¿Quién define la calidad educativa?
Alejandro Zegarra | PH.D. VICERRECTOR ADJUNTO DE UNIFRANZ SANTA CRUZ
Hablar de calidad educativa no es una tarea simple. Este concepto, tan amplio y fundamental, demanda una consideración desde múltiples ángulos para realmente captar su esencia y proponer mejoras significativas.
En este sentido, abordar la calidad educativa requiere al menos tres perspectivas clave: la pertinencia y relevancia acorde a las necesidades del mercado laboral, el proceso formativo y el desarrollo del carácter de los estudiantes. Estos tres ejes, interconectados y complementarios, son esenciales para forjar un sistema educativo robusto y significativo.
La primera perspectiva es mirar la calidad educativa como aquella que asegura la plena empleabilidad, con profesionales capaces de dar soluciones a los grandes problemas que aquejan a la humanidad y atiendan las necesidades de la sociedad, asegurando un nuevo estadio de desarrollo.
Esto implica sintonizar la educación con las competencias que las organizaciones requieren, afinar las habilidades que la sociedad necesita e incorporar competencias para aprender a aprender. Es importante mencionar que la calidad no es un concepto estático, sino más bien un concepto dinámico, que exige cambios permanentes en el enfoque centrado en el estudiante.
La segunda perspectiva implica un cambio en la forma de enseñar, no sólo en el qué se enseña, sino fundamentalmente en el cómo. El qué, centrado meramente en el contenido, tiene el riesgo de obsolescencia prematura, ya que la velocidad de cambio del conocimiento exige la capacidad de aceleración de las instituciones de educación superior y la obligación de convertirse en organizaciones que aprendan persistentemente y, en consecuencia, la necesidad de gestionar el conocimiento.
Todo este proceso requiere de un acompañamiento y capacitación constante de los docentes. Ellos, como facilitadores del proceso de aprendizaje y guías de los estudiantes, deben adaptar sus prácticas, didácticas y opciones metodológicas y, por supuesto, aplicar formas de evaluación que acompañen el desarrollo de competencias. Adicionalmente, se debe pensar en una educación más flexible, aliada con la tecnología, como un medio para hacer más efectivos y eficientes los procesos de enseñanza y aprendizaje.
La tercera perspectiva requiere humanizar la educación, cuidar a los estudiantes y preocuparse por el saber ser, el desarrollo del carácter, la incorporación en el perfil del graduado de valores que sean enseñados, promovidos o reforzados a lo largo de la formación profesional.
La sensibilización y concientización sobre los objetivos de desarrollo sostenible, deben ser tratados y abordados en todo momento.
Las certificaciones y acreditaciones de calidad, desarrolladas por diversas agencias y organismos educativos, no deben abordarse como el fin mismo o como la panacea de los problemas de organización y estandarización de procesos educativos. No se debe confundir la conformidad con un conjunto de criterios o estándares, con la calidad.
El juzgar la calidad supone un juicio del sujeto que evalúa y la subjetividad de la interpretación y aplicación de criterios. Sin embargo, debe ser la propia organización que, en procesos de autoevaluación y reflexión institucional, formule planes de mejora continua, en una búsqueda permanente de la excelencia educativa, quimera que debe inspirar una mejora permanente de la educación para alcanzar un mundo más humano.
Hablar de calidad educativa es llevar adelante procesos de enseñanza y aprendizaje que desarrollen competencias, habilidades y el desarrollo del carácter que permitan a los profesionales, caracterizados por un alto desempeño técnico, pero comprometidos con la construcción conjunta de un mundo mejor, responder con pertinencia y relevancia a los problemas y necesidades de la sociedad.
La búsqueda de la excelencia educativa debe hacerse y las acreditaciones y certificaciones son un medio que podrían colaborar en la misión de alcanzar una mejora continua y permanente de la calidad educativa en el país.
