12 de septiembre de 2022, 4:00 AM
12 de septiembre de 2022, 4:00 AM

Para entender el accionar político de un líder es imprescindible tener un perfil psicológico, y es que, si algo transforma la mente del ser humano, es el ejercicio continuo antidemocrático y por muchos años del poder.

Confieso que para escribir este artículo me motivó la actitud de Evo Morales, que a toda costa quiere lavarle la cara a Chapare, y lavársela él, recibiendo embajadores, expresidentes, exministros extranjeros, autoridades nacionales, y ahora organiza un campeonato de fútbol que lleva su nombre. Las organizaciones sindicales de Chapare, de las cuales él es su principal dirigente, están por encima de las autoridades municipales, los ministros van a rendirle cuentas, incluso el propio presidente Arce.

Muchos países tienen formas de tratar a sus exautoridades con respeto y dándoles el lugar que les corresponde en la historia. En México salen de la Presidencia y no vuelven a tener función pública, en EEUU los expresidentes son figuras protocolares que se dedican a dictar conferencias y enseñar sus experiencias. En España salen de la vida pública y son tomados como consejeros, pero actúan con mucha prudencia con los primeros ministros de sus partidos que les han heredado el cargo.

Pero el jefazo es un caso de estudio sociológico y psicológico, no admite estar fuera del poder, se ha vuelto fóbico, no importa con quién pelea ni a quién alude. Se refiere a temas familiares, a reuniones privadas, todos hemos perdido celulares, pero que él lo pierda, lo quiere convertir en un tema de estado y en un caso político. Llego a pensar que cuando mira noticieros, si no lo nombran sufre demasiado, ya lo habían advertido desde la antigüedad los griegos, como algo que normalmente padecen aquellos líderes que no tienen formación democrática, que tienen aspiraciones de dictadores y que se creen imprescindibles en la historia de sus pueblos. A ese trastorno se le llama Síndrome de Hubrys.

La palabra hubris o hybris, de origen griego, significa orgullo, presunción o arrogancia. Es un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas. Los griegos utilizaban este término para hablar del comportamiento humano caracterizado por una arrogancia desafiante frente a los dioses, por una ambición desmesurada que, temeraria e insolentemente, cree que puede obtener mucho más que aquello que el destino le permite.

Más allá de la mitología, el Síndrome de Hubris está también muy presente en el mundo real. Infinidad de reyes, emperadores, gobernantes de toda índole, políticos, militares, grandes empresarios y directivos lo han padecido y hace que quienes lo padecen pierdan el contacto con la realidad tras alcanzar un puesto de responsabilidad. Nadie está a salvo. Más rápido aún se sienten los síntomas cuando el ascenso a la cima ocurre en poco tiempo. ¿Quién no ha escuchado frases tales como “a éste se le subieron los humos”, “se emborrachó con el poder”, “subió muy rápido y se cree una maravilla”, “antes era sencillo ahora es petulante”?

Aunque el síndrome responde más a una denominación sociológica que propiamente médica, los psiquiatras han reconocido siempre los efectos mentales del poder. Entre los síntomas que puede producir el mal de Hubris destacan: 1) Un enfoque personal exagerado al comentar asuntos corrientes. 2) Imprudencia e impulsividad. “Todo el que se opone a él o a sus ideas se vuelve su enemigo personal”. 3) Sentimiento de superioridad sobre los demás. 4) Desmedida preocupación por la imagen, lujos y excentricidades. 5) El rival debe ser vencido a cualquier precio. 6) La pérdida del mando o de la popularidad termina en la desolación, la rabia y el rencor. 7) Alejamiento progresivo de la realidad.

“Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder terminan afectando a la mente”. Según el neurólogo David Owen, llega un momento en que quienes lideran dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son correctas. Por eso, aunque finalmente se demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando en su buen hacer.

Quienes sufren este tipo de trastornos, ya no están aptos para el ejercicio de ninguna función pública.