23 de agosto de 2023, 4:00 AM
23 de agosto de 2023, 4:00 AM


La contundente victoria de Javier Gerardo Milei en las elecciones primarias de Argentina ha provocado reacciones extremas que van desde la sorpresa, el optimismo y el júbilo, hasta la indignación, la preocupación o el temor. Esta variedad de sensaciones coincide con las muchas interpretaciones de los analistas sobre su ubicación en el mapa ideológico, que lo hacen transitar desde el ultraliberalismo, la extrema derecha, el minarquismo, el anarquismo de mercado o el anarco-capitalismo.

Pese a que su discurso incluye aspectos como la defensa de la vida, la familia y la justicia, la base de su propuesta es la economía. Con un virulento discurso contra el estatismo, la burocracia y las trabas a la iniciativa privada, Milei propone medidas extremas como el cierre del Banco Central, la reducción de 18 a 8 ministerios, la dolarización de la economía, la eliminación de subsidios e indemnizaciones, la privatización de empresas públicas deficitarias, la supresión y reducción de impuestos, además de varias reformas laborales. Todo este bagaje discursivo, que está a punto de convertirlo en líder de la tercera economía más importante de Latinoamérica, se sustenta en un principio elemental: la plena libertad económica.

Con su triunfo, ha repuesto en el epicentro del debate político la vieja discusión sobre cuánto Estado es necesario, aceptable y deseable para un país, y cuán libres pueden ser las decisiones y acciones de los individuos y empresas, en el ámbito de la economía, para asegurar el desarrollo y el crecimiento, respetar los derechos de todos, y garantizar los márgenes necesarios de equidad, igualdad e incluso solidaridad.

Como es sabido, el dilema al que retorna Milei, siempre generó posiciones encontradas entre quienes abogan por una mayor liberalización del mercado, y aquellos que ven necesaria la intervención del Estado en las decisiones económicas, tanto del sector público como del privado.

Desde los gobiernos liberales, se intentó equilibrar ambas visiones, incorporando políticas sociales y creando instituciones para promover mayor igualdad, evitar los excesos del individualismo y controlar los monopolios. Sin embargo, cuando cambiaba el péndulo y llegaba un gobierno estatista, el aparato público crecía y disminuían las libertades económicas, lo que se reflejaba en la precarización de variables como la propiedad privada, la libre y justa competencia, un sistema judicial eficiente, cumplimiento de contratos, eficiencia regulatoria, apertura de los mercados, libertad de comercio internacional, regulación crediticia, etc.

Los regímenes cercanos al socialismo entendieron que la única forma de controlar la política era controlando la economía, y por ello se impusieron modelos aún más radicales, en los que el Estado no solo sirvió para equilibrar, sino que cumplió roles de administrador, legislador, planificador, productor, distribuidor, gestor, fiscal, policía y empresario, y donde el sector privado era visto como actor poco relevante en la economía e incluso como enemigo.

El planteamiento del economista-candidato, no es retornar el péndulo al otro extremo, sino romper el eje que sostiene su recorrido y dar paso a un modelo que conmueve no solo las bases del estatismo, sino que modifica la propia relación del ciudadano con el Estado.

La propuesta es tan radical que la mayoría de los analistas se niegan a entenderla, y siguen sosteniendo que trata de plantear la lucha contra la corrupción, la dolarización o la prohibición del aborto.

Lo que hoy vive la Argentina es mucho más que la llegada de un outsider populista que busca desplazar a los partidos que se repartieron el poder en las últimas décadas. Milei es un candidato firme, con grandes posibilidades de ser electo y con una propuesta que apunta más allá de lo que cualquier líder latinoamericano haya planteado como política económica para su país. Y es precisamente por esa pretensión extrema, que implementar su plan es un desafío gigantesco mucho más grande que sepultar al peronismo, especialmente en un país que entiende al Estado como un padre proveedor, autoritario y pudiente, que tiene la capacidad y la obligación de poner orden, decidir y controlar no solo la política y la seguridad, sino sobre todo la economía.

Más allá de lo que suceda el 22 de octubre en Argentina, e independientemente de quién resulte electo, es indudable que el discurso y el arrojo de este porteño irreverente nos ha vuelto a recordar que la economía sigue siendo el ámbito que define las grandes tendencias e impulsa las decisiones de los pueblos, y cuando los políticos no entienden esta lógica y pretenden imponer riendas, frenos y diques a las libertades y los derechos elementales al bienestar y la igualdad, es el mismo pueblo el que reordena las cosas para bien o para mal.

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