Opinión

¿Qué futuro nos espera?

4 de septiembre de 2020, 5:00 AM
4 de septiembre de 2020, 5:00 AM



Un proyecto profundo de transformación de una sociedad no puede construirse sobre los viejos paradigmas y mitos como el caudillismo, el voluntarismo, el estatismo, la política clientelar, el esoterismo y la pura intuición. Esas experiencias terminan siempre en regímenes autoritarios y atrabiliarios que hacen retroceder la historia y las luchas sociales.

Un proyecto de verdadera transformación, mas allá de su factibilidad político-social, tiene necesariamente que apoyarse en el conocimiento, el pensamiento científico y sus herramientas que son la planificación, los planes y los proyectos, para que las decisiones de cambio que se tomen sean coherentes.

Este es un problema ideológico y cultural muy serio, y tiene que ver con la racionalidad con la que se tienen que tomar las decisiones de gobierno. No tiene futuro un proyecto político que devalúa los aspectos técnicos, administrativos y de gestión, y que cree que la figura de un líder, o los sentimientos del pueblo son suficientes para producir los cambios.

Quien quiere gobernar tiene que entender que primero se debe hacer un diagnóstico, es decir, se debe conocer a fondo una realidad, en función de esa realidad deben definirse los objetivos estratégicos y específicos y recién en base a esos objetivos seleccionar los planes, programas y proyectos que se requieran, en ese orden. No se puede ejecutar un proyecto sin que este sea parte de un plan, y sin que nazca de un objetivo estratégico.

Ignorar las fundamentales técnicas de la planificación lleva a iniciar proyectos sin los necesarios estudios, derrochando así los recursos, e ignorando los problemas reales.

Desgraciadamente esa fue la marca del pasado gobierno del MAS: inversiones y decisiones totalmente hormonales, voluntaristas y subjetivas, totalmente al margen de planes y proyectos coherentes que surjan de un adecuado diagnóstico y de estudios de factibilidad.

Insistir en este camino significa cerrar definitivamente este ciclo político que tantas esperanzas despertó, sobre todo en la izquierda boliviana, la que hoy se siente apartada, pues su proyecto ha sido secuestrado por un populismo que va a la deriva y en muy mala compañía…

La desgracia hoy es que este populismo que divaga en el mundo, como un nuevo medioevo, es transversal, es decir hay un populismo de derecha y uno de izquierda: populismo de derecha son Trump y Bolsonaro, populismo de izquierda son Maduro, Evo y la Kirchner, es decir el llamado Foro de Puebla.

Por otra parte, es evidente que en el mundo de hoy, el capitalismo duro produce sociedades concentradoras de la riqueza y tremendamente injustas y excluyentes, que no resuelven los problemas sociales, mientras que el llamado socialismo se apoya en un estatismo trasnochado y un unipartidismo que no representan a la sociedad y el bien común, como dice la letra, sino solo los intereses de los grupículos que se adueñan de ese Estado, que es donde se concentra la riqueza y que es la que produce a los “nuevos capitalistas” con fondos públicos. Es una película que ya hemos visto.

Con todas sus limitaciones, yo me quedo con el socialismo democrático o también llamado social democracia, pero que lamentablemente funciona sobre todo en los países escandinavos: capitalismo como sistema de producción, reconocido y apoyado sin vergüenzas, pero con Estado fuerte en su función igualadora y repartidora. 

Claro, me dirán que para eso se necesita un pueblo maduro. Es verdad, entonces empecemos por ahí, por preparar una ciudadanía madura... lo demás, como dice el evangelio, vendrá por añadidura.

Creo que en America Latina muestran ese camino de madurez ciudadana Costa Rica y Uruguay.

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