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20 de noviembre de 2023, 3:00 AM
20 de noviembre de 2023, 3:00 AM

Hernán Terrazas E.

Si no fuera por la derecha, el gobierno no tendría ningún pretexto para justificar sus problemas. Ahora resulta que incluso los radicales del MAS son de derecha, casi neoliberales, sencillamente porque comparten intereses coyunturales con los opositores en la Asamblea Legislativa Plurinacional.


Después de gobernar durante años sin oposición y de imponer su agenda legislativa, al MAS le toca un escenario forzadamente democrático, en el que más por “picardía”, que por genuino interés en mejorar las leyes o buscar equilibrios, los asambleístas cercanos a Evo Morales han decidido poner trabas.

La nueva “derecha azul” también gobierna desde los espacios que no dejó de ocupar desde hace más de una década, sobre todo en la justicia, donde los sobrevivientes del “evismo” se dan modos para mostrar su influencia, incluso en el curso inesperado que toman los procesos en contra de alcaldes y gobernadores de oposición.


Sin la mano “derecha”, el gobierno no puede mover la izquierda y muchas de sus decisiones, incluido el presupuesto del Estado quedan en peligroso suspenso. Lo que no pudieron hacer durante años los verdaderos opositores, lo hacen ahora los contestatarios improvisados, quienes son señalados como “golpistas”.

El fuego cruzado ya no respeta jerarquías, ni símbolos. Evo Morales, por ejemplo, ya es un referente desportillado por los ataques de los ex amigos de su propio partido. El “comandante”, el “jefazo”, el indígena que devolvió el poder a los humildes, dirigente que salió de los cocales y llegó a Palacio Quemado, ahora es solo el mal padre que “dejó a sus hijos cuando más lo necesitaban”, el oportunista que “se pone la camiseta de la derecha”.

Y el presidente Arce, no es más el artífice del “milagro económico boliviano”, sino un simple “cajero” que no sabe salir de la crisis, el “ladrón” de la sigla, que “encubre” supuestos delitos de sus propios familiares.

El MAS ha comenzado a destruir los mitos que le permitieron construir la narrativa heroica compartida por millones de bolivianos que respaldaron ese proyecto durante casi las dos primeras décadas del nuevo siglo. El “proceso de cambio” es un eslogan sin efecto y la “revolución” una bandera sin himno.

Si hasta hace poco se decía que Morales era a tal grado invulnerable a las críticas, que podía ser atrapado infraganti cometiendo un delito y nadie lo iba a creer, hoy es un político como cualquier otro, con las mismas debilidades y ambiciones, con números rojos en las encuestas y más rechiflas que aplausos en los escenarios públicos.

Independientemente de los resultados de futuros procesos electorales, que seguramente confirmarán las tendencias de un desmoronamiento que se refleja en la información diaria, el MAS comienza a ser recuerdo, historia que pasa, la “derecha azul” y sus líderes, un retrato más, descolorido por los años.

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