El libro es el primero de la Biblioteca Cruceña del Bicentenario. Su labor fue fundamental para impulsar el desarrollo cultural de la región y dejar un legado perdurable. Fue escrito por Alfredo Rodríguez y se presenta mañana

30 de julio de 2023, 8:15 AM
30 de julio de 2023, 8:15 AM

Cuando el trío Kalichstein-Laredo-Robinson llegó a Bolivia, lo hizo en plena dictadura de Luis García Meza, que gobernaba con un rígido estado de sitio. En esas circunstancias, quienes estaban en las calles después de las 23:00 terminaban tras las rejas.

Después de su show, Marcelo Araúz invitó a los músicos a cenar a La Creperie, que por entonces administraba Dolly, su hermana. La tertulia que acompañó aquella comida fue amena y, aunque había buen margen de tiempo para llevarlos al hotel donde estaban alojados, la charla se alargó en el postre. Cuando se dieron cuenta, ¡faltaban 15 minutos para el toque de queda!

Aida McKenney, presidenta del directorio de la Casa de la Cultura, que también participaba de esa reunión, propuso llevar a los invitados; en tanto que Marcelo se ocuparía de trasladar a su hermana. El plan funcionó hasta la mitad; al regresar a sus respectivas casas, ambos ejecutivos fueron detenidos por separado y llevados a la Policía.
Marcelo fue sometido a un duro interrogatorio, pero luego de una larga espera, fue liberado. La directora no tuvo mejor suerte. Al día siguiente, grande fue la sorpresa cuando todos se enteraron de que debió pasar la noche en un calabozo, al lado de sospechosos de subversión y trabajadoras sexuales. Esta anécdota es una de las que cuenta el escritor Alfredo Rodríguez en el libro El Trasnochador, la biografía autorizada de Marcelo Araúz.

La obra es la primera publicación de la colección de la Biblioteca Cruceña del Bicentenario y fue editado por el grupo Editorial La Hoguera que contrató a María José Parejas para realizar la edición del libro, que la editora gestó.

“La vida de Marcelo Araúz es una excusa para saber cómo funciona la gestión cultural en Santa Cruz. Es una lectura imprescindible para todos los artistas y profesionales que tienen que ver con el quehacer cultural, como todo lo que ha funcionado en este departamento de abajo hacia arriba, de lo particular a lo público; siempre con un esfuerzo ciudadano más que de las autoridades”, manifestó Parejas.

Legado

Muchos años después de haber dejado su cargo en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, Araúz fue de paseo con el artista Roberto Valcárcel a la zona de Pailas a conocer el puente del Río Grande, a pedido del paceño. Cuando ya estaban en el lugar, el gestor cultural recordó que ese municipio fue uno de los que se benefició con una de las bibliotecas que él creó en provincias a mediados de los 80. Por curiosidad se acercó a un joven para preguntarle qué había pasado con ese espacio y grande fue su sorpresa cuando el muchacho le dijo que la biblioteca estaba abierta en ese momento y que si quería podía visitarla. ¡Era un día domingo!

“El trasnochador sintió en ese momento una de las alegrías más grandes de su vida al comprobar que el espíritu de servicio y desprendimiento que intentó cultivar entre los jóvenes bibliotecarios aún estaba intacto en esa distante comunidad”, cuenta otro fragmento del libro de Rodríguez.

Así como la Casa de la Cultura, Araúz también fue un imprescindible en la creación de la biblioteca central, los centros culturales de barrio, el festival Internacional de Música Barroca, el festival Internacional de Teatro, el Sicor (Sistema de Información de la Cooperación Regional), La Escuela Nacional de Teatro y la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC).

Rodríguez cuenta en el libro a grandes rasgos cómo fue la infancia y juventud de Marcelo y hace hincapié en las oportunidades que tuvo durante su juventud de consumir actividades culturales en el extranjero y cómo se fue interesando en crear esas actividades en Santa Cruz. “Estudié secundaría en La Paz, pero siempre en las vacaciones me venía a Santa Cruz”, contó.

Giuliana Mendivil, de La Hoguera, destacó la lucidez y las vivencias de Araúz. “La dedicación de Marcelo a la cultura y el arte quedó plasmada en cada página, y su historia se convirtió en un testimonio valioso de quienes contribuyeron al desarrollo de la gestión cultural y artística”, relató la editora.

En la obra se cuenta que el gestor cultural no pudo estudiar arquitectura, como era su sueño, pero terminó levantando puentes entre continentes, países y regiones por los que cruzó mucha gente para llegar a Bolivia a disfrutar de la música, el teatro y otras maravillas. “Intentó seguir la carrera de abogado (como quería su padre) y terminó haciendo justicia a un país estigmatizado por la corrupción y el narcotráfico; no publicó libros, pero hizo historia para que la escriban otros; no fue periodista, pero siempre fue fuente de buena información posibilitó que cientos de personas también lo fueran; no tuvo descendencia directa, pero los proyectos culturales que concibió son sus hijos; no fue presidente de los bolivianos, pero hizo por el país más que los que vio gobernar en sus casi nueve décadas de vida”, se puede seguir leyendo en las líneas del Trasnochador.

“No trabajé solo. Mi mérito es buscar colaboradores y trabajar en equipo. En Santa Cruz no teníamos archivos, ni bibliotecas, ni festivales y eso me motivó. Todo lo hice porque yo quería hacerlo, y me dieron muchas alegrías y me siguen dando”, aseguró don Marcelito, como todos lo llaman.