17 de abril de 2022, 4:34 AM
17 de abril de 2022, 4:34 AM

Las ideas son el futuro. Los países que tengan, colectivamente, una mayor cantidad de ideas e innovaciones aplicadas al bienestar de las personas tendrán un mayor desarrollo equitativo y sostenible. 

En una sociedad, no hay ideas nuevas si no se cuenta con gente capacitada, si no se tiene un stock de capital humano preparado para los nuevos desafíos y emprendimientos de la economía mundial. Un buen modelo educativo combina varios saberes, tradicionales como: ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas (STEAM por sus siglas en ingles). Habilidades del siglo XXI, como: valores, pensamiento crítico, creatividad, innovación, comunicación, y trabajo en equipo, tecnologías de la información, flexibilidad, liderazgo, aprendizaje de por vida y otros. También juegan un papel importante los saberes ancestrales de los pueblos, pero no son sustitutos de los anteriores.

La economía del conocimiento, la economía creativa, la transformación digital, la economía de la información, la ciencia de datos, el cuidado del medio ambiente, en suma, el desarrollo inclusivo, sostenible e inteligente dependen de la calidad del capital humano.
En las últimas décadas, en Bolivia hubo un deterioro significativo del capital humano en las esferas económica, social y política.

En términos económicos, el modelo de desarrollo vigente (extractivista, rentista y comerciante) trasladó la población económicamente activa en edad de trabajar del sector agropecuario, de muy baja productividad, a otro sector de peor productividad como es la informalidad. El 70% de la población ahora está en ciudades en el sector comercial y de servicios y 8 de cada 10 personas tienen un trabajo de ingreso precario y bajo rendimiento. En este contexto, el premio a la educación bajó significativamente.

 En 1994, por tener un año adicional de educación se ganaba 14 Bs más. Ahora tener un año extra de educación no genera mayor remuneración.

 Para subsistir en el sector informal no se necesita invertir en capital humano. El instinto de sobrevivencia, la desesperación y la falta de opciones empujan a la mayoría a una actividad informal. Para unos pocos, el camino es la viveza criolla, la angurria por dinero y la proximidad al poder político para crecer en el capitalismo salvaje de la economía subterránea.
El modelo primario exportador y comerciante no enfatizó, por ejemplo, el aumento de la productividad y un mayor conocimiento colectivo para producir nuevas cosas, sólo se enfocó en la distribución de rentas: transferencias, bonos, rentas de comercio, incremento salarios del sector formal, y otros beneficios. Es el capitalismo de amiguetes propiciado desde el Estado. Sin embargo, los temas distributivos no son suficientes para impulsar un crecimiento económico de calidad. Es fundamental ampliar las oportunidades, los buenos empleos y la productividad, especialmente a través de la educación. Pero el extractivismo populista, le tiene terror al saber.

En términos sociopolíticos, desde el poder se desprecia el conocimiento técnico y la formación académica formal.

 Eso refleja la afirmación última del vicepresidente Choquehuanca. Los licenciados, formados en el sistema tradicional, son flojos y lunthatas (ladrones en aymara). Después de este desliz vinieron las aclaraciones oficiales y oficiosas: “La frase se sacó de contexto. Se estaba criticando la formación occidental basada en el neoliberalismo y colonialismo, no a los profesionales en general”. A pesar de las explicaciones, el mensaje está enviado y el daño fue hecho.

Las afirmaciones del vicepresidente no son hechos aislados. Reflejan una visión, desde el Estado, que valoriza la adscripción étnica e ideológica antes que el conocimiento técnico. Para trabajar en el sector público no se necesita formación sino sólo saberes ancestrales, lealtad política y afinidad étnica. En los hechos, esta concepción de la gestión pública desmerece la labor de miles de profesionales que trabajan sector público que no son ni ladrones ni flojos. En este contexto, al igual que en la economía, también existe un tipo de política informal.

 Un mecanismo de intercambio de favores, un sistema de alineamiento ideológico y un control político que no atraen al capital humano más preparado. Todo lo contrario. El resultado de esta concepción y práctica es otro golpe a la productividad promedio del sector público, y por lo tanto, de la economía.
Si a estos problemas de demanda adicionamos, por una parte, las restricciones de larga data de la oferta educativa: Profesores, escuelas y universidades desactualizados y sin recursos y por otra, el impacto de la pandemia sobre la educación, estamos frente a la tormenta perfecta para el capital humano. 

Con la cuarentena, se produjo un apagón educativo generalizado para niños y jóvenes en Bolivia y el mundo. Se registró un retroceso significativo en términos de sociabilización y aprendizaje. Las clases en línea ayudaron un poco a ciertos grupos, pero no fue un sustituto completo del proceso de aprendizaje presencial. La mayoría del capital humano retrocedió significativamente en su educación.

En suma, Bolivia enfrenta un ecosistema disfuncional donde: el mercado laboral informal no valoriza la formación académica, el sector publico busca militantes antes que profesionales, lealtades antes que conocimientos, la oferta educativa es de mala calidad y los niños han perdido, por lo menos, 2 años de formación. Es decir, un escenario educativo, que va ha contra ruta de los desafíos del desarrollo del siglo XXI, donde el capital humano es el centro.