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6 de agosto de 2020, 7:33 AM
6 de agosto de 2020, 7:33 AM

No solo es un aniversario triste, también es doloroso.
Pocas veces en la historia de Bolivia se ha recordado un aniversario de la patria como éste, con una enfermedad que no hace sino crecer y con hermanos que mueren cada día por culpa del virus.

Las pestes nos afectaron en el pasado, como la que estalló en los meses previos a la Guerra del Pacífico, pero nunca había llegado a los extremos que son reportados ahora desde diferentes puntos del país.

Cuando el enemigo común es grande y poderoso, los enemigos individuales deben olvidar sus diferencias y hacer un frente común para darle pelea. No es el caso de Bolivia donde, antes de que estallara la pandemia, las organizaciones políticas ya se habían atrincherado en sus correspondientes bastiones y comenzaron a prepararse para la lucha por el poder. La pandemia, que ingresó con fuerza a todos los países, logró que los políticos duden al principio pero, después de haberse reacomodado para enfrentar el coronavirus, siguieron sus planes originales: la captura del poder.

Cuando Bolivia cumple los 195 años de su nacimiento, el panorama no podía ser más desolador: su economía se ha destruido, como consecuencia de una cuarentena que no se acaba, y su potencial para su reactivación, el turismo, está hecho pedazos.

Los gobernantes, que deberían de estar debatiendo las mejores alternativas para que sus gobernados cambien de la modalidad de trabajo presencial a la virtual, están preocupados por el efecto que sus decisiones pueden tener en la candidatura de la presidenta, así que sus acciones no son técnicas sino político-partidarias.

La oposición juega a conseguir la mayor votación posible, para pasar a gobernar de una vez, y, para ello, no le interesa botar gente a las calles, o los caminos, a riesgo de provocar contagios masivos. Peor aún… los bloqueos que se han desatado en diferentes partes del país, exigiendo que las elecciones se realicen el 6 de septiembre, son la prueba más contundente de que, en este país, el interés partidario está por encima de la vida de las personas. Mientras los alentadores ideológicos de esa actitud la defienden en las redes, vehículos cargando tubos de oxígeno están retenidos en las rutas, sin poder llegar a los moribundos que los necesitan. Eso es tanto como matarlos.

Así hemos llegado al 6 de agosto de 2020; divididos, enfrentados, defendiendo causas ajenas y matándonos entre nosotros.   

¡Qué lejos estamos de ese concepto de nación que dice que somos un “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común!”.


(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.






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