21 de marzo de 2023, 4:00 AM
21 de marzo de 2023, 4:00 AM

Bolivia atraviesa por un periodo de turbulencia económica. La caída de las Reservas Internacionales Netas fue el detonante de muchas malas noticias para el país. Una de ellas es la escasez de dólares, en lo interno, pero no es la única. Después se conoció la calificación de Fitch Ratings que baja de B a B- a Bolivia, con una proyección negativa. Por si fuera poco, el banco JP Morgan concluyó que el país superó los 1.000 puntos de riesgo país. Todo eso forma un paquete muy complicado y deteriora nuestra imagen a escala internacional.

¿Qué significa esto? Que Bolivia tiene una mínima capacidad de pago de la deuda y que el país es riesgoso para invertir.

Esta realidad no es gratuita. Desde 2006 se fue deteriorando la confianza que tenían los inversionistas extranjeros en el país. Con un discurso populista se produjo la mentada nacionalización de los recursos naturales, lo que cambió de pronto las reglas del juego para quienes ponían capitales foráneos para producir en Bolivia. Así fue que llevaron los compromisos a procesos de arbitraje y la mayoría fueron perdidos por el Estado nacional. Se quebraba la seguridad jurídica y la posibilidad de ser una nación atractiva para atraer nuevos capitales.

A ello se suman los discursos ideológicos de la extrema izquierda, que reniegan de unos países y se rinden ante otros. Esa mirada sesgada se refleja también en muchas inversiones que sí están en Bolivia. Por ejemplo, los capitales chinos o rusos, en desmedro de los que podrían provenir de Estados Unidos, Europa u otros países asiáticos. ¿Por qué unos son buenos y otros son malos? ¿Solo por ideología? Cuando lo lógico sería que se evalúen todos pensando en el bienestar económico de los bolivianos, en la capacidad de generar empleo digno.

Al margen están otros capitales ilegales; por ejemplo, los que explotan oro en el norte de La Paz y se llevan esos ingresos, sin declararlos formalmente y sin dejar tributos para el Estado, aprovechando las grietas que deja la corrupción.

La imagen de Bolivia en el mundo está deteriorada por todas esas razones, aunque el Gobierno insista en que el país es una isla con baja inflación y alto crecimiento económico, y que por eso recibe aplausos del mundo. Eso no genera inversiones si a la hora de hacerlas hay inseguridad jurídica y problemas graves como el contrabando, la invasión de tierras productivas, el narcotráfico y la incertidumbre sobre las reglas del juego que hay para invertir.

El problema es que tampoco se nota un esfuerzo por mejorar esa imagen. Las embajadas son ocupadas por políticos leales al Gobierno y, en muchísimos casos, por gente que no tiene la formación ni la capacidad y accede a cargos diplomáticos sin un esquema de trabajo y solo como compensación a su trabajo partidario. No existe promoción de inversiones en el extranjero, no hay un plan y hasta parece que no interesa.

Bolivia debería trabajar a fondo el mejoramiento de su imagen internacional, junto con un esquema de atracción de inversiones. Quizás si los capitales extranjeros llegaran en mejores condiciones y en mayores cantidades se podría resolver el problema de la exploración de hidrocarburos, generar competencia para la explotación del litio o incrementar la producción agropecuaria de exportación.

Para ello se necesita mirada larga y visión de estadista. Pensar a Bolivia a largo plazo implica dejar de estar en la pelea pequeña por la candidatura de un partido y hacer historia a partir de políticas inmediatas que permitan superar las turbulencias económicas actuales.

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