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8 de septiembre de 2024, 4:00 AM
8 de septiembre de 2024, 4:00 AM

Cada año, los incendios que arrasan millones de hectáreas en Bolivia revelan nuestra falta de conciencia sobre el verdadero impacto de esta catástrofe. Seguimos debatiendo si declarar desastre nacional, mientras el fuego reduce la vida a cenizas y vuelve irrespirable el aire. Esto no es solo un problema local, es un desastre planetario.

Basta repasar algunos hechos para darnos cuenta de la magnitud del desastre. Las imágenes satelitales muestran la devastación en Santa Cruz, Beni y Pando, y más allá, en la Amazonia de Brasil y Perú. En el ANMI San Matías, las llamas han consumido más del 70% del área. Veterinarios y rescatistas han atendido a decenas de animales silvestres quemados y sin hogar, y algunas comunidades de la Chiquitania han tenido que ser evacuadas.

Beni ya declaró desastre el viernes y Santa Cruz lo hizo ayer. Mientras tanto, el presidente Arce asegura haber solicitado ayuda internacional, sin necesidad de la declaración formal. Brasil y Chile han enviado brigadistas, y pronto llegarán bomberos de Francia. Pero, ¿es suficiente? Deberíamos estar solicitando un apoyo global masivo, con aviones y helicópteros cisterna tratando de contener este infierno.

Las consecuencias son devastadoras. La fauna, con sus nichos ecológicos únicos, está al borde de la extinción. Muchas especies no tienen tiempo para recuperarse de estos incendios recurrentes. La flora, esencial para el ecosistema, tardará siglos en regenerarse, si es que lo logra. Sin vegetación que proteja la tierra, la desertificación avanza, dejando el suelo vulnerable a la erosión.

Los bosques no solo son el pulmón de la Tierra, también juegan un papel crucial en la regulación del ciclo del agua. La destrucción de grandes extensiones de vegetación afecta la humedad del aire y la formación de nubes, lo que altera los patrones de lluvias y agrava las sequías en otras partes del continente. Este desequilibrio ya está impactando a las comunidades rurales que dependen de un clima estable para la agricultura.

Si los incendios continúan a este ritmo y no se implementan medidas efectivas, el oriente boliviano podría enfrentarse a una transformación ecológica irreversible. Grandes áreas ricas en biodiversidad corren el riesgo de convertirse en desiertos o sabanas. El equilibrio del ecosistema depende de la interacción entre la vegetación, el suelo y el clima; cuando este ciclo se rompe, la recuperación se vuelve mucho más difícil, y a veces imposible.

¿Por qué entonces no se declara un desastre nacional? Las razones podrían ser políticas, por evitar la responsabilidad de fallas en la gestión ambiental. Tal vez hay intereses económicos relacionados con la expansión agrícola o ganadera. Sin embargo, ninguna excusa justifica la inacción frente a una catástrofe que destruye un patrimonio natural invaluable.

El camino es claro: necesitamos una solución global. Un esfuerzo internacional coordinado para proteger nuestros bosques y restaurar las áreas dañadas. Políticas estrictas de protección forestal, mejor planificación del uso de la tierra y una restauración ecológica efectiva son indispensables. Bolivia no puede ni debería enfrentar esto sola. Este es un desastre global que nos afecta a todos.

Nos acercamos cada vez más a hacer realidad la letra de la canción de Azul Azul, en la que un niño le pregunta a su abuelo cómo es el canto de las aves, porque en su mundo ya no existen. También le pregunta quién era don Noel, ese hombre que verdaderamente amaba la naturaleza. Necesitamos que el espíritu de don Noel despierte nuestra conciencia ecológica, antes de que sea demasiado tarde.

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