Cine Center. El presidente de Grentidem S.A. promovió las inversiones que trajeron al país las primeras salas múltiples y franquicias. Ve nuevas oportunidades de negocio

13 de octubre de 2019, 3:00 AM
13 de octubre de 2019, 3:00 AM

Sus orígenes humildes lo obligaron a ganarse la vida desde temprana edad. Jordi Chaparro aún no había terminado el bachillerato en su natal España cuando empezó a trabajar de mensajero en un banco. 

Sus compromisos laborales retrasaron unos años su formación universitaria, pero la experiencia obtenida resultaría invalorable: “Hice mi maestría de alguna manera a los 42 años, pero ya con una experiencia terrible, porque era el director general de una empresa que exportaba a 89 países”, rememora.

Con alma de trotamundos y buen olfato para los negocios, Jordi fijó su atención en Bolivia por primera vez en 1999, cuando el concepto de cine en salas múltiples estaba verde. 

Propició reuniones de un grupo español con un empresario boliviano hasta que la iniciativa fue madurando. “Vimos una gran oportunidad de invertir en Bolivia. En ese momento no había salas, ni patios de comida ni franquicias; estaba todo por hacer”, afirma.

El proyecto original se concibió para La Paz, pero al final se reformuló para Santa Cruz, dando nacimiento al Cine Center, un 6 de agosto de 2004. Un año más tarde, el grupo español Grentidem S.A., (GSA) –del que Jordi Chaparro es su presidente–, compró el 100% de la participación accionaria del empresario boliviano.

Pioneros en varios frentes

Chaparro cuenta que su grupo inversor se especializaba en montar cines en centros comerciales ya existentes. No esperaban que en tierra cruceña tuvieran que desempolvar otras habilidades para también desarrollar tiendas e incluso traer franquicias. 

El problema radicaba en que había que convencer a todos de la viabilidad del proyecto. “Recuerdo que, al invitar a los empresarios a sumarse al proyecto, me miraban con una cara de: ‘usted está loco’. Y ahora mira cuántas franquicias ya hay en los patios de comida”.

En tales circunstancias decidieron traer a Havanna, Freddo, Giordano y otras marcas, lo que significaba un esfuerzo pionero. Ya cuando el negocio de las franquicias estaba maduro, GSA decidió venderlas porque ese no era el ámbito en el que quería moverse. El grupo decidió enfocarse en cines y centros comerciales, y ahora, además de Santa Cruz, tiene locales en Cochabamba, La Paz, Tarija, Quillacollo y Riberalta.

Por otro lado, GSA diversificó sus inversiones en Bolivia en los sectores de la construcción, parque de diversiones, hotelería (Laguna Volcán) y en ganadería. “Estas inversiones han sido atípicas para nuestro grupo, pero creímos que había muchas oportunidades de negocios en el país. Estamos muy satisfechos de las inversiones que hemos realizado”, dice.

Chaparro recuerda que cuando Cine Center abrió sus puertas, se vendían 350.000 tickets al año. “El último año (2018) solo nuestro grupo vendió más de 4 millones de tickets”, asegura. “Ahí hay que sumar a las otras salas, que han engrosado las cifras de forma brutal; un gran mercado para el cine, que se abrió a partir de nosotros”.

Pese a la presencia de varios competidores, Chaparro considera que el país presenta condiciones favorables para seguir invirtiendo. “Ahora es el momento de dejar que los inversores vengan. El mercado es atractivo para las cadenas de cine, algunas de ellas mexicanas y americanas”. Aclara que las oportunidades se encuentran en ciudades desatendidas. “No se trata de abrir diez centros comerciales, con diez salas de cine en Santa Cruz, y que no haya ninguno en ciudades como Oruro o Sucre. Todos los mercados tienen un límite”.

 Goles e integridad

Una casualidad hizo que GSA incursionara en el mundo del fútbol profesional a través de la Copa Cine Center. Esta experiencia dio pie a que el grupo hiciera realidad su propósito de crear un programa de alto impacto social. Así nació la Fundación Gol Bolivia, que impulsa la formación de niños futbolistas de todo el país.

Jordi explica que la fundación tiene dos vertientes: la primera forma a jugadores de élite de gran potencial; y la segunda son escuelitas para niños de bajos recursos. “Nos dedicamos a que ellos hagan deporte como un sistema de integración; no es un programa solo para jugar al fútbol, sino uno que tiene valores éticos y una serie de mediciones dentro de un macroprograma”, complementa.

Jordi habla con satisfacción de cómo el programa cambia la vida de estos chicos. Basta mencionar uno de sus logros: “De los 180 jugadores de élite que tenemos, siete ya juegan en el exterior (Santos y Palmeiras de Brasil). No conozco a nadie que haya podido exportar, en pocos años, jugadores que se entrenen en el extranjero en equipos de gran nivel”.