Opinión

Feminicidio, abuso infantil y un debate desenfocado

21 de abril de 2021, 5:00 AM
21 de abril de 2021, 5:00 AM

En cuestión de días, fuimos testigos de dos hechos policiales de violencia intrafamiliar con una fuerte repercusión mediática y que sacudieron a la opinión pública, generando un agitado debate ciudadano.

Por un lado, un hombre asesinó a sangre fría apuñalando a su expareja a plena luz del día en un concurrido supermercado de la ciudad, siendo que este ya había sido denunciado por violencia doméstica por la víctima semanas antes pero fue liberado. Días después, los medios de comunicación y las redes sociales se agitaron a raíz de una denuncia de abuso físico que habría recibido un niño de 11 años de edad de parte de su padrastro, un médico con antecedentes de violencia y agresividad y que cuyo abuso aparentemente fue solapado por la madre del niño, quien de alguna manera justificó lo sucedido, “cerró filas” por su marido y puso en duda la palabra de su propio hijo, del que luego se supo que venía sufriendo malos tratos físicos y emocionales en su casa desde hace 2 años.

Al margen de la gravedad de estos delitos y en cuyos responsables deberá recaer todo el peso de la ley, luego de los procesos penales que están en curso, no dejó de llamar la atención la facilidad con la que la gente “vomitaba” insultos y acusaciones condenatorias casi “sentenciando” a estas personas sindicadas. Y se me vino la frase: “El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”, y cuando me refiero a la “culpa”, no hago referencia a que los que critican y apuntan sean agresores en la misma medida y contexto de los acusados en cuestión, sino que no me imagino a ninguna persona en su sano juicio que conscientemente se levante una mañana para decirse a sí mismo: “Hoy voy a herir o arruinarle la vida a alguien”, más aún si es un ser muy cercano y querido. De hecho, el daño que hacemos o las palabras hirientes que pueden salir de nuestras bocas, no siempre son conscientes e intencionadas, sino más bien nacen de arrebatos o arranques de ira muchas veces incontrolables y que son activados ante un “evento” que conecta una emoción que emana de un corazón herido, y cuya herida viene mayormente de nuestra infancia.

Ojo, con esto no estoy queriendo de ninguna manera justificar el accionar de estos agresores. De hecho, todo acto indebido y todo delito debe tener una consecuencia, tratando siempre de separar el “ser” del “hacer”, es decir, al individuo de sus actos punibles.

Pero caminemos algunos pasos hacia lo que podría ser el fondo del asunto...

¿Cómo podemos encarar o enfrentar de manera proactiva este tipo de dramas y flagelos tan recurrentes en nuestra sociedad? ¿Cómo evitamos más violencia en el hogar, contra mujeres y niños, y por qué no, mujeres que también abusan de hombres? ¿Cómo enfrentamos la realidad que muestra estadísticamente que los principales responsables de los traumas en los niños vienen y vinieron de familiares muy cercanos: padres, madres, abuelos, tíos, sus apoderados o tutores, personas que debían cuidarlos, protegerlos y que aprovecharon esa influencia, confianza, autoridad y poder sobre ellos para herirlos, ultrajarlos y robarles preciosos tesoros de su inocencia, generando heridas profundas con consecuencias para toda la vida?

Debemos generar consciencia que hay mucho daño y dolor sucediendo muchas veces silenciosamente en nuestros hogares, en los hogares de nuestros seres queridos, de nuestros vecinos, de personas “buenas” y “decentes”, porque no necesariamente hay que ser sicópatas o golpeadores para generar heridas mientras nos relacionamos con las personas, y que aunque puede que no necesariamente se generen heridas físicas, igual pueden llegar a tener un efecto destructivo y mucho más profundo producto del “fuego encendido” de palabras hirientes como consecuencia de la explosión de sentimientos ocultos y contenidos.

Es más, incluso el “silencio” también marca la falta de palabras de afirmación paternal sobre la identidad de un hijo o la ausencia de los padres en momentos claves de las vidas y del corazón de los hijos, pueden llegar a doler y generar “huellas” de una manera profunda y distinta.

No conozco detalles de la vida y la infancia de estos cuestionados personajes que hoy están cuando menos sentenciados a una “muerte civil”, sindicados y señalados por una sociedad cansada de ver tanto abuso, injusticia y decadencia. Pero estoy seguro que hay grandísimas probabilidades que en relación a estos hombres violentos, que si indagáramos un poco en su vida pasada, hayan sido víctimas de cosas similares o peores en etapas claves de sus vidas, y muy probablemente sucedidas mayormente en su infancia.

Podría ser abandono, divorcio de sus padres, abuso sexual, ausencia física o emocional de sus padres o tutores, etc. Es decir, algo debió haberlos “marcado” profundamente, y así caminaron por la vida, con esas marcas emocionales profundas, tan profundas que debieron hacer todo lo posible para “enterrarlas” como buenos hombres machos y autosuficientes haciendo “votos” de masculinidad autoinfringidos.

Y ese niño herido creció, buscó en las mujeres de su vida encontrar su masculinidad, anhelando que cada una de ellas responda preguntas sobre su identidad para las que ellas no están “equipadas” de responder por su propia naturaleza, sino que por el contrario ellas buscan ser cuidadas, amadas y protegidas.

Y es así que pasó el tiempo y esos niños heridos y carentes se hicieron adultos, y sin resolver esos entuertos en su corazón, se casaron y tuvieron sus propios hijos a los que ahora tendrán la responsabilidad de darles lo que nunca recibieron.

Vuelvo a insistir, no estoy justificando a nadie, solo considero que habría que llevar estos dramas de violencia familiar interminables y profundamente sensibles a un debate más profundo que va más allá de centrarnos en el cómo darles las penas más largas y severas a los acusados. Ahí no cesará el mal.

Vamos a la raíz, vamos al corazón de las personas, protejamos la salud emocional de nuestros niños, reflexionemos sobre el diseño original para la familia, y si todos ponemos la mirada y foco en la prevención, en la intervención y guía oportuna a matrimonios en conflicto, en el respaldo y acompañamiento a madres solteras, si miramos con ojos distintos a niños en situación de calle; si ajustamos el “lente” hacia la búsqueda de tolerancia, de amor y respeto al prójimo, y ponemos foco en el corazón de los niños de hoy que serán los adultos de mañana; si lo hacemos bien y trabajamos desde las autoridades, la educación, la justicia, los medios de comunicación y desde las esferas de influencia de la sociedad, ahí encontraremos más respuestas que preguntas, y más esperanza y sentido a lo que hoy vivimos que odio, frustración, un simple desahogo social y un debate desenfocado.

Tags