Leandro De Palma Dos Santos es un brasileño que paga sus estudios de Derecho con la venta ambulante de refrescos de fruta natural. Cuando le toque ejercer la profesión, se especializará en defender los derechos de los migrantes

26 de septiembre de 2022, 4:00 AM
26 de septiembre de 2022, 4:00 AM

Detesta la frase “hay que estudiar para ser alguien en la vida”. Bajo esa lógica, Leandro De Palma Dos Santos cree que recién sería alguien en 2023, cuando se gradúe como profesional en Derecho de la Universidad Domingo Savio.

“Todos somos alguien desde el día en que nacemos”, opina el brasileño de 40 años, que primero se anotó en Ingeniería Petrolera, con la idea de “hacer plata”, pero que luego se dio cuenta de que hay cosas más importantes en la vida, y menos feas que el cálculo matemático.

Llegó a Bolivia en 2012, trabajó en un restaurante de comida brasileña, luego en un negocio de pollos. Con la pandemia, estuvo a punto de regresar a su país natal porque su olla a presión en algún momento con suerte tuvo arroz y papas.

Cuando se encontró con Bs 200 en el bolsillo y la incertidumbre por delante, desafió a su creatividad. Apostó por la venta ambulante de refrescos de fruta natural. Inicialmente en proximidades del Cine Center, ya que le prestaron una habitación por ahí; luego explorando varias calles, y hoy, en bicicleta, por la plaza Blacutt, donde potenció sus ventas.

Quien ha probado los preparados de Leandro puede dar fe de que tiene buena mano. En promedio, cada día hace 60 litros, le encanta dar unos tragos de cortesía para conquistar nuevos clientes, pero odia que le pidan yapa. “¿Acaso en los refrescos Cabrera piden yapa?”, cuestiona.

También se burla de una pregunta “opa” que siempre le hacen: “¿Está bueno su refresco?”. Les responde, solo en su cabeza: “Ningún vendedor dirá que su producto está malo. Es como el que llega a Palmasola, siempre alegará su inocencia”, asevera.

Tampoco invita a los mendigos, cree que en la vida hay que esforzarse para cosechar. “Hay chicos de 15 años pidiendo plata, y si apoyo eso, es la única vida que seguirán”, argumenta.

Pero más allá de la magia que hace Leandro con las frutas, lo que atrapa en una charla con él es su sabiduría callejera. Ama su peculiaridad.

Si bien confiesa que cuando inició su negocio sentía algo de vergüenza, hoy se enorgullece de cada logro. Sin embargo, reconoce que varias veces se ha encontrado con algunos compañeros de carrera. “Cambian de cara cuando me ven vendiendo refrescos”, comparte.

Hoy se concentra en conversar sobre su historia de superación. Es el menor de tres hermanos, se crio prácticamente en el campo, y su madre enviudó a los 27 años. Tuvo que “bregar” mucho para mantenerlos, por eso la admira demasiado. Hace cuatro años que no la ve, no ha podido viajar por la pandemia y por temas económicos, pero ya está planeando una visita, quiere ir a votar.

Leandro es una enciclopedia de historia boliviana, sabe más que muchos nacionales. Le encanta hablar del tema, memoriza fechas, lugares, personajes. Habla desde Melgarejo hasta Noel Kempff Mercado. Dice que si tuviera un hijo, le gustaría que fuera boliviano.

Sicólogo por gusto

En alguna temporada, Leandro pasó por situaciones muy difíciles e íntimas. Tuvo que ir a profesionales de la salud mental y depender de medicamentos psiquiátricos, al menos hasta que empezó a ver la vida con nuevos ojos.

Hoy quiere que los que atraviesas depresión, tristeza, etc., tengan una charla con él, con la excusa de tomarse un refresco. Siente que tiene el poder de contagiar su optimismo. Cree que siempre hay una salida, y también mucha gente llorando, aunque tenga muchas sonrisas enfrente.

Vive solo, pero aprendió que no hay mejor lugar que el hogar, ni mejor compañía que la de uno mismo. “Tengo fe en grande. Me encanta el versículo ‘clama a mí y te responderé, y te enseñaré cosas grandes que tú no conoces’. Siempre hay que tener fe, me encanta orar con la cara en el piso”, comparte.

Ha visto tres suicidios en su familia, pero cree que es más poderoso lo que cada cual decreta para su vida, y la dignidad con la que se vive.

Cuando no tiene buena venta, da gracias a Dios. A diferencia de la mayoría, que cuando detecta gente con problemas psiquiátricos se aleja, Leandro busca cercanía. “Cuando sienten que la vida acabó, yo trato de mostrarles lo contrario. Nadie es tan pobre como para no tener algo que dar de sí mismo”, finaliza