Gracias a la vida, que me ha dado tanto

Al conmemorarse el Bicentenario de la gesta emancipadora cruceña de 1810 y a pocos meses de recordar 450 años de la fundación de Santa Cruz de la Sierra, sentí un afán desenfrenado por agradecer a mi amado Santa Cruz las emociones que me embargan y qué mejor –pienso yo–, sino es recordando aquella bellísima melodía (Gracias a la vida) de la cantautora chilena Violeta Parra, ya fallecida.

Gracias a la vida que me ha dado tanto, como el haber nacido en este solar querido y sentir en mi cuerpo las manos siempre cálidas del doctor Percy Boland, cuando llegué a este mundo, seguida de las de mis venerados padres.

Gracias a la vida y a Santa Cruz por las enseñanzas de maestros tan reconocidos de la vieja casona del Colegio Alemán Pestalozzi en la calle Suárez de Figueroa. De ellos aprendí la disciplina, la responsabilidad, la autoestima y el respeto mutuo por el compañero y mis mayores.

Gracias a la vida porque conocí la historia valiente de Santa Cruz, desde la proeza de su fundador Ñuflo de Chaves y la epopeya de sus hijos conquistando la selva, dominando ríos y montes, para ofrecer al nuevo país, Bolivia, todo su territorio (casi 1.600.000 kms²), a cambio de nada, sólo con la convicción de crear una patria libre, justa y soberana, que gobierne a todos por igual, sin odios ni exclusiones regionales.

Gracias a la vida por sentir la fortaleza de la gente cruceña, defendiendo siempre la libertad y sin aspaviento, practicando la solidaridad sin discriminaciones odiosas.

Gracias a la vida por permitirme que el viento huracano de agosto y el aguacero torrencial de verano acaricien mi rostro y arrullen a nuestros exuberantes llanos que alimentan a todo el país.

Gracias a la vida por darme el sentido de la audición para alegrarme con taquiraris, carnavalitos, chobena y los trinos mañaneros de las aves, apagando las palabras de quienes siempre buscan el pelo en la leche, de los mediocres que en sus tertulias critican de algo que ellos mismos por su cobardía les cohíben de hacerlo.

Gracias a la vida por darme el placer para degustar un ‘majao’, la patasca, la chicha o el somó y admirar a nuestras bellas mujeres, no como objetos, sino como valerosas heroínas que hacen historia.

Los españoles dijeron que los cruceños eran levantiscos y díscolos, que Santa Cruz era rebelde. Durante la república, pedimos ferrocarril para integrarnos al país y luego regalías para todos los departamentos. Por ello, el centralismo envió fuerzas punitivas invasoras por ser etiquetados de regionalistas o anexionistas. Pedimos autonomía para Bolivia y como respuesta sufrimos persecuciones, acusaciones y juicios injustos e indignos, porque nos etiquetaron de separatistas, terroristas y racistas. Por estas experiencias digo gracias a la vida por hincar en mis entrañas la ‘rebeldía camba´, que tuvo la pujanza de recuperar la democracia y tumbar tiranos.

Gracias a la vida porque aprendí de este pueblo su generosidad y su altivez, que asumió la tolerancia como su fortaleza, menguando los adjetivos más hirientes que rumbean siempre hacia el cementerio de la estupidez para quedar sepultados como cenizas que se las lleva el viento

Gracias a la vida que me ha dado tanto, porque viví y me sentí parte de este bicentenario, que no es apenas un número. Es la larga historia de una identidad que se construye cotidianamente en unidad, con emprendimiento y a veces con intrepidez.

Pasarán otros 200 años, lo importante es que aquella nueva gente sienta orgullo de sus mayores, tal como nosotros hoy veneramos a los próceres de la guerra de la independencia y admiramos a los visionarios paladines cruceños del siglo XX.

¡Somos un río de pie! Venimos del monte y de la selva, observando el horizonte que aparece como un mar verde, buscando siempre un mejor destino

¡Gracias a Dios, a la vida, a Santa Cruz y a su gente, que me han dado tanto!

*Publicado por primera vez el 24 de septiembre de 2010

Carlos Dabdoub Arrien / Expresidente Cívico, Vicerrector UNIFRANZ