8 de julio de 2022, 4:00 AM
8 de julio de 2022, 4:00 AM


Las primeras líneas de un artículo de Elena Ferrante, en su libro La invención ocasional (2019), que reúne una selección de sus columnas semanales en el diario londinense The Guardian, describen los puntos suspensivos y sus interpretaciones de esta manera: “…son agradables. Parecen piedras como las que afloran en el agua y sobre las que es un placer y un peligro saltar, cuando se trata de cruzar un torrente sin mojarse (…) son muy comunicativos, indican muchas cosas: ansia, vergüenza, timidez, incertidumbre, la malicia de decir y no decir, un momento en que estábamos a punto de excedernos y después nos contuvimos e incluso una forma de tomarse tiempo”.

Formalmente, este signo de puntuación indica la interrupción momentánea o definitiva de una oración o un discurso; marca una pausa transitoria que expresa temor, vacilación o suspenso; señala que una enumeración está incompleta; muestra misterio, duda o sorpresa; expresa una emoción de quien emite el mensaje o sugiere algo al lector. En todos los casos, deben ser siempre tres puntos, pero es una regla que pocos cumplen.

Como sociedad estamos exagerando con el uso metafórico de los puntos suspensivos. En Sucupira, la paralización o pausa de muchos proyectos y planes urbanos caen en ese excesivo estado de suspensión: la organización racional de la movilidad urbana, el ordenamiento del transporte público masivo, junto al tan denostado BRT; la invasión de calles y avenidas, en desmedro de la consolidación de los mercados de abastecimiento ya construidos; la falta de planificación en el desarrollo urbano; el ordenamiento territorial y la readecuación de principios comunes de interacción mancomunada con los municipios aledaños, dentro de un proceso de metropolización “de facto” que ya no tiene retorno, entre otros.

A nivel nacional, hay muchos temas que permanecen en suspensión temporal o definitiva, y no hay gobierno que se anime a resolverlos: la reconstrucción de la putrefacta justicia boliviana, junto a la descompuesta Policía, que por hechos de corrupción cambia de mando a cada rato; la pandemia mostró lo frágil, débil e insuficiente que es el sistema de salud pública, que no se resuelve solo con más ítems; la insistencia de mantener un modelo económico que sigue malgastando recursos en empresas públicas deficitarias e ineficientes que no rinden cuentas a nadie; los dinosaurios mostraron apenas una de las tantas taras y lacras de la intocable autonomía universitaria; la penetración del narcotráfico en el poder político, que ya nadie puede negar o desconocer.

Durante el confinamiento, producto de la pandemia de covid-19, en muchas ocasiones me he sentido saltando de un peñasco a otro, como en el paréntesis de unos puntos suspensivos, que aparecieron para interrumpir nuestra vida diaria y abrumarnos de ansiedades, miedos, angustias y dilemas. Confieso que, en algunas facetas de mi quehacer cotidiano, no estoy pudiendo salir de ese estado de incertidumbre o me he encariñado tanto del pasmoso torrente que me circunda, que no me da la gana de abandonar ese estado de vida en suspensión. En otras, a pesar de los pesares y por muy agradables que parezcan, he borrado dos puntos y me he quedado con ese punto que marca un final y debería ayudarme a “viajar más liviano”.

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