Procesos electorales, la sinfonía de una destrucción social anunciada
“Encontrar una nueva forma de enfrentar el callejón sin salida que nos proponen las democracias liberales”, Salvok Zizeku. Estamos en una etapa crítica debido a un bombardeo de porcentajes de egos en la búsqueda de encontrar a un líder hegemónico, quien traduzca las necesidades de las clases más vulnerables y sea sensible con aquellas que requieren la mano de obra, generada precisamente en las categorías sociales bajas.
Aunque suene enredado o chipado, la dialéctica del opresor se basa en la bienvenida que le otorga el oprimido. Las elecciones generales, en un marco de conjunción real, solo se traducen en la necesidad de mostrar las fortalezas de grupos políticos con visiones diferentes: de democracias deformadas, según sus cánones ideológicos, que pasan desde un autoritarismo radical, la soberbia y la pérdida de la ética. Mantener el poder a un costo tan alto fragmenta y divide nuestra conciencia social de armonía y convivencia.
Esta fiesta de mercadeo político, dentro de este mutilante y desgastante proceso, inició con las propuestas más excéntricas: racismo cerrado, patriarcalismo obsoleto -pero muy dañino-, autodenominación nacionalista que busca al verdadero boliviano con recetas extraídas de las dictaduras. Todas ellas siguen la línea de un corroído sistema y que se refleja mediante la violencia en las distintas ciudades del país.
¿En qué nos convertimos? Esa debería ser la pregunta de los corredores de esta pugna electoral que alimentaron las rencillas sociales; o como decimos los del pueblo, ellos encendieron la fogata y nosotros quemamos el respeto al “prójimo”, pero suena mejor al próximo.
La derrota de la tolerancia, forjada por el fuego de la intolerancia, se convirtió en los colores políticos, acompañados por satélites ultranacionalistas que bailan alrededor como al querer ganar la voluntad popular, con declaraciones bizarras y miradas obtusas. Una vez terminada esta carrera de galgos sacaron las más bajas miserias de grupos sectarios, basados en autodenominaciones que convocan a la movilización, que se entrampan en los más mezquinos y oscuros escritorios de los confabulares.
Al final, solo queda esperar quién será el más osado para llevarse el cinturón del campeón de este pugilato democrático. Ahora es tiempo de pensar en cambiar los flujos democráticos, en sinfonías de convivencia, en el cual los bombos, tambores y trompetas puedan hacer fluir el poder, que no debería estar fundado en las diferencias raciales, sino en la aceptación del otro como parte de los procesos de crecimiento social, enmarcado en la convivencia, cuidado del medio ambiente y una necesaria industrialización bajo un control social.