Opinión

Maternidad, género y violencia

9 de junio de 2021, 5:00 AM
9 de junio de 2021, 5:00 AM

La maternidad es el dispositivo más poderoso de la desigualdad de género. Por eso, históricamente fue entendida como destino único de las mujeres. ¿No quieres ser madre? ¿No tienes miedo de quedarte sola? ¿No te parece egoísta? Frases mil veces repetidas. En realidad, la maternidad es un derecho, en algunos casos un privilegio, pero en ningún caso es el fin último de las mujeres. Por ello, es importante analizar qué implica su ejercicio, en qué medida afianza la desigualdad y por qué se constituye en un detonador importante de las escalofriantes cifras de violencia.

Empecemos por convenir que la maternidad no es una práctica propia y personal de la madre. Las pautas sociales, culturales y económicas de la Bolivia patriarcal marcan estrictamente el paso que debe seguir mamá, la emplaza a cumplir a cabalidad exigencias exquisitas de moralidad y perfección para encarnar la figura familiar más entregada y dotadora de amor incondicional. Sí, sí, de ese amor que consiste en entregar todo sin recibir nada. Así es la madre ideal, el sujeto social que en términos morales es incuestionable.

Pero las madres perfectas no existen, porque más allá de esa abnegación inexcusable que orienta su conducta, es un ser que en su individualidad tiene sueños y expectativas personales. En muchos casos estos son postergados para entregarse por completo al cuidado de la familia y, si bien dejar el trabajo, estudios y otras actividades es un gran acto de desprendimiento, implica también dar un paso hacia la dependencia económica e incluso emocional con la pareja. Del otro lado, las mujeres que continúan trabajando y estudiando lo hacen en un contexto de inequidad respecto de las tareas y responsabilidades entre progenitores, al ser todavía un tabú el cambio de roles, mamá termina siendo responsable del trabajo fuera como dentro de casa.

En todos los casos, el hecho de responsabilizar exclusivamente a las madres del cuidado de los hijos, de la unidad y éxito de la familia tradicional, es un detonador indudable de violencia, porque cuando el sacrificio y la renuncia resultan insuficientes se convierten en la excusa desencadenante de violencia machista sea sicológica, económica, física u otro tipo.

Detrás de las estadísticas de feminicidio existen historias desgarradoras de desesperación y frustración vinculadas a la idea de maternidad idílica. Vilma Zurita, de 29 años, fue apuñalada en la puerta de un supermercado por abandonar la lucha de mantenerse en un hogar violento, decidió por la separación y ese fue el motivo de su muerte, dejó dos niños en orfandad y fue juzgada socialmente con frases como “es que fue infiel a su marido”, “es que se buscó otra pareja”. Lizeth Montaño, de 25 años, escapó de un concubino violento, llegó a Santa Cruz con sus dos hijos, como única responsable de los menores, fue apuñalada en un motel por su nueva pareja, una deuda motivó su muerte, ella también fue responsabilizada por morir, “¡no pueden estar sin hombre!”, “para que se mete con alguien si ya tiene dos hijos”, sin dar cuenta que la deuda contraída seguramente era para mantener a los niños. Edith H., de 26 años, también fue apuñalada, era bailarina y estudiaba historia, su victimario confesó en una carta que el motivo de su muerte era la desobediencia, Edith “había fallado como esposa” por eso merecía la muerte.

Las madres deben rescatarse del patriarcado, de esos estándares ideales de maternidad que las agotan física y emocionalmente, y las convierten en cómplices de la desigualdad de género. Basta de frases como “tienes que sobrellevar nomás”, “todas las parejas tienen problemas”, “no exageres”, “por tus hijitos”. Que una madre piense en sí misma y en su bienestar no la hace egoísta, utilitarista, narcisista o insensible. La violencia es inadmisible, y una madre sobre todo debe garantizar a sus hijos un crecimiento en un entorno de amor, libre de violencia. Madres felices, hijos felices, madres libres, hijos libres, libres de estándares, libres de renunciar a sí mismos y a sus sueños.

Recordemos siempre que las mujeres no solo nacemos para tener hijos, sino para parir todos los sueños que seamos capaces de abrazar.

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