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3 de septiembre de 2024, 4:00 AM
3 de septiembre de 2024, 4:00 AM

Nabilia Rivero |SUBGERENTE DE COMUNICACIÓN DE CAINCO

A comienzos del año 1937, mi abuelo se muda junto a su familia a una casa en la calle La Paz esquina Ñuflo de Chávez. Ceferino Rivero, mi bisabuelo, era en ese entonces administrador del abasto de la zona; había ganado amplia experiencia en la administración durante la guerra del Chaco, pues siendo corregidor de Ñacunday fue el encargado proveer vituallas y provisiones a las tropas, arduo trabajo que lideró por casi dos años hasta 1934 cuando toda la familia es evacuada a Santa Cruz tras la llegada del ejercito paraguayo a esa hacienda.

Además de administrar el abasto de la zona, mi bisabuelo tenía una pequeña estancia a 10 kilómetros de Porongo, donde cultivaba arroz, yuca y tenía también algunas vacas. En época de cosecha, muchos eran los trabajadores que se daban cita en la estancia. Mi bisabuelo en persona se encargaba de liderar el cruce del río Piraí y llegaba con todos sus productos hasta lo que hoy, es la Avenida Cañoto. Años después en la calle Libertad, a media cuadra de la Plaza 24 de Septiembre abrió un almacén donde recordaba vendía muchos productos.

La vida da vueltas, y mi bisabuelo no lo sabe, pero hoy 87 años después, la esquina entre La Paz y Ñuflo de Chávez forma parte de mi trayecto diario, vivo en el municipio de Porongo y, aunque no me dedico, como don Ceferino al comercio, trabajo en la Cámara que representa a miles de pequeñas, medianas y grandes empresas; que son el presente de Santa Cruz, pero también herederas y testigos de la historia de un pueblo que se convirtió en metrópoli, el más poblado y pujante departamento del país. Mi bisabuelo creció y vivió en una Santa Cruz que hoy no reconocería, pero de la cual, seguro, estaría orgulloso.

Yo soy una, de los muchos bolivianos que ha dejado su ciudad y ha encontrado en Santa Cruz un nuevo lugar para crecer. Un lugar diferente al de su origen, pero al final, me gusta pensar qué, como en mi caso, las historias tienen idas y vueltas y todos los bolivianos tenemos un poquito de todos lados.

Este es mi primer septiembre en Santa Cruz; hasta el año pasado para mí, el hito de septiembre era simplemente la llegada de la primavera. Este septiembre es diferente, para mí cobra un nuevo sentido; porque no hay manera alguna de no sentir, desde el inicio de este mes, el orgullo colectivo por la verde y blanco que flamea y se siente en cada rincón de la ciudad de los anillos.

El orgullo que envuelve septiembre es contagioso y verdadero, como el amor de la gente por su tierra, que probablemente uno de los diferenciales más importantes e innegables de Santa Cruz y el elemento más importante de su exitoso modelo económico.

El crecimiento de Santa Cruz es igualmente proporcional a la fortaleza de su espíritu emprendedor; su sentido de comunidad es mucho más grande que su mancha urbana y su cohesión, a pesar de los matices que trae la modernidad, es un terreno igual de fértil que su tierra y por eso, no es casualidad que el emprendedor encuentre en Santa Cruz espacio para crear, innovar y crecer.

Las miradas externas son siempre un buen punto de partida para leer de manera honesta una fotografía, y en el corto tiempo que en el cual esta ciudad de ha convertido en mi hogar, puedo decir sin ánimo de equivocarme que, a pesar del crecimiento acelerado de la ciudad, sus anchas avenidas o sus modernos rascacielos, lo que cautiva a propios y extraños es la sensación de cercanía y calidez que no se pierde a pesar de ser una gran ciudad.

Este es mi primer septiembre en Santa Cruz, seguro mi bisabuelo Ceferino lo celebraría en grande si supera que la tierra que a él le dio muchas oportunidades, hoy me abre las puertas.

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