Opinión

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Más allá del 20 de octubre

13 de octubre de 2019, 3:00 AM
13 de octubre de 2019, 3:00 AM

Este proceso electoral deja más preguntas que certezas. Entre las pocas cosas que sabemos es que bien gane el oficialismo o la oposición seremos testigos de una victoria ajustada. Eso implica que cualquiera que sea el ganador potencialmente tendría un enemigo fuerte al frente. 

Lo cual decanta en una serie de preguntas carentes de respuestas por ahora: ¿Es un retorno a la democracia pactada? ¿Significará esto un incremento de la conflictividad? ¿Cuánta gobernabilidad alcanzará el nuevo gobierno? ¿Tendrá la fuerza necesaria para encarar ajustes estructurales en la economía? ¿Terminó el ciclo de estabilidad política?

Se trata de una elección con definición abierta, aunque es cierto que las probabilidades estadísticas todavía favorecen la posibilidad de que el MAS evite el balotaje al ganar en primera vuelta, superando el 40% de votos válidos y manteniendo una distancia mayor al 10% del segundo.

Lo que el MAS no podrá evitar, aún ganando la elección en primera vuelta, es el cuestionamiento al TSE que, por méritos propios, ya está vapuleado. Por ende, tampoco podrá evitar que la oposición siembre dudas en la legitimidad que otorgaría el voto al coyuntural ganador.

También parece claro que, aún ganando en primera vuelta, el MAS no podría reproducir el poder suficiente para gozar y usufructuar de la hegemonía política que hasta ahora detenta.

 Lo cual deja entrever un eventual cambio de ciclo. No alcanzaría con votos propios los 2/3 de la Asamblea Plurinacional, aunque todo indica que sí podría alcanzar mayoría absoluta. Ante ese escenario y en función de la impronta política de los últimos 14 años, la disyuntiva que enfrentaría el MAS sería entre radicalizarse, negando la efectividad y legitimidad de la institucionalidad democrática y volcar nuevamente a las calles la disputa del poder, o tender puentes pragmáticos y más sistémicos con el resto de los actores políticos y económicos.

La duda persiste respecto a qué rumbo le daría el MAS a su gestión política en un eventual nuevo periodo debido a que durante más de una década se ha acostumbrado a gobernar con plena hegemonía y al menos queda la duda respecto a su vocación de diálogo y coexistencia con otras fuerzas políticas. Pero el contexto económico ha cambiado. Una cosa es gobernar en abundancia y otra en escasez.

Por otro lado, de darse una segunda vuelta, lo más probable es que el MAS esté en desventaja y gane el opositor porque el estado de ánimo de las facciones opositoras cambiaría al ver factible una posible victoria.

Si gana la oposición, el MAS quedaría disminuido, pero con la fuerza territorial suficiente para constituirse en un fuerte enemigo. 

El nuevo gobierno tampoco tendría la hegemonía que hoy goza el MAS. De hecho, es probable que su reto mayor sea gobernar con minoría en ambas cámaras e instituciones democráticas muy debilitadas. 

La pregunta es cómo construirá gobernanza y si la toma de las calles que representan los cabildos y otras manifestaciones opositoras, acompañarán o no al nuevo gobierno en la disputa del territorio durante su gestión. Un escenario muy conflictivo.

La disyuntiva que enfrentaría un eventual nuevo gobierno, nacido de la oposición, sería entre ponerse rígido, usar lo que queda de la institucionalidad democrática, destapar escándalos y pedir cuentas con el fin de tener contra las cuerdas a sus adversarios políticos o tender puentes y convivir con los nuevos opositores.

Hay más de una pregunta pendiente de respuesta que depende en gran medida de los resultados del 20 de octubre.

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