9 de diciembre de 2021, 5:00 AM
9 de diciembre de 2021, 5:00 AM

Cierro el paréntesis que abrí en mi serie Bolivia y las mentiras refiriéndome a la más exitosa serie televisiva española de los últimos tiempos, La casa de papel (LCDP), y, como me referiré a su final, advierto a las personas que aún no la vieron que es mejor que no sigan leyendo.

LCDP tiene un final espectacular, digno de todo lo que vimos a lo largo de cinco temporadas; pero lo que llamó mi atención, y me motivó a escribir este artículo, es el acuerdo al que llegan el ‘Profesor’, Sergio Marquina y el coronel Luis Tamayo.

Lo que pasa, básicamente, es que Tamayo comprueba que toda la parafernalia que armó el profesor, al haber robado el oro de la reserva nacional de España, estaba llevando el país a la bancarrota. La única manera de evitarlo era devolviendo el oro y eso hace. El detalle es que lo que ingresa a las bóvedas del asaltado Banco de España, frente a las cámaras de todo el mundo, es latón cubierto de oro. Al comprobarlo, el coronel monta en cólera y golpea al Profesor, pero ya era tarde… no había marcha atrás. Si quería salvar la situación, debía hacer lo que Marquina le decía: fingir que los lingotes ingresados a la bóveda eran auténticos y montar la patraña de la muerte de la banda que, finalmente, se queda con el oro y a salvo de toda persecución.

Pero… ¿cuál es el detalle que amerita meter el asunto en esta columna? La capacidad de mentir que, según la serie, tiene España.

La serie televisiva tiene un montón de mensajes, desde el uso de Bella ciao, que era una canción de la resistencia italiana contra los nazis, hasta el hecho de que el padre del Profesor luchó contra el fascismo. A partir de ahí, no extraña que haya puesto por los suelos a España y su sistema de gobierno.

Pero lo de inventarse mentiras no es una ficción. España lo hizo, en el pasado, y siempre fue por razones económicas.

Cuando explotar la plata del Cerro Rico de Potosí se convirtió en una necesidad, y el principal obstáculo era la resistencia de los indios qaraqaras, la corona española, y sus escribidores, se inventaron una historia: dijeron que, cuando el inca Huayna Capaj mandó a sus exploradores a la montaña, este bramó diciendo “no toquéis la plata de este cerro, porque es para otros dueños”. De esa manera, se le dio un carácter divino y predestinado a la explotación de la plata.

Para extender el poder de su imperio, España inventó mentiras que todavía repiten muchos historiadores, como si fueran verdades. Los gobiernos de hoy en día hacen lo mismo, aunque, hipócritamente, ataquen a España por el colonialismo.

Así, la historia oficial es, nomás, una casa de papel que todavía no ha sido consumida por el fuego de la investigación historiográfica.

Juan José Toro Montoya es Periodista

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