El Deber logo
13 de octubre de 2024, 4:00 AM
13 de octubre de 2024, 4:00 AM

Mario Ariel Quispe |pedagogo

Cada país tiene un modelo político económico y social que brinda la senda por la cual se alcanza el crecimiento y desarrollo económico; por ende, el modelo educativo tiene una fuerte relación con el mismo, pero también, responde a las necesidades de la sociedad (de igual modo que a la filosofía del gobierno de turno), aunque en muchos países el modelo educativo no cambia, a pesar de que el partido gobernante lo haga.

En el caso boliviano, desde diciembre de 2010, se cuenta con la Ley 070 Avelino Siñani, Elizardo Pérez. A partir de dicha ley, surgen las políticas educativas a implementarse en el subsistema de educación regular, subsistema de educación alternativa y subsistema de educación superior de formación profesional.

A nivel general se tiene el macrocurrículum de carácter externo e interno y brinda una respuesta a las demandas de la sociedad, pero también del mundo laboral; luego se aborda el mesocurrículum, en el cual se determinan las mallas curriculares que adaptan el diseño curricular a la institución. Finalmente, pero no menos importante, se tiene el microcurrículum, que implica los contenidos, actividades y recursos que se implementan durante el proceso de enseñanza aprendizaje que ocurre dentro del aula.

Es, justamente, en este nivel que se concretan las actividades para que el estudiante aprenda y su laboratorio es el aula, un aula de primaria, secundaria, de pre o postgrado, un aula en la que, como indica Gustavo Montaño, suceden “pequeños milagros”, día a día, gracias a la interacción docente-estudiante y estudiante-estudiante. Pero, ¿qué es lo que hacen realmente los profesores para que estos milagros ocurran? ¿Cómo logran los estudiantes aprender algo y que no se les olvide al final del día?

Si partimos desde el diagnóstico, que si bien, tiene el estigma de limitarse solamente a determinar los conocimientos previos de los estudiantes, o a conocer el “nivel” de conocimiento con el que llegan a determinado curso o semestre, también podría emplearse para conocer ¿qué ilusiones tienen los estudiantes? ¿Qué los emociona? ¿Qué les preocupa? Con estas preguntas, varios docentes van más allá de simplemente comprender si el estudiante sabe sumar o restar para abordar la multiplicación, o si sabe derivar para pasar a integrar.

El diagnóstico, realmente, tiene el potencial para conocer a los estudiantes de forma integral y así adecuar y ajustar algunos procesos y contenidos; pero también actividades. César Bona, en su libro “La Nueva Educación” decía “…hacemos todo lo posible por cambiar a los niños, cuando en realidad lo que tenemos que hacer es cambiar nuestra perspectiva de los niños” y en el caso de nuestros estudiantes, reprobar a una persona es bastante sencillo, lo difícil es comprender las verdaderas razones por las cuales un estudiante tiene un bajo desempeño, y eso va más allá de preguntas de selección múltiple en un diagnóstico.

El aula, como laboratorio de transformación, ha sido testigo de un sinfín de experiencias de vida, tanto para estudiantes como para maestros. Desde el brillo en los ojos del estudiante que aprende algo nuevo, pasando por la alegría de haber comprendido un tema que hace tiempo atrás no pudo captar o parecía imposible de comprender, pero también por el intercambio de experiencias que únicamente se logran en un lugar donde, desde los “contenidos cuadrados”, pueden llegar a ser algo divertido, llamativo y curioso, siempre y cuando se los planifique y oriente bien, hasta conocimiento en salud que nos ayudaría a salvar una vida, en caso de que sea necesario.




Tags