23 de marzo de 2023, 4:00 AM
23 de marzo de 2023, 4:00 AM


No me habría sumado a la enorme cantidad de notas que se han escrito a propósito del fallecimiento del escritor chileno Jorge Edwards, si no fuera porque, además de ser un gran novelista, nada menos que Premio Cervantes, fue alguien a quien aprecié mucho por su cordialidad y simpatía, sin poder preciarme de decir que llegara a ser mi amigo.

A Edwards me lo presentó en su residencia de Santiago de Chile, el cónsul general boliviano de entonces, Mariano Baptista Gumucio (1998), ese sí mi amigo apreciado. Yo ejercía las funciones de embajador en Argentina por entonces, y fui a Chile, invitado por mi editora, la española Alfaguara, para presentar la edición chilena de mi primera novela: Luna de Locos. Mariano y Beatriz Rossells invitaron una deliciosa comida boliviana, obviamente que de las manos exquisitas de la académica Beatriz y recuerdo que, a los postres, se bailó una cuequita, con Edwards observando muy entusiasmado.

El escritor, querendón de Bolivia, seguramente apalabrado por Mariano, aceptó ser uno de los presentadores de mi libro y esa noche tomando unos vinos comentó que Neruda le había sugerido a él que escribiera una novela de borrachos, jugadores, violadores, y de mujeres sufridas, pero que no lo había hecho y que ahora eso lo encontraba en mi libro. Luego de la presentación publicó en El Mercurio: “La novela me provoca una primera perplejidad. Es una especie de “western” en la región de Santa Cruz de la Sierra: historias de locuras, amores desorbitados, travesías por la selva, juegos de azar, crímenes. Uno creía que el criollismo, el regionalismo, la novela selvática, habían terminado, por lo menos en su forma realista, sin el elemento del realismo mágico y resulta que aquí lo tenemos de vuelta sin el menor complejo, atrapando la atención del lector con toda soltura”.

Volví a verme con Edwards en Madrid, el año 2002, en un encuentro de escritores donde el autor recientemente fallecido me presentó a Mario Vargas Llosa. Fue un almuerzo encantador donde me sentí halagado de estar con dos de los novelistas más destacados (ambos por entonces premios Cervantes). Y mi último encuentro con Edwards fue hace ya unos 15 años, en el consulado general de Chile en La Paz, reencuentro grato y divertido, plagado de anécdotas, como era toda tertulia con él. Eso, en cuanto a mí, que es lo menos importante en estos momentos.

Jorge Edwards, siendo de la rama económicamente modesta de una familia poderosa, fue militante de la izquierda chilena, al mismo tiempo que un defraudado del comunismo cubano, del que se alejaron muchos escritores, inicialmente admiradores de la Revolución y solidarios con ella. Edwards, diplomático de carrera, había sido enviado como encargado de negocios a La Habana, en tiempos de Allende, y su decepción con la dirigencia isleña, por el abuso contra todas las libertades, lo conmovió. Su protesta por el “caso Padilla” y los abusos contra la intelectualidad cubana contraria el régimen, hicieron que Castro señalara a Edwards como poco grato y exigió su cambio a la Cancillería de Chile. Fue declarado “persona non grata” y debió salir de Cuba, estando en plenas funciones. De su experiencia escribió
Persona non grata, con una fuerte crítica al régimen castrista. Aconteció que, simultáneamente, autores como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Rulfo, Semprún, la Sontag y muchos más, se alejaran del estalinismo “fidelista”, con excepción de García Márquez, Cortázar, Walsh, y algunos intelectuales, como Sartre por ejemplo.

Edwards mantuvo una relación muy intensa y al mismo tiempo difícil con Pablo Neruda, hombre de caprichos de diva. Además de ser su admirador fue su estrecho colaborador, como ministro consejero, cuando Neruda se desempeñaba como embajador en París, durante Allende. En el interesantísimo Adiós Poeta, Edwards cuenta de la vida de Neruda, de sus amistades, de su matrimonio, de sus amores y sus fobias, y de su genialidad. Cuenta no solo lo que fue París y los inmensos halagos que recibía el vate, sino la vida de Neruda y Matilde Urrutia en Isla Negra, su firme filiación comunista, su importante participación en la política chilena que le provocó persecuciones, además de su desmedido hedonismo que lo hacía notar, sobre todo, en su amor por la buena mesa.

Edwards no es considerado parte del “boom”, de la nueva narrativa latinoamericana, de lo “real maravilloso”, como García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar, Roa Bastos, José Donoso y algún otro, tal vez porque su literatura no encajaba en esa tenue línea que separa una tendencia de otra. De todos modos, ha partido hacia lo desconocido un grande de las letras, un hombre que supo apreciar su existencia y supo cómo vivirla.

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