La batalla de la esperanza
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Se acaba el año y, con él, cerramos un capítulo más de esta larga historia que juntos hemos escrito domingo a domingo. Treinta años después de iniciar esta travesía, me permito una pausa temporal para mirar hacia atrás, hacia el camino recorrido. Lo que encuentro no son solo cifras, teorías o estadísticas. Lo que encuentro son rostros, abrazos y la memoria viva de más de 5.000 estudiantes y me atrevería decir por lo menos 1.000.000 de lectores que, desde sus trincheras, siguen peleando la buena batalla de la esperanza. Concentrémonos en el tema educativo. La pasión de mi vida.
No es poca cosa. Cada una de esas vidas transformadas por la educación es, en sí misma, una pequeña revolución. Tal vez nunca lo habíamos puesto en números, pero hagamos un ejercicio de esos que tanto nos gustan a los economistas. ¿Qué pasa si asumimos que cada uno de esos profesionales que ayudamos a formar aporta, en promedio, 10.000 dólares anuales a la economía nacional? Pues resulta que, en tres décadas, hemos generado un capital humano equivalente a 1.500 millones de dólares. No está mal para un ejército de soñadores.
Pero, seamos francos, las cifras solo cuentan parte de la historia. Porque la verdadera riqueza no está en los billetes, está en las ideas. Está en cada negocio que abrió sus puertas, en cada empresa que sobrevivió a la tormenta, en cada familia que pudo mirar el futuro con menos miedo. La esperanza no se imprime en papel moneda, se siembra en los corazones. Y eso, no tiene precio ni tipo de cambio.
Ahora hablemos de mis artículos en la prensa nacional. Desde esta trinchera académica, la batalla ha tenido otra arma poderosa: la palabra. Desde el 9 de octubre de 1989, cada domingo, sin faltar salvo en los feriados navideños, he puesto en juego las palabras. Algunos dirán que los artículos de prensa no cambian el mundo, pero yo creo en la fe de la palabra escrita. Porque mientras haya ideas, debate, análisis, propuestas habrá futuro. Desde aquí, he intentado torcer un poquito el rumbo de la historia, dejando en cada párrafo una semilla de crítica, una chispa de indignación o una luz de esperanza.
Sé que no estoy solo en esta cruzada. Aquí, del otro lado de la página, están ustedes, los que leen, los que discuten, los que me escriben para disentir o para agradecer. Esta relación, a veces tensa, a veces entrañable, ha sido el mayor tesoro de estos años. Porque, al final, la verdadera batalla no se libra en las calles, sino en las mentes. Ahí se ganan o se pierden los futuros posibles.
La batalla no ha terminado. De hecho, me atrevería a decir que apenas comienza. No se trata solo de resistir, se trata de transformar. Y la gran transformación que necesitamos, la verdadera “revolución del bicentenario”, no será de litio ni de gas. Será la conquista del planeta de las ideas.
Es hora de cambiar el patrón de desarrollo. No más dependencia de los recursos naturales, no más “vivir del milagro de la naturaleza” como si el destino estuviera escrito en la geología. Es hora de hacer lo que nunca hemos hecho: apostar al capital humano. No al que “se fuga” a otros países, sino al que se queda y transforma. Necesitamos una nueva geografía de ideas donde la educación sea la brújula, la inteligencia colectiva sea la fuerza, y la creatividad sea el mapa.
Para lograr esto, propongo tres desafíos fundamentales:
1. Un encuentro nacional por la libertad, la productividad, la competitividad y la solidaridad.
Si seguimos peleándonos entre nosotros, seremos el país que, teniendo los recursos, no tiene progreso. Necesitamos un propósito común, una agenda compartida donde todos estemos de acuerdo en lo esencial. No es fácil, lo sé. Pero la esperanza nunca ha sido cosa de cobardes.
2. Cambiar el patrón de desarrollo.
Hemos vivido 200 años extrayendo lo que la tierra nos da. Eso se acabó. O aprendemos a extraer lo que la mente humana puede crear, o seguiremos rezando por milagros geológicos. La geografía de la riqueza no está en el subsuelo, está en las aulas, en los laboratorios, en los talleres de emprendimiento. Bolivia debe conquistar el planeta educación, el planeta de las ideas. Esta es nuestra gran oportunidad para convertir el bicentenario en un parteaguas histórico.
3. El propósito mayor: el choque educativo.
Sin educación, todo lo anterior es humo. La educación tiene que ser la “industria pesada” del siglo XXI. Y no hablo solo de aulas con pizarras, hablo de educación tecnológica, de inteligencia artificial, de formar gente que pueda entender y dominar el mundo digital. Esto no se logrará con discursos ni con buenas intenciones. Se logra con un plan claro, con un Estado que no estorbe y con un sector privado que asuma el liderazgo. Esta será la batalla más dura, pero también la más importante.
La batalla de la esperanza no es cosa de uno solo. No hay salvadores, no hay caudillos que lo hagan todo. Esta es una obra colectiva, donde cada quien pone una piedra. No creo en los líderes que gritan, creo en los que escuchan. No creo en los que se creen imprescindibles, creo en los que saben que solos no pueden.
Llega diciembre y, como cada año, es momento de hacer una pausa. De mirar hacia atrás, pero también de mirar hacia adentro. Quizás ha sido un año duro, con inflación, con escasez de dólares y con más incertidumbres que certezas. Pero, ¿saben qué? Aquí seguimos. Si algo nos enseñó la historia, es que la esperanza sobrevive a todas las crisis. No es ingenua, no es tonta. La esperanza es tozuda, es testaruda, y cuando le cierran la puerta, se cuela por la ventana.
Yo, por mi parte, me tomaré un respiro. Necesito reponer fuerzas, porque la batalla no se gana con soldados cansados. Volveremos con estos artículos dominicales la segunda semana de enero de 2025. Prometo regresar con más ideas, más sueños y, sí, con más esperanza. No porque sea fácil, sino porque es necesario.
A todos ustedes, mis lectores fieles, les deseo unas fiestas llenas de paz, de amor y, sobre todo, de esperanza. Que, entre el panetón y la sidra, se cuelen algunas buenas ideas. Que el año nuevo nos encuentre menos resignados y más dispuestos a dar pelea. Porque, al final, la esperanza no se rinde, se multiplica. ¡Feliz 2025!