7 de abril de 2023, 4:00 AM
7 de abril de 2023, 4:00 AM


Hace algunos años, me llamó la atención la proliferación de ópticas en el casco viejo de Sucupira y escribí un artículo con datos curiosos de esa investigación (De cotiojo al vecino, 16 de junio de 2017, El Deber). El capítulo, Funeral, del podcast La cruda con “Migue” Granados -que se emite en Spotify y que he venido escuchando en mis caminatas matutinas-, me inspiró a indagar en las empresas locales de servicios funerarios.

No son tantas -como las ópticas-, pero, como lo señalan las leyes del mercado, están concentradas donde aparece la demanda: en los alrededores de los principales hospitales de la ciudad. En la calle Cuéllar, frente al hospital San Juan de Dios, es donde están ubicadas la mayoría de las funerarias; y están también en las inmediaciones de los hospitales Japonés y Obrero. Visité a todas, y sus servicios y atenciones son muy parecidos.

A propósito, dejé de lado los grandes salones velatorios, y que además, son sociedades empresariales, para concentrar mi pesquisa en estos pequeños negocios, todos ellos emprendimientos familiares heredados. Los hijos y parientes cercanos continúan en el oficio que comenzaron sus abuelos, padres o tíos.

Un primer dato que todos me preguntaban era la edad del difunto. Si ya tenía 60 o más años, y cobraba su renta Dignidad, podía también ser beneficiario de los gastos funerales, que es un reembolso único de Bs 1.800, y que ellos me orientarían en el trámite. Otro beneficio, que está anunciado en un banner en las paredes de las instalaciones de casi todos, es el Programa Social de Asistencia Mortuoria Inmediata de la CRE, que provee un ataúd y/o pompas fúnebres por un valor de Bs 1.400. En el cartel se detallan los requisitos y documentos que hay que presentar. En teoría, y sin querer hacer humor negro, serían pocos los que caben en la manida frase: “no tenía dónde caerse muerto”.

En estas sencillas casas fúnebres la calidad del ataúd determina el precio total del servicio. Si hay un exquisito que busca pino, roble, cedro, caoba o cualquier otra especie de madera exótica, debe saber que lo disponible en el medio es el féretro de ochoó. Y los herrajes, que se suponen son para acarrear el cajón, apenas están ahí de adorno. Para evitar una caída tétrica es mejor poner el hombro para transportar al difunto y no confiarse en las manijas que no son, ni fundidas ni tampoco de bronce, aunque lo parezcan.

Ninguno de los entrevistados tenía estudios para desempeñar este oficio. En la Argentina, según el referido podcast, hay una Tecnicatura para la gestión de empresas fúnebres que se estudia en la universidad en 2,5 años. La capacitación abarca desde la organización de la ceremonia hasta la presentación del cadáver. El director funerario se encarga de la organización, planificación y desarrollo del evento (el equivalente al wedding planner); el embalsamador prepara el cuerpo mediante métodos de conservación para su presentación en el funeral y entierro; y el especialista en tanatoestética, se encarga de la restauración cosmética del cuerpo a través del maquillaje, peluquería y vestuario.

Aquí, en los lugares visitados, los dueños son empíricos y polifuncionales y atienden con diligencia y esmero a ese apacible cliente que sólo viene una vez. Se sigue formolizando el cadáver -en casa-, como se hacía antes, sin las modernas técnicas de higiene, desinfección y restauración de la tanatopraxia. Así que, para evitarse infelices sorpresas, lo mejor es mantener el ataúd cerrado.

En contraste, debo admitir que esta urbe tiene también esas pompas y esplendores de otras metrópolis en los salones más fifís. Recuerdo que una vez llegué con mi gran ramo de flores a un fastuoso velatorio -donde estaba la crema y nata del pueblo-, y el encargado de la puesta en escena llevó mi arreglo a un cuarto contiguo, porque no encajaba con toda la combinación cromática del decorado desplegado alrededor del ilustre difunto.

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