Barrios tipo favela, una quinta municipal y elegantes condominios ya perforaron la zona de protección. Nuevos emprendimientos apuntan a quedarse ahí. Los vivientes no quieren abandonar su territorio, tienen trabajo y servicios básicos

18 de octubre de 2021, 4:00 AM
18 de octubre de 2021, 4:00 AM

Amparo Ruiz, la vicepresidenta del barrio Puerto Busch, ubicado dentro del cordón ecológico, entre las avenidas Busch y Centenario, asegura que vive ahí desde hace más de tres décadas. Ese lugar ha visto nacer y crecer a sus hijas, y también acoge a los padres de Amparo.

Fenelón Vargas es el presidente de Puerto Busch, el mismo barrio donde hace unos días el alcalde de Santa Cruz de la Sierra, Jhonny Fernández, hizo una inspección, luego que el concejal Federico Morón denunciara una serie de irregularidades dentro del cordón, pero en otro punto.

Fenelón habita las entrañas de la zona protegida con su esposa, sus tres hijos, sus suegros, cuñados y sobrinos. Los menores acuden a un colegio fuera del cordón, a cinco cuadras. La atención médica de los vecinos queda en manos del centro de salud Perpetuo Socorro.

Fenelón se asentó ahí porque su hermana mayor vivía en el lugar, y él ya no podía pagar un alquiler de Bs 700.

Para los dos dirigentes, queda claro que el cordón no es una taza de leche, pero tampoco están de acuerdo con la imagen generalizada de que únicamente es zona de asaltantes y drogodependientes. “Siempre hemos mostrado dónde quedan las favelas de los drogodependientes, que vienen del canal, de las gradas, del terraplén. Nosotros estamos adentro, el barrio no tiene nada que ver con ellos. Tantas batidas que hubo, hasta han sacado a nuestros maridos de la cama, a gente que trabaja y que se gana el día a día, pero a los viciosos no los llevan, ni la misma Alcaldía ha podido venir a llevarlos. No son hijos de nosotros, sino de la calle”, explicó Ruiz.

A la gente que los mira mal por vivir en la “supuesta zona roja”, pide que se den cuenta de que no solo en el cordón hay maleantes. Afirmó que, cada vez que hacen batidas en la Doble Vía a La Guardia, esos chicos se refugian en el cordón porque es monte.

Cuando se le preguntó a Fenelón qué tipo de personas habitan el cordón, aparte de los que se conocen como “hombres topo”, respondió que son no profesionales, y se pone como ejemplo, “yo trabajo con muebles, soy carpintero, tengo mi taller”, compartió.

Más allá en otras casas, hay vehículos con letrero de truffis. En el cordón viven choferes, electricistas, plomeros, etc. y, a un lado, en la entrada, las personas, niños incluidos, con problemas de adicción a las drogas.

Fenelón reconoció que, como la mayoría de los hombres de la zona, trabajaba como ripiero cuando recién llegó, pero dijo que ya no es negocio, menos con la pandemia. “Con suerte se venderán dos o tres camionadas de ripio ahora”, dijo.

Obra social

El barrio Puerto Busch ya tiene una iglesia y también pastor, otro habitante del cordón, al que Fenelón apoya en esta labor.

Entre sus logros, el presidente del barrio celebra la rehabilitación de una mujer de 40 años, y de su ayudante, un soldador, a ambos los llama mis hijos. Sin embargo, reconoce que el reto no es fácil. “No hay nada más lindo que verlos rehabilitados, pero también tuvimos un niño de nueve años que solo aguantó una semana y después se fue, dijo que no podía estar sin droga, consumía pitillo”, contó.

La tarea de rehabilitar y hablar de Dios no es sencilla, Fenelón cree que la dureza de corazón es impresionante “porque Dios mismo no vive en las personas mayores, que deberían ser ejemplo para los niños”.

La labor de fe de Fenelón empezó porque él fue adicto a las drogas. “No me da vergüenza decirlo porque con mi recuperación engrandezco a Dios. Estuve diez años metido en las drogas, desde los 11 años; mi hermano sembró en mí la semilla de Dios porque cuando entró a Palmasola cambió y me habló de Dios, él era de los que menos creía. Y también tuve mucho apoyo de mi esposa”, confesó.

Hace poco, EL DEBER confirmó que en la entrada del cordón hay venta de drogas, específicamente en las gradas de entrada al barrio Puerto Busch. A algunos les incomoda este tema, pero reconocen que sucede.

Fenelón sabe que las personas tienen miedo de entrar al cordón y reconoce que tienen razón. “No puedo esconder las cosas. Mi lucha es con los señores que asaltan, y también con la Policía, que el otro día me agarró y me llevó, les dije que más bien aprovechaba para decirles que ellos conocen a los que asaltan y que podíamos reunirnos para agarrarlos y ver si hay denuncias contra ellas porque hay personas perjudicadas y una de ellas es mi hermana porque cuando estaban asaltando le dijeron que no se meta o la asaltarían a ella”, contó.

Como conocedor de La Biblia, sabe que si calla se convierte en cómplice, por eso no niega lo que ocurre, pero deja claro que son personas de afuera. “Si yo fuera el de antes, si no conociera la palabra, hace rato me hubiera partido con ellos”, reflexionó.

Para evitar cualquier tipo de riesgo para sus hijos, que entran y salen por ahí, Fenelón dice que todos los días su esposa revisa hasta el último mensaje a sus hijos.

“No puedo decir que no haya chicos de acá que no se droguen. Yo manejo personas viciosas en mi casa y no puedo esconderlo, vienen de afuera. A mi esposa le digo que quiero ayudarlos porque yo nunca recibí ayuda, pero sí tuve a una esposa que me apoyó. Hay muchas personas sin padre ni madre, violados, que abortaron, son muchos cuentos, si yo contara todo lo que escucho… pero hay gente que no los quiere, dicen que son atrevidos”, reconoció.

Según el presidente de barrio, esos chicos duermen en el monte, en el empedrado, porque nadie los quiere tener en las casas. “Se pelan las cosas y las venden, por eso la gente no los quiere. Hay que ser precavidos con ellos, no podemos dejar la ropa ni las colchas afuera”, reconoció.

La mayoría de las 70 familias que viven en Puerto Busch no se relacionan mucho con los “hombres topos por las faltas de respeto”, dijo.

Amparo Ruiz agradece que nunca fueron agredidos y lamenta que, como barrio, hubieran mandado cartas al Comando de la Policía, pero que la respuesta siempre es que no se metan con ellos, porque para eso están los uniformados.

“La Policía no hace nada, y no porque no quieran, sino porque no hay dónde llevarlos, un sitio de encierro donde se los rehabilite, los que van a centros es porque quieren, por propia voluntad, pero no hay una ley que los obligue”, cuestionó.

Sobre la venta de drogas, Ruiz dijo que es un problema de siempre, no reciente, y que son varias casas las que venden, sobre la entrada, que son las viviendas vacías que quedan para los viciosos, algunos de los cuales también venden droga. “No hay alguien que yo pueda decir que es la cabeza de esto”, aseguró.

Cuando los hijos o nietos llegan de noche, los mayores tienen que salir al cuarto anillo para recibirlos y evitar que les ocurra algo. Lo mismo cuando tienen invitados o alguna celebración. “Sé que es peligroso y es obvio que asaltarán a la gente que no vive en el barrio, por eso espero que tomen un taxi, no los voy a largar a su suerte”, dijo.

Ruiz cree que si se subieran videos de todos los robos, no solo estaría en la mira el cordón. Dice que pasa en todos lados y que nada más que ellos están mal vistos porque se trata de la zona del cordón ecológico. Creo que es por intereses de otros vecinos y de que nos salgamos de acá los vivientes, creo que ellos quieren entrarse y apropiarse de este lugar. Son los vecinos de enfrente los que suben esos videos y hacen el alboroto”, cuestionó.

No a la reubicación

Miriam Osinaga vive hace más de 30 años ahí. Cuenta que son como diez los barrios en todo el cordón. Están el Ambrosio Villarroel, Las Cabañitas, zona 4 (Las Carmelitas), Km 6. “Desde el km 6 hasta el Isuto son como cinco barrios, pero pasando el Urubó hay otros cinco. Del otro lado son más poblados, Puerto Busch, Agua Hedionda y Canal Isuto son los más pequeños”.

Actualmente tienen servicios básicos, antes tomaban agua de paúro y, ante la negativa municipal de dotarles agua potable, se fueron al Ministerio de Agua, donde les dieron una resolución hace como diez años. “Acá no querían darnos porque no teníamos la minuta”, explicó.

No acepta la reubicación propuesta por el alcalde y por anteriores gestiones, porque ya tiene una vida hecha ahí, a pesar de las limitaciones de la normativa, que le impiden hacer mejoras en la vivienda, dice. “No podemos ni hacer un puente cuando se inunda. Tengo una casa pequeña y cuando llueve entra el agua”, compartió, mientras hacía el recorrido por su vivienda de madera, con piso de tierra, de máximo 50 metros cuadrados.

“Siempre hemos sido marginados, pero cuando hay campaña llegan hasta aquí, por ejemplo los concejales de Jhonny vinieron a repartir víveres”, aludió.

Los habitantes de Puerto Busch ya saben que en otro lado también han invadido el cordón, pero a diferencia de ellos, con grandes inversiones, por eso exige que la ley y la presión sea pareja.

Mientras que en un lado Fenelón ha registrado “23 hombres topo” cerca de las precarias viviendas de Puerto Busch. En otro punto, catalogado como crítico por el Searpi, por la avenida final Piraí, empieza a emerger algo que ya parece nueva ciudad. Y mirando por satélite, la erosión, deforestación e invasión es más grave y en una magnitud mayor de lo que se confiesa.