Opinión

“Las cenizas del cóndor”

18 de mayo de 2020, 3:00 AM
18 de mayo de 2020, 3:00 AM

Aprecio mucho que me obsequien libros y mis amigos lo saben, por eso me traen o me envían libros desde sus países de origen o de ciudades que visitan. Hace un par de meses viajé a Montevideo y, en esa hermosa ciudad de Onetti, Vilariño, Benedetti y Galeano, la poeta querida Madelon Algalarrondo me obsequió varias novelas de autores uruguayos, entre ellas una que se titula Las cenizas del cóndor, de Fernando Butazzoni.

Han pasado más de cuatro décadas desde que, un 25 de noviembre de 1975, se realizó una reunión en Santiago de Chile entre los jefes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y por supuesto de Chile; la reunión propiciada por la CIA tenía el propósito de establecer acuerdos para combatir conjuntamente a los militantes de izquierda de estos países, entregando los prisioneros al país de origen. Fernando Butazzoni (1953), escritor uruguayo hurga en ese pasado y, casi de pasada, encuentra un testimonio que dará lugar a una de las mejores novelas sobre este tema, del que todavía falta mucho por escribir, especialmente en Bolivia.

Las cenizas del cóndor es una novela basada en las libretas de notas que dejó un ex oficial de ejército uruguayo, miembro de los servicios secretos de su país, encargado de coordinar con las otras dictaduras la entrega de prisioneros, que se suicida dejando a su hijo con la sospecha de ser hijo de desaparecidos. A partir de una llamada telefónica de ese hijo se desata una trama de amor, valentía, crueldad, cinismo y contradicciones morales y éticas. Siempre he creído que una buena novela es una indagación profunda del ser humano y en esta obra Butazzoni indaga, es decir mete la daga, en el alma de los protagonistas, entre ellos una uruguaya detenida en Chile y entregada a los servicios de inteligencia de Argentina para luego pasar, como si fuera un objeto, a manos de los esbirros de Uruguay y un hijo nacido en las celdas y desparecido que es recuperado, harán del argumento, en más de setecientas páginas, una de las grandes novelas latinoamericanas que he leído en los últimos años.

Butazzoni señala. “Ahí hubo un gran incendio que nos quemó a todos como sociedades, y después el viento dispersó las cenizas, pero no se evaporaron, no desaparecieron. Juntar esas cenizas es una tarea que creo que hay que hacer. No lo puede hacer una persona sola, ni siquiera un país solo. Es un esfuerzo que tiene que ser sistemático, prolongado y colectivo, que va a ser largo, pero al final nos va a dejar mucho más aliviados”. Es un tema del que tenemos que hablar, yo empecé a hacerlo en mi novela La ciudad de los inmortales., publicada hace una década.



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