El artista chuquisaqueño falleció a los 88 años en La Paz. Cedió 6.843 obras y la casa-taller en la que trabajó con su esposa, Inés Córdova, a los bolivianos. En esta gestión se abrirá un museo en su honor

29 de enero de 2021, 14:54 PM
29 de enero de 2021, 14:54 PM

“Yo vine desnudo y desnudo me iré. Voy a dejar todo a mi pueblo que me hizo crecer. Toda mi obra y la de Inés, mis propiedades inmuebles deseo que sean para Bolivia”, prometió, cual testamento, Gil Imaná Garrón a EL DEBER en 2014, y en 2017 estampó su firma en un documento que ponía a nombre de su patria 6.843 obras de arte y un taller en pleno centro de La Paz. Ese es el legado material que dejó el artista chuquisaqueño, que falleció la madrugada del 28 de enero, a los 88 años, por complicaciones en su salud.

Para honrar los deseos del pintor, la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia confirmó ayer que, en esta gestión, el inmueble donado será restaurado y habilitado como Casa Museo Inés Córdova–Gil Imaná, “donde se expondrá y resguardará con carácter permanente la obra de ambos artistas y esposos”. Además, también se rehabilitará el horno de cerámica de Córdova para la prestación de servicios con beneficio para estudiantes y especialistas.


 Legado intangible

La escena artístico-cultural boliviana expresó un pesar profundo por la pérdida del maestro que impuso su estilo y sensibilidad a lo largo de más de 70 años y 300 exposiciones alrededor del mundo.

“Con su muerte se cierra un capítulo de la historia del arte en Bolivia. Su trabajo demostró su inquietud por lo social, una prolífica creatividad y una inmensa producción”, expresa Lucía Querejazu, directora del Museo Nacional de Arte de La Paz (MNA), que desde agosto de 2019 hasta enero de 2020 albergó la retrospectiva del artista y de Inés de Córdova, Homenaje a un amor.

“En su incansable labor de artista, no solo nos regaló fe en en el poder del arte, fe en la belleza, fe en la lucha por nuestro país y por su gente, sino también nos regaló la fe en el amor”, describe la muestra el escritor y curador Max Hinderer, que en 2019 recorrió junto al anfitrión los salones del MNA.

El pintor cruceño Tito Kuramotto revela que, aún sin conocerlo, consideró a Imaná Garrón su mentor en sus inicios, admirando sus “personajes fuertes y estilizados”. Fue después, en París, cuando sus caminos se cruzaron y forjaron una amistad.

Para Kuramotto, el deceso de su colega cierra la etapa del arte moderno en el occidente de Bolivia. Como su herencia, menciona “una nueva identidad para la pintura boliviana, menos discursiva, revolucionaria y política, y más intimista con los personajes del pueblo, con los pobres”.

La genialidad de Imaná le valió en vida títulos y reconocimientos, como el del primer boliviano en exponer en la sala Pedro, del Museo del Hermitage, San Petersburgo (Rusia) o el del primer pintor boliviano que vendió sus trabajos en las casas de subastas Christie’s y Sothebys, de Nueva York.

Obtuvo el Cóndor de los Andes y el Premio Nacional de Cultura en tres ocasiones, en Bolivia, y la medalla Pablo Neruda, en Chile.