14 de septiembre de 2023, 4:00 AM
14 de septiembre de 2023, 4:00 AM

A dos fechas de las Eliminatorias para la próxima cita ecuménica del fútbol en 2025, los resultados han sido completamente desventurados para Bolivia. Dejaron una herida abierta y profunda en el sentimiento futbolero nacional. Al siempre leal hincha boliviano, esta vez le costará mucho recuperar la credibilidad en una selección que, muy temprano, se ha mostrado como la más débil del continente. Las derrotas ante potencias como Brasil (5-1) de visitante y Argentina (0-3) como local, por cierto eran muy previsibles. Pero en ambas presentaciones, la Verde no mostró nada rescatable. Ni en lo colectivo, tampoco en lo individual. Nadie evitó la nota de aplazo.

La imagen ofrecida fue la de una palidísima expresión de un fútbol que ha involucionado en vez de experimentar algún grado de evolución. El equipo cuya conducción técnica fue encomendada al argentino Gustavo Costas, ni siquiera fue capaz de hacer respetar su localía sobre los 3.600 metros en los que está enclavado el estadio de Miraflores, en la ciudad de La Paz, y que en tiempos mejores ya muy distantes, se había convertido en reducto inaccesible para los visitantes y su pretensión de al menos rescatar un punto o de perder por cifras estrechas. La sensación de vacío por la ausencia total de argumentos futbolísticos del también llamado ‘Equipo de todos’, hace presumir que, aunque queda mucho camino por recorrer en la fase eliminatoria sudamericana, las cartas están echadas para Bolivia. Que sin mostrar mejoría alguna, en octubre volverá a morder el polvo de la derrota cuando reciba a Ecuador y luego en su visita a Paraguay.

Sería completamente injusto cargar sobre las espaldas de Costas y sus dirigidos todo el peso de la responsabilidad tras dos encuentros marcados por la derrota. La crisis del fútbol boliviano es estructural y de raíces profundas. Reveses como los registrados en un ‘septiembre negro’ para el más popular de los deportes en el país, son resultado de la ausencia de gestión, de planificación y de trabajo, imprescindibles para alcanzar objetivos. La más profunda crisis en la historia del balompié nacional tiene que ver con la incapacidad de cuántos, en las últimas décadas, se han alternado en sus mandos para nada más que beneficiarse con el goce y aprovechamiento de un espacio de poder como el que representa el fútbol, a la par de los jugosos ingresos que genera por diversos conceptos, entre otros la licitación de los derechos televisivos cuyos términos son todo un misterio hasta el momento porque la FBF que preside Fernando Costa mantiene en reserva las negociaciones con otras federaciones para dejar las cuentas en claro.

Nadie quisiera estar en los zapatos de Costa y de los miembros de su Comité Ejecutivo que poco antes del arranque de las Eliminatorias, anularon de un plumazo los campeonatos de la División Profesional y de otras categorías. Fue a causa de graves denuncias sobre encuentros ‘amañados’ o arreglados y que fueron entregadas al Ministerio Público para su investigación. Una investigación que demorará en esclarecer los hechos denunciados y que podría haberse llevado adelante sin necesidad de interrumpir abruptamente la competición que ya registraba un considerable avance, con perjuicios para unos y beneficios para otros equipos ubicados en uno y otro extremo de las posiciones.

 Con los tropiezos de la selección y la temporada 2023 en suspenso, crece la incertidumbre y el desencanto. El fútbol boliviano está en su peor momento. Es un enfermo crónico afectado por diversos achaques. El remedio para sus males tiene como componentes una conducción idónea, solvente y comprometida, nuevas y claras reglas de juego, mejores estructuras y mecanismos de control eficientes y transparentes. El diagnóstico está hecho y la receta es conocida. La cura es posible.

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