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14 de febrero de 2022, 4:27 AM
14 de febrero de 2022, 4:27 AM

Por: Gerardo Castellanos/Economista

Las negociaciones salariales evidencian una puja distributiva. Los trabajadores buscan incrementos en su salario real, es decir, en el poder de compra de su ingreso. Por su parte, las empresas argumentan que mayores salarios ponen en riesgo la creación de empleo por la incidencia de esta variable en los costos.

El rol del gobierno en este ámbito debiera ser de mediador para garantizar una trayectoria salarial sustentable. Para ello, se debe tomar en cuenta variables como la productividad del trabajo, el esquema cambiario y la inflación, entre otras. Sin un adecuado enfoque, la negociación salarial será sesgada.

El costo laboral unitario en dólares (CLU) es una herramienta útil en este sentido. Este indicador computa el ratio entre los salarios y la cantidad de trabajadores industriales contra el producto industrial y el tipo de cambio. Su interpretación es intuitiva: las subas de salario (tipo de cambio) incrementan (contraen) el CLU. Las variables evolucionan en simultáneo, por lo que se analiza su comportamiento relativo para determinar si el CLU se expande o contrae.  En el largo plazo, el CLU tiende a igualarse entre países, siendo el tipo de cambio una variable clave para tal fin. Es decir, los costos de mano de obra, medidos en dólares, deberían parecerse entre países para que la decisión de inversión sea indiferente. ¿Cómo se llega a este resultado?

El producto es función creciente de la productividad del trabajo. Mayor productividad redunda en un menor uso de mano de obra para un mismo nivel de producto. Por su parte, los salarios tienen rigideces a la baja, y aumentan de forma sostenida en el tiempo. El resultado sobre el CLU depende del comportamiento relativo entre los salarios y la productividad. Naturalmente, los salarios se denominan en moneda local, por lo que, para comparar entre países, se incorpora el tipo de cambio, que arroja un salario medido en dólares.

El tipo de cambio funge de variable de ajuste. A niveles elevados de CLU, ya sea por altos salarios o baja productividad (bajo producto), se generan presiones devaluatorias para contraer el CLU a niveles consistente con el resto de países. Por el contrario, un bajo CLU fortalece la moneda local, al incentivar ingresos de capitales para aprovechar los bajos costos laborales del país.

¿Cómo se comportó esta variable en Bolivia? Excluyendo el periodo de pandemia, el CLU en Bolivia registró un incremento de 52% entre 2012 y 2019. En Chile la variación fue del 1%, en tanto que Perú registró una contracción de 2,2%. Argentina y Brasil son ejemplos de ajuste del CLU vía devaluación cambiaria, cuando el salario se abstrae de la productividad; ambos países registran contracciones del orden de 11% y 38%, respectivamente. Debe resaltarse que, a diferencia de los países citados, el régimen de tipo de cambio fijo en Bolivia impide ajustar el CLU vía suba del tipo de cambio.

Bolivia incrementó sustancialmente el CLU respecto a sus pares de la región. La trayectoria ascendente tiene como correlato una pérdida de competitividad que disminuye los incentivos a la inversión extranjera directa. Si bien el costo laboral no es el único determinante de la rentabilidad empresarial, no debe soslayarse la dinámica expuesta en la conciliación de negociaciones salariales.

Cabe preguntarse si es indefectible una suba del tipo de cambio para corregir el desfasaje del CLU. Con certeza, los efectos negativos de esta vía contrarrestan cualquier beneficio circunstancial. No obstante, en ausencia de reformas estructurales que apunten a mejorar la productividad, el riesgo incurrir en una devaluación para corregir este desequilibrio puede exacerbarse.