Pasó la peor parte de la pandemia, pero la crisis sigue, incluso para el sector de la salud. Los enfermeros celebran su día con algunas preocupaciones, pero también con la vocación intacta cuando se trata de atender a los pacientes

12 de mayo de 2022, 7:25 AM
12 de mayo de 2022, 7:25 AM


Por su naturaleza, el oficio siempre ha sido una montaña rusa para las emociones, pero con la pandemia del coronavirus, tanto la alegría como la tristeza pisaron el acelerador.
Ver milagros y finales trágicos se volvió rutina para los enfermeros, igual que respirar profundo, secarse las lágrimas y mostrar al mundo que podían con eso y más.

Hoy se conmemora el Día Internacional de la Enfermería, y les toca lidiar con nuevas cosas, una crisis económica y de desempleo pos pandemia, un incremento de la burocracia que les recarga la jornada laboral, y algunos decesos en el camino por el virus.

A pesar de todo eso, se dicen bendecidos porque con la enfermería encontraron una forma de servir al prójimo, quizás la más cercana con los enfermos.

Los seis entrevistados prefieren el trabajo en el sistema público de salud, no solo porque es el que mejor paga, sino porque también es en el que más pueden ejercer solidaridad y sensibilidad.

Dos de ellos se quebraron al hablar de su día. Retrocedieron en el tiempo y revivieron los momentos que más los marcaron en los últimos dos años.

A Erlinda Mendoza, jefa de enfermeras de la Unidad de Cuidados Intensivos (UTI) del Hospital San Juan de Dios, le tembló la voz cuando recordó a su jefa. Le tocó convencerla de intubarse, sedarla para ponerle el tubo y prometerle que se verían de nuevo. No fue así.

Compensa eso con otra experiencia, la de una joven que entró en paro por más de media hora, y que contra toda predicción médica, retornó a la vida. Ríe cuando cuenta anécdotas, una de ellas, cuando los familiares de un paciente le pasaron un celular metido en una biblia. “A veces son traviesos”, dice.

Erlinda es licenciada en Enfermería, hace 17 años que está en el San Juan de Dios, trabajó en provincias, y reconoce que antes les rogaban para trabajar, y que hoy hay más oferta de profesionales. “Está más difícil hoy, además la gente quiere trabajar en el sistema público porque hay más estabilidad”, asevera.

A ella no le incomoda la burocracia, cree que todo debe quedar registrado en caso de alguna situación legal y que es normal que todo cambio se sienta pesado.
Su único hijo, para su alegría, está estudiando Medicina. Heredó su amor por el servicio.

Lorena Carreño estudió en la Uagrm para ser licenciada, pero no defendió la tesis, así que desde 2003 trabaja en la Caja Petrolera como auxiliar.
No le preocupa que la jubilen con esa categoría. “No es mucha la diferencia, al jubilarse uno recibe como Bs 1.000 menos”, dice.
Por ahora, gana más que algunas licenciadas por su antigüedad, aunque cree que la salud no está en buen momento por varias razones. 

Tiene 52 años, y trabaja desde los 19, aunque desde los 10 ya arruinaba las jeringas y agujas de su padre, enfermero empírico, cuando practicaba los pinchazos con un árbol de toronja que tenía en casa.

“Si vuelvo a nacer estudiaría lo mismo, estoy para servir y ayudar a los enfermos y al que lo necesite”, dice, independientemente de que perdió a su esposo por culpa del coronavirus.

Su voz se quiebra al recordar. Llevaban 30 años de casados, ni siquiera pudo atenderlo porque no había espacio, fue internado lejos de ella.

Dos fechas marcaron su vida, el 13 de junio de 2020, cuando su compañero salió de casa a internarse, y el 22, cuando falleció. “Eso me marcó, casi me vuelvo loca, no quería trabajar, tuve mucha depresión, pero me ayudó volver y servir a otros, por eso mi trabajo es mi vida, mi segundo hogar”, confiesa.

Julia Arancibia Arce tiene 71 años, 30 de ellos invertidos en su rol de enfermera en el Hospital Japonés, de donde se jubiló hace cinco.

Montó una empresa, Mienferbol, que da servicios de enfermería, actualmente tiene 300 auxiliares y licenciados listas para atender a domicilio.

Julia dice que no abandona la profesión por dos razones: porque la situación está muy difícil, no hay empleo, y quiere ayudar a sus colegas, sobre todo los nuevos. La otra razón, porque siempre atendió a domicilio, por años, y no quiere soltar a sus pacientes.

“Dios me dio fortaleza. No trabajo solo por el interés de ganar dinero, me siento contenta de ayudar a las familias que nos necesitan porque entramos a sus casas para cuidar a sus seres queridos, pero además tengo personal que necesita trabajar.

Si cierro esto, dejaría a muchos sin ingresos”, asevera.
Julia nació en Sucre, pero es una incontrolable agradecida con Santa Cruz. “Me dio trabajo, calidad de vida y progreso, aquí nacieron mis tres hijos. Amo a Santa Cruz”, dice.

Para Julia, no existe mejor lugar que un hospital público porque se aprende mucho, y se ayuda a pacientes, muchos de ellos abandonados por sus propias familias.
“Es lindo sentirse útil en la vida. Me sentí realizada en el Japonés, a pesar de que a veces nos tratan hasta de ladronas”, bromea.

Una vez, en pleno turno le tocó enterarse de la muerte de su padre. Entró al baño, lloró y salió a seguir con su labor. “Uno tiene que llorar por dentro, porque al paciente hay que transmitirle optimismo, esperanza”, dice.

Arminda Gómez tiene 67 años y sigue activa. Es una de las tres auxiliares de enfermería en San José de Campamento, donde el SUS no llega. “Aquí solo hay los seguros de vejez, de niños y de embarazadas”, confiesa.

No es opción jubilarse, no le alcanzaría la mitad de su sueldo. Hace 42 años que ejerce, estudió en la Escuela de Enfermería de San Ignacio de Velasco y con su ejemplo, ya tiene una hija enfermera y un hijo en su segundo año de Medicina.

Al hospital de primer nivel donde trabaja le toca atender a 26 comunidades, aunque cada vez le lleguen menos remedios. “Si pedimos mil Paracetamol, nos mandan 300, a diferencia de antes”, critica.

Antes de estudiar, aprendió el oficio con unas monjas, y le gustó el sabor de atender al prójimo.

Huber Espiro trabaja en la Caja Nacional desde 2010. Asegura que su salario le alcanza para mantener a la familia, y que cada vez son más los varones en enfermería, sobre todo en UTI, donde se requiere manipular a pacientes. “Es mejor trabajar en el sistema público, pagan mejor y se respetan las seis horas”, dice.

Jaime Antonio Rivera, de la Asociación Departamental de Enfermeras y Enfermeros y Auxiliares de Santa Cruz (ADEA), que aglutina a 2.800 personas de ciudad y provincias, reconoce que 70% de ellas está trabajando. “Hay crisis laboral y las clínicas aprovechan y quieren pagar un sueldo muy bajo”, lamenta.