El escritor cruceño acaba de presentar su nueva novela titulada Miles de ojos (Ed. El Cuervo), donde hay cultos religiosos a los autos y un país que fue destruido

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4 de octubre de 2021, 4:00 AM
4 de octubre de 2021, 4:00 AM

Por:  Adhemar Manjón

En la nueva novela de Maximiliano Barrientos se rinde culto a la velocidad en una Bolivia postapocalíptica donde lo que fue se reduce a escombros. La autora argentina Mariana Enríquez se refiere a ella como “una novela extraña y fascinante”. Barrientos retoma ciertos caminos visitados en su anterior libro, En el cuerpo una voz, y acelera a fondo para llevar al lector a un viaje violento y onírico a la vez.

_Tu libro se lo dedicás al creador de videojuegos Hidetaka Miyazaki. ¿Qué te gusta de su obra y cómo influyen los videojuegos en la tuya?
Miyazaki crea mundos inmersivos. Revolucionó la narrativa de los videojuegos porque la historia no es explícita, sino que la construyes atando algunas pistas que encuentras acá y allá. Podés terminarte sus juegos sin saber de qué va la historia, y eso me parece extraordinario, ya que lo que prima es el gameplay, que es intenso y muy demandante (son juegos muy conocidos por su dificultad), y la belleza de esos mundos (En Dark Souls la belleza es inseparable de la decadencia, de una sensación del final). El mundo que propone entonces se vuelve toda una experiencia arrolladora donde hay una sensación de libertad muy reconfortante, ya que la historia no determina la experiencia del juego (como sucede en una película o en videojuegos más tradicionales). 

La estética de lo monstruoso es fascinante y creo que algo de eso influenció la escritura de esta novela, así también como su noción de lo cíclico, que no puedo desarrollar sin soltar spoilers. El divorcio en el que fundamenta su revolución (gameplay por un lado, historia por el otro) es lo que hace del videojuego un formato que no pueda ser asimilado al cine, sino que adquiere su propia especificidad. Bloodborne es quizás la mejor adaptación del universo de Lovecraft sin que se lo cite de una manera explícita.

_Hay referencias o guiños a otros libros y películas. Pienso en Crash de Ballard, está Aniquilación de VanderMeer, incluso en Akira de Katsuhiro Otomo ¿Es importante para vos que las influencias se sientan en tu literatura?​

Yo creo que las influencias operan en el texto literario como un síntoma, y todo síntoma siempre es anacrónico, y aparece sin que se lo haya procesado conscientemente. ¿Qué cosa sería una literatura sin síntomas? Sería un discurso racional y plano (un texto sin espesor). La pregunta creo que tendría que ser cómo esa totalidad de síntomas puede ser hospitalaria con lo nuevo. 

Y por lo tanto ahí la pregunta es si esta hospitalidad implica una agencia del autor o no. Yo creo que podemos afirmar, como lo hace Didi-Huberman sobre el anacronismo de la imagen, lo problemático de situar a una obra en un contexto histórico específico. ¿Cómo dialoga esta novela con su historicidad si los síntomas desde dónde se nutre se remontan a tensiones del pasado –Katsuhiro Otomo o George Miller o JG Ballard–? Es una pregunta compleja que nos hace pensar en cómo se construye la temporalidad de una novela, es decir que esta no está tanto en vinculación con esa linealidad de la historia como un progreso indefinido, sino más bien a ese modelo de ‘constelación’ del que hablaba Walter Benjamin. 

El presente siempre está actualizándose por el pasado. Creo que ahí va una posible forma de responder a esta pregunta sobre la hospitalidad de lo nuevo. Lo opuesto a esto es una obra que se convierta en un tributo a las formas viejas, una forma de lucrar con la nostalgia. Algo que se da con frecuencia en estos tiempos. La industria cultural está plagada de películas y series como Stranger Things. En ese caso la influencia ya no es un síntoma, hay un uso instrumental de estéticas e imaginarios del pasado.

_¿Qué es lo que te interesaba cuando estabas creando esos mundos postapocalípticos donde se desarrollaron tus dos últimos libros? ¿Qué fue lo más importante para vos a la hora de llevar adelante estas obras?
Vivimos una época que siente una fascinación cultural por el colapso, creo que esto en parte se explica porque hemos perdido la capacidad de imaginar el futuro. Hemos normalizado la catástrofe como un horizonte de posibilidad. Hay, en cierta manera, una resignación, ya que es también el colapso natural lo que en el imaginario contemporáneo puede acarrear el fin del capitalismo (ya no la lucha de clases). Quizás, inconscientemente, eso es lo que todos deseamos: el fin del capitalismo. 

En mi novela se discute – se narra quizás sería más preciso– cómo lo nuevo puede surgir desde este gran colapso. Y en ese sentido hay algo esperanzador ahí, la promesa de aquello que viene y que no se puede prever. Derrida teorizaba al respecto, pensaba que allí está la verdadera esencia de lo revolucionario: una interrupción, una cesura radical del ordenamiento de las cosas. Mi novela creo que es hospitalaria a ese acontecimiento. Me interesa trabajar el shock epistemológico que produce aquello, ya que no tenemos categorías para relacionarnos (ahí me parece que está el lugar de lo monstruoso) con lo que irrumpe. Rompe el orden simbólico. 

Para ayudarme con el lenguaje lacaniano, creo que mi novela trabaja el desconcierto y el sacudón al que estamos sometidos cuando lo real pulveriza lo simbólico y nos enfrenta a un mundo que nos excede, donde el sujeto ya no es ese monolito sólido cartesiano sino algo espectral que se difumina en el horror, pero también en el asombro.

_‘Belleza’ y ‘hermoso’ son adjetivos que aparecen varias veces para señalar lugares u escenas de un mundo que fue destruido. En el epígrafe del libro, F.T. Marinetti menciona la belleza de la velocidad y VanderMeer la de la desolación ¿Por qué te interesaba utilizar esos adjetivos para resaltar una estética apocalíptica?
Creo que la respuesta a esta pregunta está vinculada con la anterior: cuando lo real arrasa con el orden simbólico, la experiencia es traumática, pero también puede resultar bella en el sentido que ese es el origen de lo nuevo.

_¿Influyó en algo el tema de la pandemia en tu escritura en estos últimos meses? ¿Cómo veías los comentarios al comienzo de la pandemia de algunos pensadores que vaticinaban que el mundo que conocemos se acabaría?

Escribí poca ficción en estos meses pandémicos, pero sí llevé un documento de apuntes, ideas y diario de sueños. No sé qué iré a hacer con eso, es probable que lo recicle en textos futuros. Deleuze y Guattari decían que el capitalismo es una máquina que funciona rompiéndose y creando límites imaginarios para poder perpetuarse. Creo que pasó precisamente eso en la pandemia: no trajo lo nuevo, recicló viejas dinámicas de dominación, y las intensificó. No nos hizo más solidarios, todo lo contrario. Recordá lo que pasó en Santa Cruz con la paciente 0. Fue vergonzoso, los médicos no la dejaban entrar a los hospitales, las autoridades no decían nada. Cada vez que nos enorgullezcamos por la hospitalidad de esta ciudad deberíamos recordar ese incidente.  Más tarde, el debate polarizó la economía o el cuidado de los ciudadanos. Eso fue también escandaloso. Ahí se hizo evidente aquello Achille Mbembe denomina necropolítica, el sacrificio normalizado de una clase social por parte del aparato del estado, siempre servil a la élite. Y ahora estamos peor que antes, el capitalismo absorbió la crisis, que benefició a los de siempre, ya que se produjeron despidos masivos y se recortaron los salarios y en los trabajos se instalaron políticas de control y vigilancia que harían palidecer al mismísimo Foucault (el combo de tecnología y biopolítica es espeluznante). Lo único claro que nos dejó es lo siguiente: el neoliberalismo, en las instancias en la que ahora se encuentra, se convirtió en un sistema anti-democrático.