Opinión

La gota que horada la piedra

25 de mayo de 2021, 5:00 AM
25 de mayo de 2021, 5:00 AM

Las sociedades modernas tienden a dividir el trabajo y a especializarlo. Si bien esta categoría, la división social del trabajo, se vio acompañada de un debate ideológico al señalarse que propicia explotación selectiva y fortalecimiento del capitalismo insensible, no es menos cierto que alentó el desarrollo de la creatividad y la inventiva. De la agricultura, trabajo genérico, se van separando los oficios y surge la innovación para la fabricación de instrumentos de producción, armas y utensilios domésticos, dedicados al intercambio y a facilitar las relaciones humanas.

La división del trabajo por sexo y edad, se presenta como la forma más sencilla en las sociedades primitivas. En la esclavitud, se separa la ganadería; el trabajo de artesanía se aparta de la agricultura, se independiza el comercio; nacen y se desarrollan divisiones de trabajo de tipo territorial, al mismo tiempo que cuando llega la sociedad industrial, el trabajador debe enfrentarse a la pérdida de responsabilidad, aumento de la dependencia, monotonía del trabajo y anulación del placer creativo. Durkheim en 1893 analiza la división social como hecho social que coacciona al individuo, al mismo tiempo que posiciona el problema de la solidaridad social.

Este debate clásico, debe resolver hoy sobre una realidad que por la pandemia está poniendo a prueba todos los saberes y su aplicación práctica de manera complicada. Dice William Ospina que “detrás del episodio está el telón de fondo: el virus termina siendo apenas el relámpago que deja ver la tempestad, desnuda las crisis que estaban guardadas. Si el desempleo se dispara en días, si la precariedad de las familias exige inmediatamente una renta compensatoria, si a la vuelta de la esquina aguarda el desorden social a punto de estallar, es porque una bomba estaba escondida debajo de la aparente normalidad del mundo”. Es a eso que nos ha mostrado el relámpago con su luz, que debemos enfrentarnos a marchas forzadas.

La agenda mundial se ha simplificado en el número de temas que debemos enfrentar por la urgencia repitiéndose la salud, el trabajo y la gobernabilidad como las prioridades. Y aquí empieza otro modo de separación entre personas y naciones, los que tienen el conocimiento y los instrumentos que ellos producen y están en oferta para su adquisición, la vacuna, por ejemplo, de aquellos que sobreviven sobre la base de su fuerza de trabajo y necesitan de la solidaridad para enfrentar las carencias.

Cumpliendo nuestra tarea en el territorio que nos corresponde y con los saberes que poseemos, en Bolivia debemos proponer soluciones inteligentes desde la base de nuestra realidad y las capacidades que hemos adquirido. Esta tarea no es transferible, y en la división social del trabajo, los que sabemos leer y escribir, debemos agudizar el ingenio para encontrar fórmulas prácticas y viables.

Por la vía de la evidencia, existen tres realidades que nos ayudan a comprender estas tareas. En materia cultural, hemos construido un instrumento que es posible compartirlo por su carácter mundial, al apropiarnos el conocimiento del siglo de oro traslado a Chiquitos. Lo chiquitano está alcanzando, a través de la partitura, un posicionamiento que se complementa de manera natural. Somos ciudadanos del mundo que aportamos cultural ancestral y otra enriquecida con los saberes de la cultura del planeta.
En materia política, principalmente desde la Guerra del Chaco, al apropiarnos de lo nacional popular y convertirlo en nacionalismo revolucionario, nos hemos dotado de instrumentos ideológicos válidos y aplicables a nuestra realidad.
Y en lo práctico, si logramos ajustar la conectividad con el reto urbano, la seguridad alimentaria, la sostenibilidad, las ciudades intermedias, con turismo y desarrollo económico local, podemos contar con una posibilidad de uso inmediato por haber sido validado por nosotros mismos.



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