6 de diciembre de 2022, 4:00 AM
6 de diciembre de 2022, 4:00 AM


En la historia contemporánea de nuestro país, pocas veces hemos visto que la ciudadanía decida mantener por tanto tiempo un paro que a claras luces complotaba contra su bienestar, es más, que su persistencia y decisión se incrementara a medida que la protesta se extendía. Se ha atribuido este fenómeno a la conciencia cívica y ciudadana de la población cruceña, y esto es sin duda cierto, pero en realidad expresa mucho más que la mera conciencia de los derechos y las necesidades que experimenta el departamento, en realidad, se presenta como una forma particular de los fenómenos de protesta social que desde mediados del siglo pasado surgieron casi en todos los países de occidente. En el fondo, muestra a su manera el agotamiento de las formas de representación y participación política que, hasta finales del siglo XX, se mostraban dominantes.

La protesta social se ha extendido por todo el planeta. Un estudio realizado por la Friedrich Ebert Stiftung y la Iniciativa para el Diálogo de Políticas (IPD) y algunas universidades norteamericanas a lo largo y ancho del planeta durante el 2006 al 2020, mostró que en todo el mundo los ciudadanos protestaron más que en ninguna época pasada, en todos los casos, (independientemente de la razón que hubiera servido de detonante) la razón última era “una mejor democracia” y “justicia social”, o lo que se ha dado en llamar una “democracia más real”.

Más allá del problema que diera inicio a grandes movilizaciones sociales como las que vimos en Chile el año pasado, que se iniciaron ante el descontento social por el incremento de los pasajes en el metro de Santiago, o las que sacudieron Zinbabue por el aumento del precio de la gasolina, o Argelia contra el quinto mandato de Buteflika, o Haití por la renuncia de Jovel Moise, o Hong Kong contra la Ley de Extradición, o las de las valientes mujeres iraníes motivado por el asesinato de Masha Amini y la negativa a utilizar el velo (hiyab) que ordena la tradición religiosa musulmana, o la boliviana por la aprobación de una ley por la ejecución oportuna del censo, cualquiera de estas razones para protestar está motivada en realidad por la certidumbre de que vivimos la crisis de representación y de participación social más profunda en la historia del capitalismo, la modernidad y occidente. Los ciudadanos no se sienten parte de la dinámica del poder, y perciben que ésta se ejecuta entre corredores secretos, convenios y arreglos furtivos en un ambiente de corrupción, inequidad y desprecio por sus derechos.

Bolivia no es la excepción, lo que distingue el caso boliviano es que la protesta encontró en la ciudadanía cruceña un escenario de conciencia cívica y democrática irreductible. No se trataba solo de la fecha del censo, en realidad lo que puso en el tapete es la vigencia de un modelo de Estado que, desde mediados del siglo pasado, a título de democracia fue cerrando los mecanismos de representación y participación en el poder de las nuevas fuerzas sociales (particularmente femeninas) bajo un sistema obsoleto. Es en realidad un ajuste de cuentas con un modelo democrático que ya no responde a las nuevas condiciones sociales, económicas políticas y culturales del país. El movimiento por el censo decretó el final de un paradigma que se inició a mediados del siglo XX, atravesó una serie de ciclos y transformación y concluyó en una expresión indigenista y autoritaria bajo el mando de Evo Morales y el MAS.

La crisis global de la democracia está signada por profundos cambios en la esfera social. El mundo que se dividía entre obreros y burgueses, entre izquierdas y derechas y entre ideologías progresistas y conservadoras ya no es el de los ciudadanos del siglo XXI. No es el de las amas de casa, ni el de los miembros LGBT, ni el de los campesinos urbanos y menos de la nueva “burguesía popular”, madre histórica de un “capitalismo popular” que mueve economías informales inmensamente poderosas.

Esos nuevos actores de la historia expresaron, en el caso boliviano, a propósito de la fecha del censo, la certeza de que la democracia tal como la vivimos se ha agotado, que lo que conocemos como “el periodo democrático” (1982-2006) hizo, con luces y sombras, lo que tenía que hacer y ahora debe dar paso a una democracia ciudadana capaz de transformar la realidad nacional en un horizonte más inclusivo, más equitativo y más justo. En el fondo, lo que estamos pidiendo es una democracia más “real” porque la historia reciente nos ha dejado claro que las dictaduras disfrazadas de democracia son falsas.

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