16 de agosto de 2022, 4:00 AM
16 de agosto de 2022, 4:00 AM


La semana pasada presenté en Tarija la investigación “Un cafetal del tamaño de Bolivia” analizando las potencialidades tarijeñas para alcanzar desarrollo. Comparto algunas certezas descubiertas en el camino.

La pandemia ha acelerado los procesos migratorios en América Latina en general y en Bolivia en particular, evidenciado en tres indicadores. A diferencia del primer mundo en el que la población tiene cubiertos los servicios en áreas rurales, en nuestros territorios debimos aceptar que, por su ausencia, el sistema de salud no era universal. El segundo, es que la educación ha perdido dos años por falta de acceso a la conectividad, capacidad de los maestros y alumnos para manejar nuevas tecnologías, y el lógico incumplimiento de los programas. Y el más grave, que profundiza negativamente los anteriores, está relacionado con la disminución de oportunidades de trabajo en los territorios dispersos.

Para entender estos procesos, en el Cepad venimos realizando dos estudios simultáneos; uno en Bolivia desde el año 2014 sobre las ciudades intermedias, que, en un universo de 51 municipios con población entre 20 y 100 mil habitantes, que no forman parte de las áreas metropolitanas, y que ya tenemos estudiadas 25. La investigación incorporó dos capitales, Tarija y Cobija, pues sin ellas, quedarían sin servicios básicos sus territorios de influencia. Simultáneamente, desde 2016 y en alianza con organizaciones de cooperación y desarrollo internacionales, realizamos encuentros sobre el fenómeno del despoblamiento rural y las respuestas que ofrecen las ciudades intermedias, y cuya versión número XII será en la Ciudad de México del 24 al 26 de agosto.

La información acumulada y aplicada a la realidad boliviana parte de la secuencia de los censos 1992, 2001 y 2012 y sus proyecciones; sobre Tarija, se constata que es el departamento con mejores condiciones en la relación población y ocupación del territorio; el de menor abandono de áreas rurales, con los mejores índices de desarrollo humano sostenidos, con una inversión en infraestructura para el desarrollo que no la tiene ningún otro departamento, y con procesos productivos ligados a la seguridad alimentaria, a la cadena uva, vino y singani, al turismo y a la posibilidad de funcionamiento de ciudades intermedias articuladas. El café, que se propone como objetivo cohesionador de la publicación, demostró su existencia en el departamento.

En la preocupación cotidiana, los tarijeños no tienen respuestas consensuadas para la conversión especulativa de la tierra de rural a urbana, la falta de camino asfaltado que vincule la capital con el Chaco, las dificultades de una complejísima gobernabilidad política sometida a manipulación, el funcionamiento concertado de las potencialidades privadas del turismo y, finalmente, la ausencia de un proyecto que supere la dependencia del gas. Esas variables podrían definirse en un debate basado en la compresión del territorio, las dinámicas poblacionales y los procesos competitivos de la economía.

Si así lo asumiera Tarija, podría convertirse en el centro de propuestas de desarrollo en favor del país, pues está más cerca que La Paz, Cochabamba y Santa Cruz de comprender a los otros 5 departamentos, lo mismo que el Cercado, a las otras ciudades capitales de Cobija, Trinidad, Sucre, Oruro y Potosí.

Evidenciadas estas realidades, queda esperar del liderazgo y el consenso social tarijeño, el armado de un proyecto integrador que unifique sus potencialidades y lo convierta en un modelo válido para Bolivia. Como nadie espera que sea Tarija quien lo realice, se constituye en un hermoso reto que solo depende de los tarijeños. Y viceversa.

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