobre todos quienes alguna vez lucharan por mejores días.

Con mucha sabiduría, Franz Tamayo dijo que “todo error es una enseñanza y toda juventud, un error”. Es que lo que somos de jóvenes muy pocas veces es lo que somos de adultos y de viejos. Aquel proverbio puede explicar, por ejemplo, la mutación intelectual e ideológica que sufren muchas personas, quienes pasan de creer románticamente en la revolución cuando son jóvenes, a pensar, ya en la adultez, que la moderación y las trasformaciones graduales son mucho mejores y más seguras. Alguna vez, un caro amigo mío (el hijo de don Fernando Diez de Medina) me dijo con sabiduría: “Lo que hoy crees bueno, mañana quizá te parezca malo. Y viceversa”. Conozco a muchas personas que en los 60 y 70, cuando eran jóvenes de 20 o 30 años, eran comunistas y socialistas, pero que hoy son personas moderadas, tal vez porque se dieron cuenta de que el paraíso nunca está en la otra esquina y de que el mundo no funciona realmente como se cree cuando se es mozo. Como una vez alguien dijo: “Hay que ser cojudo para no ser izquierdista en la juventud, pero hay que ser dos veces cojudo para serlo cuando se es mayor”. Las endorfinas provocan el izquierdismo durante la juventud; la sabiduría, la moderación durante la adultez.

Así que, si hoy eres un joven revolucionario, y aunque hayas hecho juramento de mantenerte así por siempre, lo más probable —para bien o para mal, como lo quieras ver—, es que mañana, si envejeces bien, seas un liberal moderado y crítico, y si envejeces mal, un conservador de derechas. Es un fatum del cual pocos progres escapan.

Como decían Heráclito y, mucho más recientemente, Mercedes Sosa, casi todo —tanto en el mundo de afuera como en nuestra vida privada— cambia, muy poco queda estático. Por tanto, es posible que el periodo popularista por el que atraviesa Bolivia se agote relativamente pronto y se abra un espacio para otros actores. Si este periodo populista (y antidemocrático) en el que las masas se apropiaron del estado terminara, lo más oportuno sería que comande el país no un grupo conservadores derechistas, sino uno de defensores de la libertad, que vayan implementando una serie de medidas graduales pero seguras, vinculadas con la economía, la cultura y el achicamiento de la burocracia pública. Esperemos que, dado que en la historia boliviana los ciclos políticos duraron más o menos veinte años, estemos en el umbral de un nuevo periodo, pero además esperemos que ese periodo esté liderado no por los más populares o vistosos, sino por los ética e intelectualmente más idóneos.

Ignacio Vera de Rada

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