19 de agosto de 2022, 4:00 AM
19 de agosto de 2022, 4:00 AM


Los pronósticos de una severa desaceleración del crecimiento de la economía global al III Trimestre de los corrientes se han confirmado en gran parte, y aun se teme una probable recesión en varios de los países de ingresos medios, en particular los más dependientes de energía y alimentos. Los gobiernos y organismos internacionales tratan de enfrentar la situación con mayor inversión pública y financiamiento externo para cuadrar sus desbalances fiscales y alejarse de una crisis incontrolable de su inflación y devaluación que los lleve a una situación de default, ante la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones de corto plazo.

El informe del presidente en nuestro 197° Aniversario el pasado 6 de agosto nos revela realidades importantes sobre los logros en materia económica y social, muchos de ellos indiscutibles y constatables, como la baja inflación, la recuperación de la ocupación laboral, la reducción de los niveles de pobreza, el aumento de la inversión pública, el incremento de las exportaciones y con ello el superávit de la balanza comercial. Lo que no se ve entre bambalinas son los contrastes de estas cifras, que nos muestran la otra cara de la moneda, en las que debemos trabajar de forma urgente, donde los indicadores muestran una creciente deuda pública interna y externa, mayor déficit fiscal, una balanza comercial de servicios deficitaria, bajo nivel de inversión privada nacional y extranjera.

No hay que ser un cientista ni un gurú de la economía para darse cuenta que la contraída inflación está sentada en abundante permisividad del contrabando y la informalidad; sin embargo, la comida barata cuesta muy caro, por el sacrificio en los ingresos tributarios y sobre todo por la afectación a la producción nacional formal y el empleo que esta genera. La fortaleza de la moneda y la nula devaluación no es para nadie secreto que se basa, en gran parte, en la abundancia de dólares que provienen del narcotráfico, la corrupción y la delincuencia cada vez más organizada. Un viejo adagio reza que hasta la pobreza es llevadera con plata, y mientras haya plata (aun sea prestada o mal habida) vamos a seguir sobrellevándola, a sabiendas que esto no es sostenible en el tiempo, pues con lo único que la pobreza se cura es con empleo digno.

Un reciente reporte publicado en la página del U.S. Department of State sobre el clima de inversión en Bolivia (www.state.gov/reports/2022-investment-climate) señala que la inversión extranjera directa (IED) el año 2021 fue de 440 millones de dólares, cifra insuficiente para compensar la desinversión de poco más de 1.000 millones de dólares en 2020, esto a pesar del repunte de sectores tradicionalmente atractivos a la IED como la minería, hidrocarburos, energía y otros, que no fueron tan atractivos debido a la inseguridad jurídica, las acusaciones de corrupción y los incentivos de inversión poco claros, que son impedimentos para invertir en Bolivia, señala el referido informe.

El Departamento de Estado de EEUU también menciona que, en 2021, la tasa de inversión como porcentaje del PIB del 18% estuvo en línea con los promedios regionales. También ha habido un cambio de la inversión privada a la pública. En los últimos años, la inversión privada fue particularmente baja debido al deterioro del entorno empresarial. De 2005 a 2021, la inversión privada, incluida la inversión local y extranjera, promedió el 7% del PIB. Durante el mismo periodo, la inversión pública creció significativamente, alcanzando un promedio de 12% del PIB.

La inversión extranjera directa (IED) está muy concentrada en los recursos naturales, especialmente los hidrocarburos y la minería, que representan casi dos tercios de la IED en Bolivia. Desde 2006, el flujo neto de IED promedio fue del 1,6% del PIB que contrasta diametralmente con el 6,7% promedio de IED antes de 2005. El clima de inseguridad jurídica, la derogación de 22 Tratados Bilaterales de Inversión, la salida del Ciadi y la no inclusión del país en el Convenio sobre Erosión de la Base Imponible y traslado de Beneficios de la OCDE provocan un creciente clima de desinversión en el país, que atenta contra su desarrollo sostenible en el mediano y largo plazo.

En un clima de estabilidad económica y abundancia de recursos naturales deberíamos ser uno de los países con mayor índice de apertura hacia la inversión, no solo en sectores de la industria extractiva, sino en áreas con recursos renovables como la agricultura, ganadería, forestal, energías limpias, industria manufacturera del tejido, cuero, industria cárnica, alimentos procesados, metalúrgica, fertilizantes, etc. Nuestra vocación productiva puede ser una fuente importante de capitales frescos en inversión productiva que genere empleo y exportaciones.

Finalmente, el otro problema de un clima no atractivo a la inversión que debemos resolver con urgencia es nuestra permanente propensión a la conflictividad y la mala práctica de resolver el conflicto con presión social que daña la economía del país y afecta el derecho ciudadano.

Las soluciones a través del desastre solo conllevan a reducir la convulsión social con promesas forzadas e inviables que luego menoscaban la confianza entre las partes y reanudan los conflictos con mayor vehemencia y consecuente daño al país.

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