Él. Cuando nació el artista boliviano sufrió del síndrome de Apple Peel. El médico dijo que no viviría. No fue así

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21 de noviembre de 2019, 3:00 AM
21 de noviembre de 2019, 3:00 AM

La oscuridad

Ese día un nubarrón se posó en Cochabamba. Y una noticia congeló a Cinthya Canedo. Su máximo anhelo había llegado al mundo con el síndrome de Apple Peel (malformación del intestino delgado). 

A los tres días de nacimiento se hizo la primera intervención, pero después el médico lo desahució. La mujer se apoyó en su fe y pidió un intento más para salvarlo. Al cuarto día se lo operó por segunda vez, entonces la nube se dispersó. El pequeño Gary Suárez abrió los ojos. Y sonrió.

La luz

Samuel. Es su segundo nombre y casi nunca lo da a conocer. Es tímido. Sí. Pero, con sus amigos y su novia, no. Se crio en la Llajta y su compañero de colegio fue Jonathan Hermosa, uno de los herederos de los Kjarkas. 

Los dos se enlazaron en una bonita amistad y en los recreos, cuando cantaban al son de la guitarra, sus amigos ya sabían que ambos se convertirían en grandes artistas. En ‘Cocha’ aprendió a conversar con el charango, la zampoña, el piano y, por supuesto, la guitarra. Después, se despidió del valle. Tenía 15 años cuando se instaló en Santa Cruz de la Sierra. Terminó el colegio y estudió Marketing. Pero, la música tocaba a su puerta. Decidió dejarla entrar.

La mezcla

Gary es una fusión rara del país. Su papá, Gary Suárez, es oriundo de Santa Ana de Yacuma (Beni) y su mamá, de Tarija. Él se crio entre Cochabamba y Santa Cruz. Habla quechua e inglés. El gusto por la música lo heredó de su padre. Y lo de la composición es algo que le sale tan natural por las noches. Nena tranquila se convirtió en su hit y gracias a ello su nombre sonó en todo el país. 

En estos días de crisis social lanzó el feat Vamos, con Ezequiel Bazán, y ese estribillo pegajoso que reza “camba, chapaco y colla comemos de la misma olla. Vamos a cambiar la historia, Bolivia es una sola” sacó el lado más nacionalista de los bolivianos.

El interior (y el exterior)

Es metrosexual, pero no de esos que usa un pantalón rosado o que se pone base en las uñas. Solo le gusta la moda y cada vez que está de viaje se sumerge en un mall para comprarse una prenda de Zara, su marca favorita. Le gustan las gorras. Tiene 16 de ellas y todas llevan la etiqueta de Oakley. 

Esa barba tupida que rodea su rostro es su sello varonil y subsiste con ella desde hace tres años; no se la sacará jamás. De hablar pausado.

Dueño de un abdomen plano y brazos fornidos. Para conversar con él es necesario recorrer sus 1,92 metros para conectarse con sus ojos oscuros. El cuello de la camisa oculta un poco las ‘huellas’ de las operaciones, tiene dos a cada costado. También lleva una cicatriz cerca del ombligo y otras en los tobillos y en la frente. Él no las oculta. 

Recuerda que jugaba con su abuela a quién tenía más marcas en la piel. Ganaba él. Gary huele a Versace y, a veces, a 212 de Carolina Herrera. No es creído (como le dicen algunos) ni tiene poses de divo. Practica ser todo un caballero. En su casa siempre le inculcaron la humildad, el respeto y la honestidad.

El sentimiento puro

Él tiene 26. Ella, 29. Y se llama Natalia Méndez Roca, una instagrammer de viajes que enamora con el artista urbano desde hace tres años. Un día hicieron un trato: él la acompañaba a un viaje por la tierra asiática y ella aceptaba ir de su mano a EEUU. Pactaron. Y se largaron a la aventura. Fueron siete meses saltando y saltando por la India, Camboya, Vietnam, Tailandia, Indonesia, Singapur, Malasia y Catar. 

Cuando tocó EEUU llegaron hasta Naples y ahí el chico de Perdámonos lanzó su carrera musical. Gary siempre jugó fútbol; en su espalda se pinta el número 9. A él le pasan la pelota y su pie se encarga de insertarla en la malla. En 2020 volverá al país del norte. Irá por un Grammy para Bolivia. Cuando era pequeño peleó en una incubadora durante 40 días para quedarse en este planeta. La vida le dio una oportunidad. Él agarró la carta. Es un sobreviviente.



Está arreglado con Natalia Méndez Roca. Conocieron el Taj Mahal de la India y las Torres Petronas de Kuala Lumpur. Fue una aventura que duró siete meses

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