Planetario para la ciudad de Santa Cruz
Escudriñar el cielo con los pies en la tierra es algo que el hombre viene haciendo desde siempre, transcurridos decenas de miles de años desde que empezó a caminar erguido..
Saltando a pasos de gigante en la historia, la astronomía y los astrónomos tuvieron un alto nivel de desarrollo con las culturas griega y egipcia, antes de Cristo, y mucho de lo que ahora se sabe de planetas y estrellas, y del cielo en general, se lo debemos a ellos.
Entre las cosas que nos enseñaron, y que también seguimos los cristianos, está aquella de que la Tierra es reflejo o espejo del cielo y, por lo tanto, mirar el cielo puede ser o es muy útil para comprender fenómenos terrestres y ordenar las cosas terrenales.
Hacerlo en un lugar especializado, sin acceso al cielo abierto, es una manera didáctica de estudiar el firmamento, y el lugar donde se lo hace se llama planetario, que técnicamente es una estructura abovedada para sobre esta superficie o cúpula curva proyectar espectáculos sobre astronomía, mostrando a cualquier hora del día cómo se encuentra el cielo durante la noche de cualquier época del año.
Un planetario, entonces, es un lugar con fines educativos y recreativos y, en tal condición, mucha falta le hace a Santa Cruz.
En Santa Cruz vivimos bajo el cielo más puro de América, creámoslo, aunque América y el mundo tienen cielos más limpios que los cruceños para observar a los astros, pues se encuentran a alturas en las que la atmósfera menos cargada produce menor distorsión.
Pero, igual, Santa Cruz es un lugar especial para tener un planetario, estudiar, aprender y luego salirse a la noche oscura, en las proximidades rurales, donde las luces de la ciudad no distorsionen la visión, y acostado en el piso tener las clases prácticas, verificando lo que se aprendió cómodamente sentado en los sillones mullidos e inclinados del planetario.
Una ciudad que se llama Santa Cruz tiene la obligación de contar con un lugar desde donde reconocer y estudiar la Cruz del Sur, a la Constelación de Orión con Las Tres Marías, su brillante Rigel y la súper-gigante roja Betelgeuse, a las Pléyades o Siete Cabritos, a todos y cada uno de los planetas del Sistema Solar y sus satélites, o la constelación del Ñandú o Piyo de los Guaraníes y Chiquitanos, permitiendo a los ciudadanos dar los pasos básicos de una ciencia fascinante como es la astronomía.
Planteo, entonces, la propuesta no como un reto ni un desafío sino como una invitación ciudadana a las autoridades municipales para que nuestra capital se ponga a la altura de otras capitales importantes del mundo y tenga su planetario propio.
Aprendamos con buen humor que las estrellas son sin cuenta, no cincuenta, y que la Vía Láctea no es el camino que pasa por las lecherías, y dotemos a nuestra ciudad de un paseo público urbano con trascendencia, tanta como la que tienen nuestros hermosos parques, aunque un poquito más que la que puede tener un cambódromo o lugares de entretenimiento más liviano.
Ojalá que nadie se enoje conmigo por esta idea y por las bromas usadas para hacer más llevadera la lectura, y que, por favor, no me quieran hacer ver estrellas simplemente por proponer este planetario para que no sigamos en la luna…
Mario Suárez Riglos / Historiador