28 de abril de 2023, 4:00 AM
28 de abril de 2023, 4:00 AM


A una amiga le hackearon su cuenta profesional de Facebook. Buscó especialistas que la ayuden a recuperarla, con solicitudes a la propia casa matriz de la red social, pero fue imposible. Se le ocurrió entonces, comenzar de nuevo, con todas las pérdidas de seguidores y publicaciones que dejaba atrás. Durante esas gestiones e intentos tecleó su nombre en Google, y vaya sorpresa, aparecieron entradas en sitios que no sabía que existían y una decena de homónimos en todo el mundo. Ajustó aún más la búsqueda de sí misma, escribiendo entre comillas su nombre y apellido (sugiero hacer ese ejercicio) y los resultados arrojaron centenares de páginas web con datos personales (dirección, teléfono, fotografías, notas de prensa y un largo etcétera). Rastros digitales de los que no tenía conciencia ni recuerdo, y cuentas en aplicaciones y enlaces con los que apenas había interactuado.

Nuestra huella digital está formada por las marcas que dejamos al utilizar internet: visitas a un sitio web, mensajes instantáneos, uso de aplicaciones, correo electrónico, servicios de localización, compras en línea y otras tantas interacciones que, consciente o inconscientemente, revelan nuestros gustos y hábitos. Nuestro historial y retrato en línea -más público de lo que suponemos- se perfila cada vez que navegamos en la red. En términos de valor comercial, este trazado personal favorece a las empresas para orientar contenidos hacia consumidores específicos, proporciona antecedentes a empleadores y ayuda a los anunciantes a seguir nuestros movimientos.

Este descubrimiento la asustó y decidió editar toda la huella digital que no esté alineada ni sea coherente con el perfil profesional que pretende proyectar como imagen pública. Sin embargo, borrar toda esa información es muy complicado. Existen opciones y herramientas (AccountKiller) para eliminar una buena parte y llevar un control de la información que ahí aparece, pero es casi imposible ser invisible en el mundo virtual. Una vez que publicamos algo en la web, perdemos el control sobre ese contenido y no sabemos quién puede acceder a él, ni con qué objetivo.

Google tiene un formulario que permite que cuando alguien utilice el buscador, una determinada web no aparezca entre los resultados. El usuario, con mucha paciencia, debe indicar uno a uno qué enlaces desea que se retiren y señalar el motivo. Las justificaciones para eliminar información tienen que ver con robo de identidad, fraudes financieros, números de cuentas bancarias o tarjetas de crédito, historiales médicos, imágenes de firmas, fotografías o videos de contenido sexual explícito que hayan sido subidos a la web sin consentimiento. Esta opción tiene sus limitaciones y no garantiza que todo lo solicitado sea aprobado por el gigante tecnológico. La compañía buscará el equilibrio entre los derechos a la privacidad de los usuarios afectados y el interés público que pueda tener esa información. Por ejemplo: si se pide eliminar antecedentes o condenas judiciales que, por su propia naturaleza, son de carácter público.

En la actualidad, no tener una huella digital puede ser contraproducente y generar desconfianza. Ahora, si queremos hacer menos visible nuestra presencia en la web hay que comenzar por lo más simple: borrar o dar de alta las cuentas inactivas de servicios que no usamos; eliminar periódicamente las cookies; utilizar VPNs (red privada virtual) u optar por buscadores alternativos a Google, pensados para navegar sin dejar rastro; eliminar perfiles de redes sociales que no frecuentamos; revisar y limpiar contenidos caducados; eliminar aquellos en desuso o que ya no nos representan.

En el mundo físico no es fácil hacerse un espacio y tener la presencia que quisiéramos; pero, si se nos ocurre desaparecer, con algo de valentía y osadía, siempre podemos “levantar pilchas”, dar un sonoro portazo y alzar vuelo. En el virtual es más difícil, cuesta irse, hacerse invisible, el portazo digital es sordo… en la virtualidad, pareciera que no hay derecho al olvido.

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