8 de marzo de 2024, 4:00 AM
8 de marzo de 2024, 4:00 AM

Durante estos más de 16 años de populismo, la cultura fue decididamente saboteada. Y lo fue por un burdo intento de sustituir la cultura nacional por una indígena, plurinacional. Quisieron emular a la Gran Revolución Cultural Proletaria - mejor conocida como la Revolución Cultural China liderada por Mao Tse Tung y la banda de los cuatro -, conformada por dirigentes de alto nivel del Partido Comunista Chino. Corría el año 1966 y Mao buscó destruir cualquier tipo de cultura occidental reestructurando la ciencia, la educación, la moral y las artes, a partir de las ideas maoístas.

Esa revolución se caracterizó fundamentalmente por una dura represión, así como por una severa educación a los intelectuales chinos, considerados como burgueses privilegiados que daban prioridad a sus objetivos particulares por encima de los intereses del partido. Durante ese proceso de “lavado de cerebros” la educación jugó un papel muy importante, por considerarla como el vehículo ideal para derribar cualquier barrera que impida la llegada de la doctrina comunista a todos los estratos. El gran desafío fue situar a toda la sociedad en una sola masa homogénea que permitiera eliminar los privilegios de clase y alcanzar un carácter absolutamente comunista, desechando individualismos, identidades culturales, para sustituirla por una sociedad rasa, plana y homogénea.

Esa Revolución Cultural buscaba dar fin a los llamados “cuatro viejos”: las costumbres, la mentalidad de contrastes, la diversidad cultural y contra los hábitos de la época de las dinastías, los cuales debían ser superados para llevar a la sociedad a un plano regido por el régimen chino maoísta. Pensar diferente era penado con fusilamiento. Ser, era castigado con cárcel. Se debía “no ser”.

Y, claro, Mao Tse Tung se situó como una figura de culto e idolatría sin parangón y que, por medio de sus postulados ideológicos, actuaba como una la “luz” que iluminaba el sendero de la reeducación China. El famoso libro rojo junto con las demás obras que expresaban el carácter del comunismo, se volvieron lecturas obligatorias en la educación.

El masismo, hundido en su retórica hueca, quiso, de manera soberbia, seguir estos pasos y aún persiste en defender su revolución cultural, pluirinacional y que hasta la fecha sólo creó profundas distorsiones y desviaciones regionales y éticas; el masismo no reparó en gastos, y formó un verdadero “ejército” rentado de guardianes del relato, construcción de imagen sobrevalorada de Evo Morales, del indigenismo como ultimo resabio de moralidad boliviana y quiso “marcar” en la llamada generación Evo, una mirada plana y unidireccional de la realidad, completamente obtusa e ideologizada.

La sustitución de símbolos patrios, del escudo de Bolivia por uno politizado y partidizado; el intento de imponer una visión deformada ha tensionado la maravillosa fuente de diversidad cultural, regional y departamental. La riqueza de nuestro país es, precisamente, su diversidad, por lo que cualquier intento de homogeneización es sólo un burdo conato hacia cada uno de los bolivianos y hacia sus usos y costumbres culturales.

En este camino pedregoso ¿quién defiende la cultura? Aquella que representa de manera digna lo dispar, lo variado; aquella que genera criticidad social, que provoca reflexión, pensamiento disruptivo; aquella que promueve valores y desnuda nuestras miserias como también nuestras fortalezas como sociedad.

En todo este tiempo de azules, ¿se ha encarado, un debate honesto y con basamentos intelectuales genuinos sobre el papel importantísimo que juega la cultura en Bolivia? El museo de Orinoca es sólo una muestra del insulto a la cultura popular y está teñido de eslóganes que encubren “curros”, distorsiones y privilegios. ¿Se está haciendo algo para evitar que la bandera política de “la cultura” se convierta en una coartada para tapar manejos opacos y discrecionales de presupuestos exorbitantes?

Las preguntas son inevitables: ¿qué le ha hecho más daño a la cultura?, ¿la burocratización militante, convertida en una aspiradora de fondos? ¿O el debate que ahora se propicia sobre la administración y la transparencia del uso de los recursos públicos para actividades culturales ideologizadas bajo el burdo manto azul?

¿Qué es defender “la cultura”? ¿Es defender la libertad y la diversidad o es defender los subsidios y los refugios de la militancia? ¿Es defender valores o defender acomodos partidarios?

La “estatización” cultural ha terminado por crear una mentalidad burda. No se piensa en seducir a los espectadores sino en agradar al funcionarios públicos y mandatarios que otorgan el financiamiento. Se produce, así, una cultura politizada y endogámica. Una tristeza absoluta y que al igual que la sociedad china maoista, se está perdiendo uno de los patrimonios más grandes de un país: su cultura diversa, dispar y regional.

 

¿Renacerá la política?

Juan Cristóbal

Soruco

EL TEJO/PERIODISTA

Después de un mes vuelvo a escribir la columna y al revisar lo que en este lapso ha ocurrido percibo que nuevamente en el país el corto plazo no pasa de las 24 horas, el medio no alcanza las 48 horas y el largo ya es sobrepasado en una semana, en una sucesión de hechos que por su rápida irrupción nos tienen desorientados.

¿Podía imaginarse, a principios de año, que de un saque el ex presidente fugado denigre a su ex vicepresidente con la virulencia con la que lo hizo? O que el vicepresidente del Estado ¿se atreva a cruzar el camino al ministro de ¿Justicia? en el tema de la convocatoria a elecciones judiciales, poniendo en duda la defensa a rajatabla de los magistrados prorrogados? Y lo hizo luego de meses de distracción cínica, en los que el ministro y sus aupados han dado clases de cómo hacer de la indignidad y la mentira una virtud?

O ¿cómo, con todas sus limitaciones y la violencia desatada por grupos afines al oficialismo, los legisladores de la Asamblea, particularmente las mujeres, han defendido la institucionalidad democrática como lo han hecho los de las bancadas opositoras?

Con sus particularidades, pareciera que luego del largo dominio hegemónico del MAS, en el que la voz del amo y sus corifeos se imponía a todo debate, comienza a retornar la comprensión de que el arte de la política y la gobernanza se basa en la búsqueda de acuerdos. Se va percibiendo que se necesita hacer política y que hay gente dispuesta a meterse en el baile para disputar el poder presentando nuevos lideratos y propuestas para un proceso que se puede presumir contradictorio, enmarañado y en el que no habrá que asustarse de las sorpresas.

Hay que añadir que el mundo también está convulsionado y según muchos analistas las probabilidades de confrontaciones incluso nucleares han aumentado peligrosamente, sin que se perciba un liderazgo que pueda organizar un nuevo orden más justo y pacífico. En muchos países del mundo crecen las propuestas autoritarias y el impulso que éstas están recibiendo de la demencial campaña de Trump en EEUU atiza el temor.

En ese sentido, adhiero la idea de que la disyuntiva actual no es entre derecha e izquierda, como los populistas de ambos bandos quieren hacernos creer (que son, en definitiva, los dos lados de una misma moneda autoritaria, mesiánica y violenta); el desafío que tenemos es entre democracia y autoritarismo; entre defensores de un estado de convivencia pacífica o quienes postulan a caudillos arbitrarios libres de todo control. Y, obviamente, el país no está al margen de ese debate.

Pero, no solo de política vive el hombre y corresponde destacar la aparición del periódico Visión 360, con un equipo de periodistas experimentados, iniciativa que provoca expectativa y esperanza en que, pese a los avatares, hay gente decidida a concretar emprendimientos que aportan a la democracia y la pacífica convivencia. Más aún, después del cierre de Página Siete.

En fin, hay muchas novedades en este mes de ausencia que hacen que esta vez la aparición de algunas golondrinas podrían hacer veranos…

 

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