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11 de junio de 2020, 15:12 PM
11 de junio de 2020, 15:12 PM

¿Cuántos casos positivos de Covid-19 hay en realidad en Bolivia? 

El informe oficial del Gobierno dice que hasta el 10 de junio eran 15.281 casos. Ese es el dato oficial, pero el número real en el país tendría que ser de más de 100.000 personas con coronavirus. Hay una gran diferencia entre los casos detectados y los casos reales.

¿De dónde sale ese número? 

Investigadores y reconocidas universidades de países industrializados han desarrollado modelos matemáticos ante la evidencia de que el número verdadero de contagiados por el virus es ampliamente mayor que el de los casos declarados, y la diferencia depende de las políticas (la voluntad) y la capacidad de cada Gobierno de hacer más o menos pruebas diagnósticas. 

Esos estudios establecieron diferentes mediciones para obtener un patrón de diferencia entre casos positivos registrados oficialmente y casos reales en un país, y aunque hacen distintas estimaciones, coinciden que en los países desarrollados por cada caso positivo oficialmente declarado hay entre 5 y 10 personas más con coronavirus.

Algunos de los investigadores que desarrollaron esos modelos son Jeffrey Shaman de la Universidad de Columbia; Ami Srinivasa Rao, director del Laboratorio de Teoría y Modelado Matemático de la División de Enfermedades Infecciosas en el Colegio Médico de Augusta Georgia; Steven G. Krantz, profesor de Matemáticas en la Universidad de Washington; Andrés Roman-Urrestarazu del Instituto de Salud Pública y Psiquiatría de la Universidad de Cambridge; Óscar Franco, epidemiólogo y director del Instituto de Medicina Social y Preventiva de Berna, Suiza; y Megan Murray, profesora de Salud Global y Epidemiología en la Universidad de Harvard, entre otros.

Sabemos que en Bolivia las matemáticas no gozan de buena reputación por las tragicómicas experiencias con un reciente ex vicepresidente. Pero las matemáticas son nobles, transparentes y necesarias para ayudar a determinar aquello que sólo la ciencia no consigue, aquello que los ‘cálculos políticos' ignoran o esconden. En este último caso, ‘cálculo’ es una variante que no pertenece a ninguna rama de la matemática, sino a la de la estrategia política que mide estados de opinión y decisiones que tienen como fin cuidar y subir la aceptación popular de un político para conquistar o reproducir el poder.

Entonces, si en países desarrollados hay entre 5 y 10 casos más por cada caso oficialmente detectado, en Bolivia, asumiendo que ya somos la Suiza anunciada por un ex presidente que escapó del país, tomemos el índice europeo de 6,5 enfermos reales por cada un infectado oficial y lo multiplicamos por el número oficial de casos (15.281): tenemos la cifra de 100.000 infectados. 

Si preferimos ser algo más realistas, y creer que aún no somos Suiza, sino Bolivia y por tanto multiplicamos no por 6,5 sino por 10 el número oficial de casos −lo que sería más cercano a nuestra realidad de pueblo no tan educado como quisiéramos, caótico, indisciplinado, protestón, movilizado, informal y gregario−, llegamos a la conclusión de que tenemos más de 150.000 personas infectadas por coronavirus. 

A ese cálculo frío –especulativo, dirán algunos– producto del modelo matemático ideado por científicos, se puede agregar, como razones que apoyan la teoría de los 100.000 o los 150.000, algunos factores bolivianos que en un proceso judicial serían llamados como “agravantes”.

Bolivia es uno de los países de la región que menos pruebas de diagnóstico aplica: 42.637 pruebas hasta el 10 de junio, que resulta de la suma de 15.281 positivos, 25.754 descartados y 1.602 sospechosos, en el mismo tiempo que Perú hizo 1.255.756 de pruebas. 

¿Por qué es tan determinante el número de pruebas para aproximarse al número real? 

Por la simple razón de que los casos asintomáticos son mucho mayores a aquellos severos que sí llegamos a conocer porque requieren atención médica. 

El mundo, y hasta la cuestionada OMS, coinciden en que de cada 10 infectados ocho son asintomáticos. De hecho, por regla general los niños no presentan síntomas y ya todos conocemos más de un amigo, familiar o colega de trabajo que ni se enteraron que pasaron por la enfermedad; lo supieron cuando por duda o curiosidad se hicieron una prueba rápida privada y el médico les dijo: “Usted ya tuvo coronavirus y más bien puede donar plasma”. 

En paralelo, sólo en Santa Cruz o Beni se cuentan por decenas, si no por centenares, las familias que optaron por no acudir a ningún centro de salud. Están todos colapsados. Unos perdieron el olfato o el gusto, tuvieron episodios de fiebre o dificultades para respirar, sintieron los malestares propios del Covid, pero no tuvieron acceso a una prueba de laboratorio y apelaron al expediente menos apropiado por la urgencia: los remedios caseros o la automedicación. 

Oscar Franco, epidemiólogo y director del Instituto de Medicina Social y Preventiva (ISPM) de Suiza, en declaraciones a France 24, dividió en dos las políticas públicas para enfrentar la pandemia en el mundo: la de aquellos países que intentan medir a todas las personas sospechosas y a personas seleccionadas al azar, lo que aumenta la cifra de infecciones registradas; y la de aquellos países que deciden que es mejor no medir por sus propias limitaciones de infraestructura para procesar los exámenes diagnósticos.

Franco explica que los países que optan por no hacer mediciones a gran escala –Bolivia es uno de ellos–, dejan por fuera “el 80 o el 85% de los pacientes que no son severos y sólo transmiten la enfermedad”.

Así, por las calles del país transitan con total normalidad una cantidad indeterminada de pacientes asintomáticos. En muchos hogares bolivianos otros enfermos sí tienen síntomas, pero temen reportarlos porque la forma de perseguir incluso de los propios vecinos, a veces policialmente, a posibles sospechosos, ha estigmatizado el contagio. Y están, también, quienes no consiguieron acceder a atención profesional oportuna porque los centros médicos están colapsados.

¿Cuántos son ellos? 

Nadie lo sabe. Por eso se hacen los modelos matemáticos que permiten primero estimar ese número (“Si las cifras oficiales fueran más precisas los modelos matemáticos no serían necesarios", dice el científico Rao) y luego los gobiernos debieran diseñar políticas de detección a través de masivas pruebas diagnósticas, sin ‘tacañearlas’ como en Bolivia. 

¿Quién gana con la política de no aplicar pruebas masivas? 

Nadie, pero pierde la salud, se pierden vidas, pierde el país. En algún momento el Gobierno tendrá que justificar su extraña y obstinada reticencia a hacer más pruebas. Ojalá no sea tarde.


Juan Carlos Rocha C. es periodista, Director de Contenidos de El Deber

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