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14 de diciembre de 2023, 3:00 AM
14 de diciembre de 2023, 3:00 AM

Latinoamérica tiene una imagen particular en la retina del mundo. Las cámaras de Hollywood nos retratan como sociedades con música festiva, hombres y mujeres apasionados y, desafortunadamente, violencia y crimen.

Una característica adicional es la alta recurrencia de las crisis económicas. Durante varias décadas tuvimos periodos de alta inflación, crisis social, desempleo, etc. También ha sido característica nuestra volatilidad política y económica: de ciclos de nacionalizaciones a otros de privatizaciones; de economías estatistas a otras más cercanas al libre mercado.

El problema serio de estos ciclos es que sus transiciones son dolorosas. Los programas de ajuste que se implementan implican periodos de alto estrés económico reflejado en mayor inflación, desempleo, estancamiento, antes de que se observen los resultados positivos.

Esta semana vemos el inicio de otro ciclo en nuestra vecina Argentina, con la implementación paulatina de medidas de ajuste para frenar la grave crisis que atraviesa con inflaciones de tres dígitos, contracción económica y miles de restricciones a la actividad económica cotidiana.

Algo que es importante mencionar es que el ajuste que experimentará Argentina en los meses siguientes o el que en su momento implementó Bolivia en 1985 no son los causantes del deterioro posterior de las condiciones de vida de la población vulnerable.

La verdadera culpa de programas de ajuste descansa en la irresponsabilidad de las administraciones previas. En el caso de Argentina corresponde a las malas gestiones de los 15 años previos; y en la Bolivia de los ochenta no sólo del desorden del presidente Siles Suazo, sino de los excesos durante los gobiernos previos en los setenta.

Los años previos a los procesos de ajuste macroeconómico se acumulan gradualmente desequilibrios que en algún momento deben ser considerados. Mientras más tarde peor.

La analogía que se me viene a la cabeza es un dolor de muelas. Cuando es leve, lo mejor es ir al dentista y hacer una sencilla curación y olvidarse del problema. SI no se hace eso, la salud dental se irá deteriorando y un pequeño dolor se convertirá en una molestia insoportable.

Si pese a eso no se trata el dolor, al final se requerirá una intervención odontológica más dolorosa, costosa e incluso con la pérdida completa de piezas dentales. El culpable no es el odontólogo y su equipo, sino es que se postergó el tratamiento.

Lo mismo sucede con los programas de ajuste: mientras más tarde se hacen los ajustes, éstos son más dolorosos y costosos para la población.

Esto no implica que los planes de ajuste sean perfectos. Queda en mi mente una conversación que tuve en los noventa con un compañero de promoción de mi colegio Franciscano de Potosí, Jhonny Oros Carrasco, quien estudiaba economía en La Paz.

En sus vacaciones en la Villa Imperial hablamos sobre los programas de ajuste de los ochenta y yo en ese momento estaba fascinado con lo que se hizo en 1985 por la rapidez y efectividad que tuvo para reducir la inflación. Jhonny me advirtió que el programa tenía una debilidad: no contemplaba qué hacer con las personas afectadas y que perdieron empleos.

En mi lógica, el mercado iba a hacer su labor de reubicarlos. Y sí lo hizo: varias ciudades se llenaron de taxistas y comerciantes; y los trópicos aumentaron la producción agrícola, en especial de coca. Distinta habría sido la historia si se hubiese brindado alternativas distintas a las personas afectadas por el ajuste.

Los costos de los planes de ajuste se pueden mitigar no sólo con medidas focalizadas, sino también con la credibilidad. Discrepo del cálculo que hizo el presidente Milei que su programa podría tener efectos en la inflación con rezagos de 18 a 24 meses, porque con alta credibilidad eso se puede reducir. De hecho, en el ajuste de Bolivia en los ochenta, la inflación bajó rápidamente por la alta credibilidad.

Una reflexión final: es mejor prevenir ajustes o implementarlos a tiempo que dilatarlos hasta que sean dolorosos.

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