23 de marzo de 2023, 4:00 AM
23 de marzo de 2023, 4:00 AM

Hoy, 23 de marzo, las calles volverán a llenarse de escolares que, ataviados con sus mejores galas, desfilarán por plazas y avenidas en homenaje a Eduardo Abaroa ejecutado en el puente Topáter, en 1879, durante la defensa de Calama.

Mucha tinta ha corrido desde entonces y, lamentablemente, todos los episodios vinculados a esta historia constituyen amargos fracasos para la diplomacia boliviana que nunca pudo encontrar la ruta para recuperar el mar con soberanía, tal como manda la Constitución Política del Estado.

Desde la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1904 hasta la derrota en La Haya, en 2018, Bolivia ha naufragado constantemente en su reivindicación histórica y, tal como sentenciaron muchos diplomáticos y mandatarios trasandinos, las relaciones con Chile han sido utilizadas por muchos gobiernos bolivianos -autoritarios o democráticos- para recuperar popularidad o espacios políticos.

En los últimos 50 años abundan ejemplos de los gafes marítimos.

Por ejemplo: la frase “traigo el mar en el portafolio”, de Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, embajador de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, y el posterior fracaso de Charaña; el golpe de Estado de Alberto Natusch, en 1979, cuando Bolivia había obtenido un importante respaldo a su causa en la Asamblea General de la OEA; la frustrada tesis del enclave marítimo impulsada por Guillermo Bedregal en 1987; la advertencia de “ni una molécula de gas a Chile” lanzada por Xavier Nogales, ministro de Desarrollo Económico de Carlos Mesa, y referéndum por el mar, de 2004, en el que Mesa obtuvo un indirecto respaldo popular a su mandato. En todos los casos hubo una buena dosis de improvisación y demagogia.

Mención aparte merece el largo Gobierno de Evo Morales, quien en principio intentó actuar “a la boliviana” en las calles chilenas con la ilusoria diplomacia de los pueblos, después los ataques directos: “Chile es un mal vecino” y, finalmente, el juicio en la Corte Internacional de La Haya (CIJ).

En ese último proceso, moros y cristianos cayeron en el mismo pozo; diplomáticos de carrera, excancilleres y expresidentes, celebraron en Palacio el día que la CIJ se declaró competente para resolver el caso y después miraron al cielo ante el fallo adverso con el que Bolivia quemó una de sus últimas alternativas.

La carta y la bandera marítima más grandes del mundo solo sirvieron para anecdóticos récords mundiales. Después, para colmo de males, llegó el fallo sobre los manantiales del Silala.

Prácticamente, ha transcurrido el primer cuarto del siglo XXI y una importante disyuntiva es: si en los textos escolares de historia debe permanecer la versión del enemigo chileno y la conspiración contra Bolivia, o si hay que reflexionar en colegios y universidades sobre comercio exterior, cualidad marítima, puertos para las exportaciones y balanza comercial, más allá de los discursos nacionalistas.

Entre Bolivia y Chile existe continuidad territorial, hay migración temporal de bolivianos que buscan oportunidades en épocas de cosecha, el intercambio comercial es permanente, muchos enfermos cruzan la frontera en búsqueda de la atención médica que no existe en Bolivia, incluso se deben encarar acciones conjuntas contra el narcotráfico, la trata de personas o el robo de autos.

Es tiempo de diálogo y diplomacia verdadera entre ambos países. Es momento de que los gobernantes bolivianos dejen de usar el mar para exaltar sentimientos y buscar réditos políticos. Bolivia en su conjunto debe asumir que las estrategias aplicadas han sido negativas y que, por ende, la reivindicación marítima necesita con urgencia un auténtico giro de timón.

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