Opinión

Lo que el viento se llevó

4 de diciembre de 2019, 3:00 AM
4 de diciembre de 2019, 3:00 AM

No merece la pena vivir en el mundo que viene sin el Fuhrer, justificó así Magda Goebbels su suicidio y el de su esposo, el ministro de propaganda nazi, previo asesinato de sus hijos. Es también conocida la histeria de llanto después de la muerte de Kim Jong Il, padre del actual sucesor de una dinastía de ya tres generaciones en la supuesta república democrática de Corea del Norte.

No creo que si Evo Morales moría, alguien se hubiese suicidado. Seguro que llanto colectivo de alguna parcialidad sí, pero nomás. Claro que si lo asesinaban quedaba de mártir. Pero lo anterior de Hitler y los Kim es para ilustrar y así se pueda entender la dependencia y el temor que arrastran muchos de los seguidores de Evo Morales. Un temor difícil de definir, pero temor al fin, que se genera en regímenes del tipo que se vivió y donde la fuerza pública, el poder judicial, autoridades de regulación e impuestos y hasta el presupuesto de la nación sirven para controlar, chantajear y atemorizar a los que no son seguidores. O sea que todos teníamos algún temor, incluyendo Kaliman. Por lo tanto un país con caudillo no vive feliz.

Quizás por eso el domingo 10, cuando renunció Morales, pareció como si de repente se hubiese abierto una ventana y entrado una brisa fresca. Cuando se resolvió el vacío del ejecutivo, con la sucesión constitucional de Áñez, apareció más luz y cada día siguiente se fue aclarando más. 

El día que dejaron la cárcel, por detención domiciliaria, Guedes y Santistevan, ya fuimos otro país. O ¿lo fue el día que los periodistas se sintieron libres de pregutar más? Por lo menos eso nos pareció a lo que debe ser la mayor parte de los bolivianos. Pero ¿se habrá ido el sol para los masistas?

Lo lógico debe ser que haya gradaciones de esa sensación entre ellos. Pero lo seguro es que a Evo Morales sí se le fue. En cosa de veinte días una sucesión de frases, acciones y acontecimientos se le fueron en contra y zas… se acabó. Se le cayó el sol y se le escapó la luna (ya no hay una luna /que no sea espejo del pasado /sol de agonías, diría Borges en 1964).

Luego vendría su asilo y sus declaraciones, éstas trasluciendo mezcla de sueños, mentiras y ansias de poder. Él creyéndose Mesías, salvador, pacificador de la patria y si no después de mí el fin del mundo. El fraudulento queriendo crear comisiones de la verdad, creyendo que a nivel internacional podría posicionar su discurso del “cartel de la mentira” como hizo con el caso de su amante Zapata. Todo nada más que paranoia.

Es que está desesperado. Con síndrome de abstinencia. De abstinencia de poder, la cual es una droga poderosa. Debe desear masas de adulones, le faltarán las cortesanas y ofrecidas, que siempre hay alrededor del poder; la sensación de tanta gente dependiente de él. Pero uno se pregunta ¿qué será lo que más extraña?, ¿qué será lo qué más le duele haber perdido? Y más adelante uno dice: Qué bien que no murió. Que le duela. Que le dé envidia ver a la presidente Áñez, hasta por ser mujer mandando en su lugar y no cerca de su acoso. Entonces uno piensa que debe hacerle falta muchas cosas.

¿Qué será? a veces las cosas son sencillas. A veces puede ser sencillamente un juguete. Por eso creo que, sobre todo, le hace falta su juguete preciado: el avión presidencial. Juguete de primer mundo, sin rival en el país, símbolo fálico del poder de Evo y compensador de otras carencias.

Este síndrome nos seguirá perjudicando como país un tiempo más, pero la verdad y sus continuos errores lo mostrarán en su real altura de persona y político. No será necesario propaganda para combatirlo.

El viento y el tiempo se llevará sus delirios de grandeza.



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