Opinión

¡Macondo es real!

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22 de abril de 2021, 5:00 AM
22 de abril de 2021, 5:00 AM

A menudo se ha escuchado decir que la realidad supera a la ficción. A quien lo dudara se le pone el argumento de que cualquier ficción nace de la realidad y quiere superarla; al final no siempre lo logra.

Gabo, por García Márquez, escribió Cien años de soledad, quizás la moderna obra cumbre de la literatura universal. Dicen que, para lograr su enciclopedia narrativa, porque eso es, se encerró hasta acabar satisfecho con su obra. Cuentan que cuando se presentó en el teatro Colón de Buenos Aires, me parece que corría el año 1963, los asistentes se pusieron de pie para aplaudirlo. Entonces se dio cuenta del impacto que su obra causaba. Este libro recoge a su obra pasada y narra una historia de caos en un aparente estilo caótico.

Macondo es el lugar donde se desenvuelve la trama de aparición y desaparición de los Buendía; incluso la inconclusa y anacrónica presencia de Melquíades, quien escribe la historia de exterminio de los Buendía en sánscrito, idioma desubicado y anacrónico en el lugar de la trama. En su interior ocurren historias de política, religión, superstición; la literatura es la manera de instalar los traumas y las ilusiones en las mentes y en las costumbres, incluso en analfabetas como Úrsula, quien se encarga de mantener la memoria escrita pidiendo a sus hijos y nietos que escriban los nombres de las cosas cuando la epidemia de la amnesia, traída por un indígena esquivo, quiere borrar la memoria de los habitantes. Esto es como la amnesia que padecemos en nuestros países, olvidamos a los verdugos o los toleramos creyendo que los olvidamos o, definitivamente, no nos importan porque sabemos que los regímenes que aparecen tienen fecha de caducidad; que otro político y régimen nos vendrán a vender ilusiones y a escribirnos -a reescribirnos nuestras historias a su antojo-. En nuestros terruños tendemos a ser repetitivamente inventivos.

Decía que Macondo nos reinventa la historia latinoamericana en una suerte de realismo mágico, el enunciado corresponde a los críticos literarios gringos, que se impresionan a los no académicamente.

Decía también que la realidad supera a la ficción:

Pondré algunos ejemplos recientes. Un cierto presidente de nuestra región que se empeña en el totalitarismo ha dicho que tiene gotitas mágicas para combatir la pandemia que nos tiene de rodillas; ha dicho que el virus es colombiano y que su país ha inventado el remedio en la manipulación de ciertas moléculas. Esto se ha afirmado en nuestra realidad, no en un libro de ficción. Este mismo decía que el líder fallecido se le había aparecido en forma de pajarito; además afirmaba que el cáncer fue inoculado en el jefe extinto.

Más acá, quizás en nuestro mismo sitio, se han desgañitado los encaramados diciendo que se vote por gente con la que se pueda coordinar. No sé si con esto querían decir que solo el monocolor suele hacer el bien y los otros son poco menos que inútiles en el bien.

No quiero olvidarme del personaje, sí, porque no creo que sea uno real, que durante la campaña del 21F afirmaba que si no votábamos por su jefe el sol se ocultaría y dejaría de brillar. El toque religioso en uno que se las da de ateo escarbado, es simpático y muy de Macondo; con mucha pobreza de imaginación, claro está. El personaje nos ha dicho que es el más inteligente porque posee una biblioteca de más de veinte mil ejemplares y que se ha leído todo (¡wow!). Ha surgido un libro firmado por este personaje después de la retoma de poder, el título del libro no merece ser anunciado, menos el nombre del prologuista, un íbero que nos quiere vender humo. Bien, el prologuista supone y lo dice, “esto ya entra en la narración mítica”, las hordas golpistas habrían quemado la valiosa biblioteca del autor más aventajado del planeta -la observación es mía-. El mismo “perspicaz” prologuista reconoce que posiblemente el hecho no ocurrió tal cual. Lo cierto es que acusa al régimen opuesto de oscurantista, poco menos que inquisitorial. Si este hecho no corroborado, inexistente de hecho, quiere ponerse en la corona de lo troglodita, la intención de la realidad es altamente superior al de la ficción.

Si uno viera estos hechos reales como broma o como diversión, entonces la ficción cumpliría su función, la del disfrute y el alcance de la creatividad humana; pero cuando estas cosas se usan para justificar hechos reales, el asunto es enormemente intencional y no solo corresponden a la superstición, como eso de que un gato negro se nos cruce en la noche o que la escalera se le caerá a uno si pasa por debajo.

Nuestra política es más imaginativa y más impositiva de lo que creemos; ni siquiera las supersticiones religiosas ni esotéricas son tan recursivas últimamente. Por eso, Macondo es una realidad; con perdón de Gabo, él solo nos narró lo que ocurría en la realidad de nuestros terruños tan ultrajados por, dizque, pensadores y constructores de futuros mejores. La realidad muestra, en parte, que el futuro mejor lo logran las élites que nos inventan y hacen vivir Macondos de imposición y de magra imaginación.

No quiero correr más en mi enredo, no sea que la mollera me explote de tanto querer darme cuenta de las cosas.



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