Cada uno ataca a su rival a batir en su ascenso político, pero no le da mucha importancia a las arremetidas de los que vienen de abajo. Hay pocos proyectos a largo plazo y la discusión de los programas está ausente. La pandemia no existe en este escenario

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15 de septiembre de 2020, 8:24 AM
15 de septiembre de 2020, 8:24 AM

El principio parece un caos, pero no lo es. La escaramuzas de la primera semana de campaña, espoleada por las primeras encuestas, marcan quién es quién en estas elecciones generales y cuáles son sus objetivos a corto plazo, incluso antes de que termine septiembre.

Con los programas de Gobierno echados al olvido, desactualizados, por culpa de la pandemia y desvalorizado como elemento para conseguir votos, el clivaje entre masismo y antimasismo ha sido dejado para la semana misma de votación y ahora se dirime quién puede ser el abanderado del bloque antimasista. Es ahí donde ahora se centra la disputa política.

 Quién contra quién

Pese a que aún se escuchan voces que alegan por un bloque de unidad antimasista, las cartas hace tiempo que ya están repartidas y a cinco semanas de las elecciones cada quién va mostrando su juego. Del lado de Juntos, el equipo de la presidenta Jeanine Áñez lanzó tal ofensiva contra Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana) que incluso se convirtió en carne de meme (“Dónde estaba Mesa cuando”…). 

Las encuestas dieron a Mesa segundo y a Áñez tercera y la intención del equipo oficialista es invertir esos lugares o al menos llegar muy pegados a Mesa a las últimas semanas, para que Áñez no sufra el destino de Óscar Ortiz, que terminó diluyéndose en las aguas del voto útil.

Y es que la campaña de Comunidad Ciudadana apunta allí, al voto útil. Los principales estrategas de Mesa -Ricardo Paz e Illya Fortún- han salido a “evangelizar” con la prédica que tanto les funcionó en 2019, en que esta elección no es una carrera entre tres ni entre ocho, que es solo entre dos y esos dos son Luis Arce Catacora y Carlos Mesa, porque el expresidente es el único que le puede ganar al MAS, según ellos.

“Voto útil, para un inútil”, responden desde la acera de Juntos y vuelven a “dónde estaba Mesa cuando...”. La lista es larga. Le echan en cara desde su renuncia del preevismo, su trabajo de representación del país en la causa Marítima o su ausencia de la frustrada mesa presidencial de diálogo de agosto.

Mesa y su gente se ocupan poco de responder estos ataques y tratan de polemizar con Arce, exigiéndole un debate face to face sobre economía. Y -de momento- Arce tampoco mira para abajo.

El masista tiene una campaña de medios masivos apagados. Se maneja por redes sociales con Evo Morales muy activo como jefe de campaña, pero también tratando de validarse a sí mismo: presenta un libro, reclama como suya cada obra que entrega Jeanine Áñez, ya sea un hospital en El Alto o una conexión de fibra óptica para el país. Mientras tanto, Arce se mueve por la periferia de las ciudades -donde el MAS supone que conserva intacto su caudal electoral- y adopta como su marca de campaña la crisis, así como Greenberg lo diseñó para Goni en 2002.

Hay algo que hace Arce que de momento no hacen los otros: hablar sobre los efectos de la pandemia como eje de discurso. Tanto él como los voceros masistas repican en que un tercio de los bolivianos ha tenido que bajar su ingesta de alimentos (hambre), que más de un cuarto ha perdido su empleo (desempleo) y que el único que puede sacar al país de esta crisis es el ministro de Economía de Evo en 14 años.

El resto de los partidos que tratan de asegurarse un lugar en una inédita segunda vuelta, no han hecho aún referencia a sus planes de Gobierno o a la pandemia -lo más cercano a eso son los discursos de Áñez sobre la multiplicación de camas de hospital e ítems de salud, pero eso es como presidenta y no como candidata- y de momento el único que ha mencionado que tiene un plan para reactivar la economía es Samuel Doria Medina, candidato a la Vicepresidencia por Juntos, que colgó un video en Instagram, pero no abundó en detalles.

Para este grupo, según ve el politólogo Marcelo Arequipa, de momento es más importante quién representa el antievismo que el posevismo. No es poca cosa. Históricamente el antievismo ha tenido un piso similar al voto duro del masismo -alrededor del 35%-, pero tener muchas caras lo debilita. 

Quizá por eso aún no se privilegie el programa por sobre el discurso. Y eso también pudo explicar la salida de Mesa asegurando que él frenó a Morales y que Áñez vino después, lo cual obligó a Luis Fernando Camacho a salir y contradecir a ambos reclamando su evidente liderazgo en la “revolución de las pititas”.

Camacho, cuarto a escala nacional en las encuestas de CiesMori, pero primero en Santa Cruz, se muestra poco interesado en polemizar con Mesa o con Juntos. Incluso ignora los ataques del partido de Áñez que le tiran que su Creemos, su alianza, es un fenómeno local, que no tiene proyección nacional. 

Camacho -el único del bloque antimasista que parece tener un proyecto de poder aunque no gane el 18 de octubre- se centra más en su propuesta de volver nacional el modelo de desarrollo cruceño, con su idea de productividad y competitividad. En este punto, el expresidente cívico se separa del discurso de Áñez e incluso de Óscar Ortiz en 2019.

En ambos casos trataron de no ser señalados como muy ‘cambas’ para tratar de ganar votos en el occidente. Áñez incluso prescindió de Rubén Costas en su presentación de candidatura y el primer lanzamiento de campaña y se la ha visto mucho más con Angélica Sosa, quien quizá sea la rival a vencer de Costas por la comuna cruceña.

De no ganar en octubre, Camacho puede tener plan B en lo subnacional y aspirar a ser el próximo gobernador de Santa Cruz, con una bancada parlamentaria fuerte.

Sin embargo, el expresidente cívico será el “territorio de disputa” de Mesa y de Áñez. En su fortaleza en Santa Cruz pasa el futuro de la elección de ambos y por eso -o quizá por las dos encuestas que se harán públicas esta semana- es que ha comenzado a recibir ataques de mayor calibre de parte de Juntos. Esta vez, Camacho sí salió a responder a Doria Medina, que -de momento- carga más el peso de la campaña que Áñez.

Más abajo en las encuestas se encuentra el segundo bloque de candidatos, compuesto por Tuto Quiroga (Lider 21), Chi Hyun Chung (Frente Para la Victoria), María de la Cruz Bayá (ADN) y Feliciano Mamani (PanBol), que esta semana fueron empaquetados como “desahuciados” por Carlos Mesa, que les pidió que recapaciten, y como “de relleno”, por Víctor Borda, expresidente de Diputados por el MAS, que no los quiere ver ni en un debate.

Cada uno tiene una apuesta distinta. Tuto Quiroga sigue con la imagen de tecnócrata. Tiene un programa de Gobierno que defiende y ataca por igual los errores de los gobiernos del MAS como la gestión de la pandemia de Jeanine Áñez. Es un ejército de un solo hombre y de momento no solo reniega de las encuestas, sino que las lleva a proceso judicial.

Chi se dice a sí mismo “inquilino de FPV” y ni siquiera ha leído el programa de Gobierno que esta tienda política presentó ante el Tribunal Supremo Electoral (un plagio de un partido peruano). La apuesta de Chi es doble: el voto devocional en el que compite contra Camacho y tratar de ‘rasurar’ votos del masismo mostrándose más nacionalizador que Evo Morales.

Mamani también va por votos que pertenecieron al MAS. De origen minero cooperativista, trata de capturar el voto de unos 200.000 de sus colegas. A ello se suma la incorporación de Santos Ramírez, que tras varios años en la cárcel, trata de retomar su vida política como aliado de PanBol.

Bayá cierra el cuadro con un discurso contestario y que incomoda, pero como parte de un partido desestructurado, que volvió del museo gracias a un fallo de la justicia.