8 de marzo de 2024, 4:00 AM
8 de marzo de 2024, 4:00 AM

Permítaseme hacer público un momento emocionante que acabo de vivir.

A los años que me entero de que un hombre de letras, don Pedro Shimose, el primer día de 2016 escribió un artículo que tituló “Un moralista camba”, en el que se refiere a mi persona en términos elogiosos y sobre todo a las crónicas que escribía en El Deber.

Tengo que admitir que me emocioné hasta las lágrimas y de inmediato me puse a cavilar, y así me pregunté: ¿Cuántas veces habré llorado en mi ya larga vida ante infortunios y andares errados y vacilantes? Decenas, sin dudar. Y, ¿cuántas veces habré llorado de felicidad en esta mi existencia tan anodina? Para contarlas son suficientes los dedos de una mano: tres veces cuando nacieron mis dos hijas mujeres y mi hijo varón (benditos sean porque son quienes me arropan en mis desventuras), y dos veces gracias a Pedro Shimose: la primera hace unos diez años cuando me llamó desde Madrid para felicitarme por el artículo que salió aquel día en El Deber, en el que condenaba la manía en que hemos caído en los últimos tiempos en Santa Cruz de reemplazar nuestros modismos de los cuales, por el contrario, deberíamos ser celosos guardianes porque son parte de nuestra identidad. En esa oportunidad mencioné un caso por demás de grosero: unos días antes decidí almorzar en el linajudo Círculo de Amigos (de la calle Independencia) y en la oferta culinaria leí que una de las sopas era “chairo”; probaré este plato colla, veré en qué consiste, me dije, y lo pedí, topándome con nuestro sabroso, nutritivo y económico remojau. ¡Cómo no cargar tintas contra semejante despropósito! Todo inútil porque, más de una década después, mentecatadas de este calibre no solo siguen vigentes, sino que aumenta a toda mecha porque, además, los okey, los guau y tantas otras yerbas del extranjero están entrando a paso de parada.

De vuelta a lo que motiva estas líneas, lo cierto es que las palabras de Shimose me emocionaron al punto de humedecer mis ojos, quedándome quieto unos instantes, reflexionando. Al cabo me sentí feliz, muy feliz, porque no es poca cosa que un poeta y literato consagrado, en éstos y otros campos del saber, tome el teléfono para felicitarme y conversar un rato, muy agradablemente por cierto; como lo hacía cuando llegaba a El Deber donde, después de visitar a mi inolvidable hermano Pedro, iba de piso en piso y de mesa en mesa charlando con todo el mundo: desde el diagramador y el corrector, pasando por los periodistas de sociales, de deportes, de economía, hasta llegar a la jefatura de redacción, derrochando en cada “parada” su sencillez característica.

Como expliqué al principio, algo parecido había acontecido hace poco más de ocho años, el 1 de enero de 2016, día en Shimose escribió ese comentario en el que resalta mi trabajo de articulista, es más, generosamente se refería a algunas particularidades de mi persona y de mi vida, que siempre fueron sencillas. Caramba, hasta trazó un paralelo con hombres de letras del Oriente boliviano, algo en lo que don Pedro, indudablemente, se excedió en su benevolencia. Pero como no aprendí a “manejar” las modernas maravillas de las comunicaciones, no me enteré hasta hace unos días, a través de un amigo que suele “navegar” en el ciberespacio, de esos conceptos tan enaltecedores que Pedro Shimose emplea para destacarme. Palabras que, de verdad, me han abrumado pero que también me han hecho llorar de felicidad.

Qué tal esa, cuando a los 86 podría seguir lamentándome porque se me fue la vida sin salir de las tinieblas, he aquí que estoy lagrimeando de felicidad gracias a unas loas tan generosas de ese pensador de fuste que es Pedro Shimose.

AL MARGEN: Agradezco a EL DEBER por darle cabida a este escrito que, en realidad, más que nada es de tipo personal.

Tags