20 de marzo de 2023, 4:00 AM
20 de marzo de 2023, 4:00 AM

El 9 de marzo, en Diálogos al Café, Fernando Molina afirmó que el MAS solo dejará en la historia el 22 de enero del 2006, fecha en que un indígena muy pobre, de origen campesino, alcanzó la Presidencia. El resto es parte del péndulo extractivista que nos lleva a dilapidar en un ciclo lo que se genera en otro.

Algo similar pasó con Goni, dijo Molina, que a cinco años de su partida ya no quedaba nada.

No fui parte del gobierno de Sánchez de Lozada pero creo que, al contrario, todavía pueden verse las huellas de sus gobiernos pese al persistente esfuerzo de todos sus sucesores. No habrán permanecido iguales a su diseño ni con el mismo nombre, y puede o no estarse de acuerdo con sus efectos, pero no puede negarse que están presentes.

Sin que el orden aluda a su importancia, comienzo mencionando la municipalización del país. No solamente pervive sino que goza de buena salud, tanto en su organización institucional, con pequeños cambios, como en los mecanismos de financiamiento automático, la coparticipación, que permite que el rincón más alejado cuente con un presupuesto de obras.

En el ámbito de la salud fue decisiva la introducción del Seguro Universal Materno Infantil, que no solamente vive, aunque le hayan cambiado el nombre, sino que sigue salvando las vidas de madres y niños en todo el país. La pensión universal no contributiva, que en su inicio se llamó Bonosol y debía financiarse con las utilidades de las empresas capitalizadas, se llama ahora Renta Dignidad y la financia el TGN. Incluso creció en cobertura y canalizó a las familias parte de las rentas petroleras.

Sobrevive el sistema de pensiones de capitalización individual. Aún maltrecho, su huella tiene 24 mil millones de dólares, un tercio de los cuales ha financiado parte de los gastos e inversiones del gobierno de Bolivia. Ahora se busca eliminar la competencia a través de una Gestora pública, que se justifica solamente en la idea de que las utilidades que pueda generar la administración de los fondos sean distribuidas en pensiones solidarias. Pero la idea de jubilaciones basadas en capitalización individual sigue viva.

En el ámbito institucional todavía hay diputados uninominales. No por los buenos resultados, ya que en general esta reforma no mejoró la representación política y debilitó a los partidos como instrumentos de la democracia. De aquellos años también persisten otras reformas menos asociadas a Goni pero en las que tuvo influencia, como la reforma constitucional que introdujo el Defensor del Pueblo y el Tribunal Constitucional, aunque tampoco puedan justificarse por sus resultados.

De la capitalización no queda nada, dijo Molina, fue revertida. Pues no tanto, digo yo. Un elemento clave sí fue revertido, el componente social que se expresó a través del Fondo de Capitalización Colectiva, que hizo a los bolivianos accionistas de las empresas capitalizadas. Esos accionistas fueron expropiados sin que se pagara la indemnización que establece la Constitución, y la propiedad pasó de nuevo al Estado. Fue la falsa “nacionalización” que dejó nuevos contratos a las empresas, asegurando la total recuperación de sus costos y la liberación de riesgos y obligaciones de exploración. El resto de la capitalización se fue disolviendo después de haber cumplido el objetivo de dinamizar inversiones (ENTEL, Ferrocarriles). Su eficacia fue clave para explicar la bonanza exportadora que hizo del proceso de cambio la etapa de mayor dinamismo de expansión del mercado en la historia reciente del país.

Con esas referencias, es absurdo proclamar la muerte del neoliberalismo cuando su institución principal, el mercado competitivo, es el mecanismo predominante en la vida económica del país.

Donde Molina tiene razón es en la eliminación de algunas instituciones centrales en las reformas de Sánchez de Lozada, como el sistema de superintendencias. Eran árbitros independientes del gobierno que podían proteger al ciudadano, sin obligarlo a buscar influencia política o corporativa, o acudir al sistema penal. Ya no existen, pues las han convertido en dependencias ministeriales, dejando inermes a los ciudadanos. Tampoco queda nada de la reforma educativa, aunque más lógico sería decir que no se desarmó la reforma sino la educación, con improvisaciones sin mejora efectiva. Olvidada está la Ley INRA y desprotegidas las áreas protegidas, pero para muchos campesinos e indígenas siguen siendo referencias.

Huella fundamental es que todo se hizo en 5 años (4+1), teniendo en ambos gobiernos una mayoría reducida y, por tanto, sin control del Congreso, sin bonanza exportadora y sin romper instituciones. Se demostró que es posible hacer cambios en democracia, en base a la negociación y el diálogo.

Las huellas de Sánchez de Lozada no son memoria, discurso o símbolos. Casi no hay nada de eso. Son realidades que todavía alientan modernidad y democracia y ofrecen señales que pueden orientar un quehacer futuro.


Roberto Laserna, economista