3 de enero de 2023, 4:00 AM
3 de enero de 2023, 4:00 AM


La derrota en la Guerra del Pacífico trajo consigo desprestigio y deslegitimación de políticos y militares. Mientras el partido Conservador buscaba la paz con Chile para exportar sus minerales vía Antofagasta mediante un ferrocarril desde Oruro, otros no aceptaban la paz con el país agresor. Eran los liberales. Finalmente, el presidente de la República y potentado industrial minero, Aniceto Arce Ruiz (1824-1906), consigue una vía férrea hasta Chile –el primero en Bolivia, construyendo el ferrocarril Ollague-Oruro-Antofagasta, logrando así reducir los costos de transporte de los minerales hacia puertos internacionales, además de perjudicar la demanda de productos cruceños en los centros mineros andinos por aproximadamente 60 años. Este fue el detonante que hizo explotar la ira de los cruceños. Como muy bien señala Gustavo Rodríguez Ostria, para los gobernantes bolivianos, Santa Cruz solo estaba destinado a ser una “isla de confinamientos de sus adversarios políticos y que a lo sumo miraban teóricamente como un edén a la espera de ser descubiertos y una simple promesa de futuro, llamado siempre a ser burlada por el Gobierno central”.

Bajo estas circunstancias, el domingo 2 de enero de 1891, los coroneles Domingo Ardaya (cruceño) y José Domingo Ávila (tarijeño) –ambos exprefectos de Santa Cruz– y los civiles Jerónimo Otazo (antiguo compañero de Andrés Ibáñez) y Augusto Toledo, promueven una revolución federal, bajo el grito de ‘Federación o muerte’, cuyos principios estaban identificados con los federalistas cochabambinos de 1871.

Para esta insurrección, crearon su propia moneda que llevaba la inscripción de ‘Estados Unidos de Bolivia’ para solventar sus requerimientos administrativos; también fundaron su propio banco denominado ‘Oriental’. Se organizó un ejército con un batallón de infantería, una brigada de artillería y tres regimientos de caballería. Se conformaron la Junta Gobernativa y la Cámara Legislativa y se amplió el número de servidores públicos como alcaldes, corregidores, comisarios, fijándoles nuevos salarios. Nadie puso resistencia al ver a la población unida y dispuesta a imponer su voluntad. Esta suerte de “golpe de estado regional” conocida como de los ‘Domingos’, desconoció al Gobierno andinocentrista.

Entre otras medidas asumidas por dicha Junta, se conocen disposiciones sociales a efecto de superar la labor de los ‘enganchadores’ que practicaban el esclavismo, reclutando braceros para venderlos a los patrones. En el orden económico, asumen una actitud proteccionista a la agricultura e industria, disponiendo “la rebaja de impuestos a la producción de azúcar, con el objetivo claro de mantener sus precios a niveles adecuados con relación al mismo producto proveniente del exterior…”.

Al parecer, este movimiento tuvo “un gran apoyo de la población, debido al cuestionamiento justificado al gobierno central por la falta de atención a las necesidades más elementales de vinculación vial, así como a la no solución de problemas sociales y al escaso presupuesto de las instituciones estatales”. José Luis Roca refiere que “al igual que Ibáñez, los Domingo –Ávila y Ardaya– tuvieron que enfrentar el rechazo de la élite cruceña más interesada en lograr acuerdos con el poder central de los que podría beneficiarse, que en apoyar reivindicaciones de más largo alcance, aunque de éxito dudoso”.

La proclama federalista del 3 de enero de 1891 expresaba que “...el ferrocarril andino que rompe la solidaridad de interés del interior de la República con el departamento de Santa Cruz y deja a este condenado a perecer en el aislamiento, á virtud de la competencia que deben sufrir sus ricos y variados productos”. “Mucho tiempo que nuestra república cansada de sufrir bajo el ominoso yugo del unitarismo, clamaba por el cambio de la forma de gobierno”.

Una vez más, el Estado acusó a este movimiento de separatista y respondió con la represión. El Gobierno de Aniceto Arce envió una tropa bajo el mando del general de Brigada Ramón González (1831-1906), apodado ‘Pachacha’, que retomó la ciudad el 20 de febrero del mismo año, encarcelando a muchos hombres a los que calificó de “facciosos, delincuentes, revoltosos, sediciosos y fugitivos”, pasándolos a la justicia ordinaria boliviana de inmediato. Otros revolucionarios federalistas siguieron al Brasil, tras la ruta de Chiquitos, rumbo al exilio.

La invasión a Santa Cruz hoy vuelve a repetirse. Fuerzas foráneas del “orden” de otros departamentos arribaron para provocar vejámenes e ignominia al pueblo cruceño. La proclama a viva voz de un policía en un video: “Feliz Año Nuevo camaradas. Le estamos sacando la m…a estos cambas hijos de p…”, expresa el sentimiento del poder central autoritario hacia un departamento que no arriará las banderas de la democracia, la justicia, exigiendo la libertad de nuestro gobernador electo, Luis Fernando Camacho Vaca. Santa Cruz nunca morirá.

Al contrario, cada embate o agresión que sufre esta región, fortalece todavía más el espíritu de su gente que sigue firme como un “río de pie”, y tal como dice la canción popular: Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / Soy como el junco que se dobla / Pero siempre sigue en pie / Resistiré, para seguir viviendo / Soportaré los golpes y jamás me rendiré.

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