Opinión

Recordando a don Raúl

9 de julio de 2021, 5:00 AM
9 de julio de 2021, 5:00 AM

No obstante haber recibido el voto castigo en las elecciones del 7-M (un domingo negro para el olvido), algunos vecinos se empeñan en considerar que no todo lo hecho por la administración municipal que acaba de pasar la posta al nuevo alcalde, ha sido malo. Destacan una pequeña pero significativa obra que no costó un dineral como otras que sí fueron onerosas y que no hace falta identificar, porque el pueblo sabe cuáles son y las cuestionó en su momento.

Se trata del monumento a don Raúl Otero Reiche de tamaño natural esculpido en bronce por David Paz, el escultor oficial del pueblo que tiene obras dispersas en el resto del país, al que habrá que reconocerle, además, el acierto de sugerir que se lo coloque sentado en un banco de la Plaza 24 de Septiembre. Colocarlo sobre un pedestal no correspondía porque entonces hubiera corrido la suerte de Ignacio Warnes, cuya estatua es el vertedero donde hacen sus defecaciones los plumíferos que abundan en el lugar.

Las “palomas de seda”(frase de don Raúl), que les encanta posarse sobre las estatuas, son aves migrantes que vinieron de otras latitudes, igual que los gorriones y otras avecillas que llegaron para quedarse, ya están ‘cruceñizadas’, y son parte del paisaje. Por supuesto que el proceso de adaptación al medio (al igual que en el caso de los migrantes implumes), fue en principio rechazado por los sayubuses criollos, pero al final se impusieron los gorriones por ser mayoría absoluta.

Otro acierto fue ubicarlo justo al frente de la Casa de la Cultura desde donde el soldado-poeta desplegó una prolífica actividad cultural en favor de su terruño, no por nada la Casa adoptó su preclaro nombre, y todo en tiempos en que nuestro municipio era el más chico del país que se sostenía de milagro con la adjudicación de la corambre al mejor postor y otros tributos menores que había que hacerlos estirar para que alcanzara a cubrir la planilla de los presupuestívoros de entonces. Hoy la situación financiera es diametralmente opuesta, porque ha pasado a ser considerado el municipio más grande del país con muchos pretendientes que se disputan el sillón cada quinquenio, pero aún no ha nacido otro mecenas hacedor como don Raúl, por eso estamos como estamos: subdesarrollados culturalmente.

El monumento ha quedado perfecto y da la impresión de que solo le falta hablar y cobrar vida al igual que la Galatea que esculpiera Pigmalión (personaje de la mitología griega).Vestido como los caballeros de antaño, de piernas cruzadas y con el brazo izquierdo extendido, espera pacientemente la llegada de algún amigo para darle el abrazo y contarle cosas de su “amable ciudad vieja...la que dejó su mantón de espumilla flotando en el viento como una bandera a media asta...y la guitarra colgada de una palca para que no le relaje su dolor...”

Y efectivamente don Raúl tiene muchas cosas que contar del tiempo viejo (del actual prefiere ahorrarse el comentario). Como casi atravesó el siglo XX (20/1/1906-29/1/1976), nos puede hablar de la guerra con los pilas paraguayos a la cual concurrió dispuesto a morir pero resultó ileso no obstante haber estado en la línea de fuego junto con los “repetes”, lo que le permitió ver caer a muchos camaradas abatidos por la metralla, y eso le inspiró el poema épico que dice: “Eramos veintisiete bajo la indiferencia de las constelaciones..., y al resplandor purpúreo del nuevo amanecer, tan solo se escucharon cinco detonaciones”. En realidad, las detonaciones que se escucharon fueron cincuenta mil en los tres años que duró la guerra, agregamos nosotros. Fue parlamentario independiente (aunque simpatizó con el MNR), y sucesivamente, rector y catedrático de la UGRM, recibió el Cóndor de los Andes, la condecoración más alta que otorga el Estado boliviano, fue escritor y poeta de jornada completa y un largo etcétera.

A don Raúl nunca le faltan contertulios que pasan un buen rato en su grata compañía, y sabemos de una persona que con frecuencia conversa animadamente con él. Se trata del escritor Marco Antonio Moro que fuera su secretario en la Dirección de Cultura de la época, y que en sus ratos libres, le pedía a su maestro que le enseñara la técnica para escribir sonetos y dedicarlos a la Dulcinea que solo existía en su febril imaginación de adolescente, y pese a que el bueno de don Raúl se percataba del autoengaño, dejaba que su pupilo siguiera soñando despierto porque, a fin de cuentas, qué podía haber hecho para volverlo a la realidad “si todos tenemos marca’o nuestro destino..y el hombre que se aparta del camino..”

Ronald Tineo / LibrePensador 

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